Por Daniel Posse.
Todo aquello que no se puede decir, no hay que callarlo, hay que escribirlo.
Jacques Derrida.
En los territorios de la Cal
En los inicios de noviembre tuvo lugar el XXXIII Encuentro Nacional de Escritores de Monteros, Tucumán: “Manuel Aldonate”, un evento muy significativo que es una suerte de umbral, que funciona desde hace años como un disparador expansivo sobre cómo se piensa o concibe la cultura y sus hacedores, y sobre todo a los escritores y cantautores, desde sus miradas y desde sus concepciones. Es una suerte de resonador, necesario y esencial.
De forma interesante y magistral, el encuentro se ha mantenido en el tiempo, a pesar de algunas interrupciones, pero siempre fue un espacio donde el debate se convocó intentando ser fiel al ideal del iniciador de este, el escritor Manuel Aldonate. Siempre fijando una posición progresista, donde las ideas de la justicia social parecían ser un eje central. Una posición en la que los vectores sociales y, sobre todo, los protagonistas de la cultura local y a nivel regional y nacional fueron y son los protagonistas. Al final de dicho encuentro se redacta un documento llamado “Manifiesto”, donde se centra y condensa la mirada, las opiniones y el posicionamiento crítico con respecto a la política cultural, a la cultura y a sus protagonistas, ya sean gestores oficiales o independientes, artistas o académicos.
Es de destacar que dicho encuentro es un producto del esfuerzo de la “Peña El Tejar”, del “Municipio de Monteros” y de algunos descendientes de Manuel Aldonate, que parecen aportar desde las ganas y su linaje su esfuerzo para que este espacio de encuentro y debate perdure a través del tiempo. No puedo dejar de nombrar a Silvia Ojeda y a Emilio Núñez, que me invocaron desde la paciencia y desde las ganas. A la ofrenda de la amistad de Mirta Cuarterón y la Fundación SUMA, que vino con su artillería de medios y de contactos, y que desde afuera del encuentro estuvieron acompañándome. Al encuentro con Teresita Albarracín y Rosario Rodríguez Mena, que se conectaron conmigo desde la causalidad y la palabra. Con la pericia y esfuerzo de Ricardo Rivas, que registró todo, en un esfuerzo silencioso, periodístico y feroz.
En esos territorios donde se desarrolla el evento, lo positivo es cómo el mismo se desarrolla en instituciones educativas, donde la participación de los alumnos es muy activa, y los procesos de aprendizaje se vuelven experiencias fructíferas y de enorme impacto en las nuevas generaciones. En mi caso en particular, fui entrevistado por un grupo de alumnos de la Escuela Superior de Comercio General San Martín, entrevistas coordinadas por el periodista y escritor Manuel Rivas, donde los estudiantes actuaron no como meros aprendices, sino como profesionales inquietos y llenos de curiosidad, hasta tal extremo que generaron en mí una profunda emoción y conexión. Todos los talleres y lecturas de escritores, y la actuación de los cantautores, fueron organizados de esa forma, para que la interactuación entre artistas y público fuera una experiencia de profunda comunión.
El evento convoca, pero no todos son invitados; serlo es una suerte de elevación en el cosmos literario y artístico, lo que genera diatribas y competencias que muchas veces están más allá del espíritu del encuentro y de los organizadores. Pero quizá lo más relevante sea el intercambio, los actos de camaradería, donde en cada cena y almuerzo el encuentro se corporiza más allá de las lecturas compartidas, y la música y el arte de los cantautores se expanden en un eco que comulga desde las palabras y la música. Este acto expansivo, que culmina en una redacción de un manifiesto, termina siendo una suerte de piedra basal que se renueva y que expresa el sentir de un sector de los hacedores de la cultura, ante una crisis que parece haberse vuelto cada vez más áspera y violenta, donde el poder de turno arremete. Este manifiesto parece ser una suerte de estandarte y resistencia, y tal vez una trinchera. Quizá la virtud más lograda de este encuentro sea haberse mantenido a través del tiempo. En esta ocasión buscó y busca reivindicar su esencia primigenia, convocando actos que recuperan los talleres y los concursos anteriores.
Este documento final habla de cómo accionar contra un neoliberalismo que intenta anular la intervención de un Estado necesario, que regule y sea un actor central en el armado de un andamiaje que, al final, medie, coordine, sostenga y contenga como un punto de apoyo a la cultura y sus actores.
En los Territorios de la Arena
En este territorio donde la cal aparece como todo lo positivo, también estuvo la arena, que con su aridez y sordera arrebató y anuló muchas de las voces presentes. Pareciera que eso de incluir la diversidad fuera más una frase hecha que una actitud real. Como un hombre de izquierda, progresista, me pregunto: ¿no estaríamos cayendo en lo mismo que intentamos combatir o enfrentar? Muchas de estas sorderas y cegueras me recuerdan, hablo por mí mismo, a esa izquierda estructurada, misógina y homofóbica, autoritaria y tradicional, y no a esa izquierda que abrazo y que fue, en gran medida, la que luchó y lucha por la memoria, la inclusión y los derechos humanos, esa que tiene que ver con las vanguardias, esa que en cierto tiempo nos sacó del ostracismo al que había caído la izquierda tradicional.
Debo remarcar que estos episodios no estuvieron armados desde la organización, porque de entrada ellos tuvieron la apertura de invitar e incluir a todos. Estuvo orquestado por los egos enormes y cerrados, en extremo individualistas y atomizados, de un sector de los participantes, que más se regodearon en ellos mismos, en sus propias palabras, en sus propios ecos, en su vanidad, que en escuchar a otros. Un claro ejemplo de esto fue que en las jornadas de lecturas, quienes habían leído muchas veces se marchaban o no asistían a escuchar a otros, y si lo hacían, lo hacían desde la controversia, desde el enfrentamiento, donde la descalificación parecía el lugar común donde un cierto sector caía.
Otro ejemplo fue que algunos de los que participaban, que venían desde los claustros académicos, intentaron dar ejemplos y hablaron de la necesidad de volver a la significancia esencial de palabras como “libertad”, sin poseer la memoria de que cuando navegaban en esos espacios académicos —y el poder detentado por ellos mismos— el autoritarismo y la censura pululaban. Cuánta falta de memoria me asusta y abruma. Y olvidaron que al lado de la palabra libertad deberían ir palabras como tolerancia, respeto, inclusión, equidad, empatía.
Esos seres atomizados y enajenados, que solo se escuchaban a ellos mismos, creían poseer la autoridad de insultar, descalificar con la misma virulencia verbal con que el poder que ahora ocupa el gobierno nacional ejerce una violencia discursiva atroz y encarnizada hacia todo aquel que piensa o cree en algo diferente. ¿No será que la naturalización de la crueldad es algo que, de forma intrínseca, también la practican quienes parecen estar más de nuestro supuesto lado? ¿Y que la acción es parte de una reacción, donde el ida y vuelta parece un rito continuo y casi interminable que se reproduce y hace un eco constante para retroalimentarse?
Al escuchar definiciones que rotulaban a otros como “enfermos”, “infradotados mentales”, me recordaban más a los discursos del actual presidente que a quienes se intentan revalorizar y recuperar desde una tradición poética e intelectual que tuvo siempre el ideal de luchar por un mundo más justo y equitativo. Escuchar o ver registrar egos grandilocuentes, que antes de decir “hola” prefirieron hacer una larga lista de supuestos libros publicados y un currículum que la verdad poco y nada me interesaba escuchar, porque desde la empatía no tenían nada que ofrecer, era como ver a coristas de un escenario periférico y decadente.
O quizás ante las preguntas de un grupo de jóvenes ansiosos a los que les interesaba aprender cuestiones respecto al mercado editorial, en mi caso particular tuve que soportar los gestos obscenos y agresivos de una supuesta poeta ante mi alocución. No le respondí, porque seguro que si lo hacía me acusaría de una supuesta violencia de género; por eso intenté mantenerme al margen, pero pasado un tiempo necesité responder de alguna forma. O quizás esos otros que se autodenominaban historiadores, pero solo hacían referencia a sí mismos o a un sesgo ideológico diminuto y al eco ensordecedor de su soberbia. Allí recordé una definición de ese pecado capital que alguna vez me dio María Sondereguer: “La soberbia es el orgullo de los débiles.”
No pude dejar de recordar a Nicolás Casullo cuando, en unas largas charlas sesudas de café, me repetía una y otra vez que si uno analiza el discurso y el texto —lo lingüístico, lo paralingüístico, lo extralingüístico y lo metalingüístico— siempre vas a saber quién es de verdad ese otro que lo emite. Tal vez muchos de ellos ignoran que el discurso único, cuando se consolida como único, hace implosión, porque solo la resistencia real legitima.
La no-memoria o la memoria selectiva también puede ser una peste. Recuerdo que la Revolución Cubana, una vez que llegó al poder, encarceló a los intelectuales homosexuales que la apoyaron desde una clandestinidad peligrosa; y si dudan de eso, pregúntenle a Lezama Lima, Reinaldo Arenas o a tantos otros. No me importan las justificaciones que seguro saldrán a criticar lo que digo. Soy de izquierda, pero hay cosas que se hicieron en nombre del progresismo que me avergüenzan. Necesitamos de una verdadera autocrítica, si no seguiremos cometiendo los mismos errores de siempre. Y en esos errores los extremos se tocan.
O quizá escuchar a supuestos gestores culturales y artífices de un camino que más estaba ligado a la pereza, o a hablar del mercado de forma negativa, pero que son los primeros mercaderes en aprovecharse de los recursos del Estado para, al final, no hacer nada o hacer solo para ellos. Lo sé: eso no hace mella en el enorme esfuerzo de un grupo de gente que busca revalorizar y mantener un espacio cultural esencial y necesario. Pero necesito decirlo: estaría bueno buscar la forma de debatir sin agresiones ni descalificaciones, estaría bueno buscar la forma de generar espacios de procesos de aprendizaje, donde la experiencia acumulada y las trayectorias generen una suerte de retroalimentación a las nuevas generaciones. Porque si no lo hacemos, nos encontraremos siempre en la situación actual y en un camino que parece bestial, donde las cosas van de mal en peor cada día.
En algo hemos fallado si nos permitimos usar los métodos de quienes criticamos y a los que resistimos, y terminamos siendo parte del mismo engranaje.
Tal vez aún es tiempo de preguntarnos qué hicimos mal, de tener una profunda autocrítica. Mahatma Gandhi decía: “Si vamos ojo por ojo, acabaremos ciegos.” Bertrand Russell, en su libro Los caminos hacia la libertad, decía: “Si obligas a un hombre a hacer el bien, suscitarás en él los caminos legítimos de la libertad, porque él debe hacer el bien porque lo siente, lo piensa y lo ama.” Quizás el camino sea ese: el de enseñar de verdad, el de dejar un legado que no quede solo en palabras acumuladas en el papel o en algún estante.
Que no quede en una dirigencia que usa y usó nuestros discursos para enriquecerse y olvidarse de quienes los llevaron al poder. Que es tiempo de terminar con los nepotismos y de avanzar en la consolidación de una nueva generación de dirigentes que respondan a nuestros ideales. Porque si no, todo termina en un juego vacío de discursos, que en la contienda electoral se enfrentan al poder, pero después son parte de la estructura que mantiene a ese poder en su política de vaciar nuestra cultura y nuestros derechos y logros.
Una cosa más que me parece esencial aclarar desde mí: el mercado es parte esencial, como lo es el Estado. Ambos deben estar. Lo que debemos discutir es la distribución de las riquezas y la toma de conciencia de un plan donde las oportunidades deben ser equitativas, justas e inclusivas. Necesitamos un Estado fuerte y con reglas claras que arbitre. Seguro esta columna va a generar molestias, por eso tardé un tiempo en escribirla. Me prometí a mí mismo que no me importaría la descalificación ni los improperios de los hipócritas. Por eso me quedo con estos versos de Borges, en su poema Fragmento de un Evangelio Apócrifo, que dicen: “Resiste al mal, pero sin asombro y sin ira. A quien te hiriere en la mejilla derecha, puedes volverle la otra, siempre que no te mueva el temor.”
Al final me quedó el eco de los versos de casi cien poetas y de canciones de artistas extraordinarios; me quedaron los versos de Sergio Lizárraga, de Manuel Rivas, de Guadalupe Albornoz y de María Angélica Albornoz, con la voz y la poesía de Candelaria Rojas Paz y de Jorge Cerrizuela, con los versos rescatados del inmortal Manuel Aldonate por parte de su hija Graciela, que siguen haciendo eco en mi memoria, entre otros. Me quedo con el abrazo de los afectos y la curiosidad intensa de los jóvenes, tanto alumnos como poetas.
Me quedó con la curiosidad de Lucas Ybañez y de Iván Urueña, con los que no estoy de acuerdo, pero festejo poder intercambiar ideas e intentar mostrarles que podemos pensar diferente, pero que no somos enemigos: quizás tal vez solo adversarios, y por qué no, algún día amigos. Que cambiar es posible y que mirar al mundo juntos puede ser un camino. Fuimos tantos entre tantos otros, que hicieron e hicimos de este encuentro algo inolvidable para mí, y que espero volver a ser invitado el año próximo.