Por Elina Ibarra.
Todo el desperdicio sin gracia que es la ciudad de las esquinas electorales,
los ministerios inaugurantes, los Periodistas en falsete de entusiasmos
humanitarios, los tiesos Jueces solemnes y vendidos al Ascenso,
los Conferencistas, los Proselitistas de todo lo que no se les importa,
los falsos Cientistas, se desperdigarán por el campo y volverán a ser
buenamente seres humanos.
Macedonio Fernández.
1.
La figura de Macedonio Fernández ha sido descripta por la tradición académica como la de un escritor trashumante, asistemático, alejado del afán editor y de las estridencias de tapas y críticos literarios, pero aún así, es considerado el fundador de la literatura argentina del siglo XX.
A lo enigmático de su personalidad retraída y su tendencia al aislamiento, que lo recluían por meses en las soledades de cuartos de pensión, se agrega la extraña aventura que lo llevara entre 1897 y 1898 al Alto Paraná, cerca de la frontera con el Paraguay. Hacia allí se dirigió Macedonio, con la intención de fundar una comunidad anarquista, junto a un grupo de amigos, entre quienes se encontraban Julio Molina y Vedia, Arturo Múscari y Jorge Guillermo Borges, padre del Jorge Luis Borges. Del anecdotario de esta aventura, cabe señalar que, el padre del escritor no pudo participar activamente de ella, porque estaba a punto de casarse.
El proyecto se llevaría a cabo en “una isla selvática del Paraguay”. La sola elección de una isla donde poder realizar tal emprendimiento, delata cierta inscripción en una tradición de proyectos de sociedades que pretendían fundarse fuera de la civilización. Desde la Utopía de Moro, en adelante, una isla donde poder encontrar lo incontaminado, lo todo por realizar, porque aún no llegó hasta ella el mal de la sociedad a la que, quienes buscan refugio, están dando la espalda.
El vasto proyecto de una sociedad organizada por fuera de las instituciones gubernamentales, y que busca fundarse en aspectos morales y estéticos. Y es allí donde puede rastrearse la conexión con aquél proyecto de juventud. Esos aspectos están relacionados con la importancia que la amistad adquiere en ese nuevo orden, como elemento aglutinante, generador de compromisos, que vuelven organizada la convivencia. A modo de ejemplo puede citarse que las uniones de los matrimonios estarían oficiadas por los amigos de la pareja, y que ellos serían la sola garantía de esa unión. La validez de tal ceremonia se extendería hasta que la pareja así lo decida. El compromiso tiene sentido siempre y cuando haya cariño entre los esposos, de lo contrario, esta unión quedaría disuelta inmediatamente. Estaría prevista alguna cláusula que estableciera alguna suerte de seguridad, en caso de que haya hijos para poder garantizar su manutención. Pero en todo momento, se indica la importancia de la mujer en este proceso, no como subordinada a las directivas de hombres iluminados, sino como motor de esta nueva sociedad, en la que iría a la par de los hombres.
2.
En el mismo año que realiza esta incursión, pocos meses antes, había sido aceptada su tesis llamada “De las Personas”, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, y con ella obtiene el grado de Doctor en Jurisprudencia y de Abogado. Esta tesis anticipaba sus inquietudes sociales que ya estaban poniéndose de manifiesto. Su investigación incluía cuestionamientos sobre la igualdad de la mujer. Sobre ello consideraba que no había nada que justifique su inferioridad respecto del hombre y denunciaba el sometimiento a las tareas del hogar como una condena. En la misma línea se ocupa de la relación de “servidumbre” cuya figura era cuestionada también como la del “proletario”, situaciones de una profunda desventaja jurídica.
Pero Macedonio continuará hablando de las personas en otros escritos, indicando desde su constitución molecular hasta la relación de estas con el Estado y la Administración de Justicia. Por ello, para hablar de la comunidad de amigos, debemos comenzar por su Psicología Atomista (Quasi-Fantasía). Ésta consiste en un análisis de lo existente pero desde sus niveles atómicos-moleculares.
Ferri, De Roberty, Spencer, Guyau, toda la escuela biosocial moderna, repite que el átomo no vive, que todo lo que vive es una asociación. Comprendo perfectamente que sea socialista o asociacionista: mi átomo está muy dispuesto a serlo, pero sólo como un modus-vivendi […].
Nada vive absolutamente disociado. Todo lo que vive es el resultado de una asociación. De estas afirmaciones provenientes de una teoría molecular, orgánica, Macedonio parece deducir una teoría política. Aunque está en concordancia con el vitalismo modernista de finales del Siglo XIX. Y así define a los hombres:
Un organismo humano es una asociación de millones de átomos […] La conciencia aparece sólo en ciertas asociaciones de átomos llamadas seres vivos; toda conciencia, todo “yo”, no obstante su unidad subjetiva tiene, pués, un susbstractum complejo; […] una multitud de células.
La muerte, será por lo tanto, la disolución de esa asociación, equivalente a la no-asociación. Como así también será lo contrario a lo que da en llamar el “átomo libre” que vaga por el universo. Algo así como una mónada, el extremo individualista de lo existente, que no es vivo. Muestra lo insostenible de una individualidad extrema, que será algo, más no será vida. Pero este asociasionismo constitutivo de lo vivo tampoco consiste en una disolución de lo individual en el todo:
Cuando los átomos se asocian, permanecen tan individuales como antes; su integridad no queda menoscabada por el hecho de su aproximación más o menos estrecha y durable; […]
Así es posible también que, los “yo” individuales, al asociarse, mantengan su individualidad, en los que coincide el “yo” individual y el social. Esa tensión es la que representan las dos “terapeúticas” sociales: el socialismo y el anarquismo. Una propondría la asociación y disolución de la individualidad; mientras que la otra propondría una afirmación de la singularidad inviolable. Ambas son equívocas en sus versiones absolutas. La tradición también se ha debatido entre dos respuestas: una en la que el individuo busca el bien por sí mismo y así contribuye al bien de los demás –Macedonio los llama “hedonistas”– y los otros, donde la acción resulta de una energía superabundante y es benéfica para el individuo cuanto más benéfica para la especie –Macedonio los llama “energistas”–. Su conclusión es que:
Tarde, asombrados antes las embriagueces del heroísmo, los hedonistas [y los energistas] constatando emocionados las coincidencias de la felicidad individual y la felicidad social, los energistas descubriendo en la acción el desbordamiento inevitable del exceso de energía que todo ser encierra […].
La preocupación de Macedonio y los amigos con quienes compartió esta aventura, era precisamente, la de poder propiciar las condiciones para tener una “Buena vida”. La comunidad sería esa ocasión para la asociación respetuosa de la particularidad. Este objetivo puede rastrearse en el análisis que hace, en un escrito de 1896, es decir, un año antes de la incursión al Alto Paraná, llamado El problema Moral. En él se pregunta sobre lo que considera central en el pensamiento contemporáneo: fijar las bases de la moral. La respuesta está en hallar el punto en el que alguien se preocupe por sí mismo y por su esfera cercana de seres existentes, de modo tal que se desborden sus beneficios: algo así como un punto intermedio entre la asociación y la individuación:
El hombre que se desvive por la Humanidad y aún por su patria, es una mentira; lo verdadero y lo que se necesita y hasta para que todo ande bien es querer mucho a sí mismo, su familia y amigos, algo a sus vecinos y la ciudad, un poco de algo a su país, algo casi nada a la Humanidad, y nada a la Especie, a la Humanidad de otra época.
El anecdotario referido a Macedonio, está saturado de relatos en torno al cultivo de la amistad, donde los cafés de Buenos Aires fueron testigos privilegiados de la actividad intelectual de pensadores porteños en esas tertulias de noctámbulos. Vale recordar que Borges se había hecho cliente de los bares del Once: La Perla, El Rubí y otras joyas de la zona, porque allí andaba Macedonio Fernández dictando cátedra de Metafísica. La certidumbre de Borges de que, el sábado en una confitería del Once lo oiría explicar qué ausencia o qué ilusión era el yo, bastaba para justificar la semana. Y en ocasión de su muerte dirá: La amistad era una de las pasiones de Macedonio.
En una suerte de anarco-individualismo-asociacionista, Macedonio sostendrá como Thoreau, Reclús, Proudhon, Stirner y Molina y Vedia, la centralidad de la persona. Recordemos el tema de su tesis de doctorado: la persona en el Derecho. El individuo descripto por Macedonio, es pensado desde una antropología no-esencialista, que confía en los hábitos y en las prácticas cotidianas, como la sede de la fraternidad, basada en un autoconocimiento del carácter y la fortaleza y en la capacidad del disfrute de la mera organicidad. Podríamos concluir en un hedonismo hipocrático. Las buenas costumbres, la educación naturalista y anti-dogmática, serán la condición de posibilidad de la fraternidad humana.
Hay que ser presentista, y antiespecieísta y futurista. Vivir para su amor, su Hogar, sus amigos y tener compasión y simpatía para todo prójimo que tengamos cerca en cuerpo y persona, y veamos sufrir y necesitar ayuda: no para y por los demás, no para la Humanidad.
En este proceso de asociación-individuación, el Estado es un obstáculo a sortear, ya que dinamita la asociación, que debe ser entendida en términos de mera obediencia y profundiza una individualidad paranoica y mezquina. Este planteo debe leerse a la luz de las apariciones, ya ineludibles, de los socialismos en la Argentina y del anarquismo.
No hay que creer en los grandes sacrificios de nadie; se es político, negociante, sabio, artista, porque esa actividad nos entretiene no por servir a los otros ([…] escribir, predicar, politiquear, manejar negocios, manejar personas, gobernar); lo que queríamos era Hacer el trabajo que nos gusta, ni Hacer el bien ni el mal.
En relación con la tradición que concibe al Estado como garante del Bienestar social, sus escritos serán agudas observaciones sobre esa torpe intervención que éste realiza en pos de mantener el “orden”, en su mal entendido “Bienestar”. Batallará literariamente a favor de las libertades individuales, tarea que devela un espíritu ilustrado, que promueve la tolerancia y el respeto por las diferencias.
Tenía también algo de Kafka aquel juego de órdenes y contraórdenes entre el ex presidente de la Nación, el ex ministro del Interior y el ex jefe de policía. Se cerraban diarios, se prohibían audiciones radiales, se enclaustraban personas y cada uno de esos tres funcionarios remitía al otro y fingía sorpresa: no se ha sabido una sóla vez quién había dado la orden concreta de tal prohibición o secuestro.
O su queja sobre los cigarrillos que el Estado vuelve infumables, una verdadera calamidad cuyos autores son los burócratas que viven de los impuestos; o el intendente municipal que ha resuelto la creación de un Ministerio de las Escaleras, después del accidente sufrido al salir de la cancha de River; o su queja sobre el mal dar del rico y el de la burocracia: los dos dan mal, pero el del “gubernismo” es mucho pero, más enredado, costoso, incomodador y fomentador de los estériles y dañosos – con añadidura de modos farsantes y ruidosos.
Así es como su concepción antropológica se mezcla con una crítica a la civilización y al Estado, y halla su complemento en un voluntarismo que inunda sus escritos. En ellos se vuelve reflexivo, en una contorsión sobre sí de la conciencia, en la búsqueda de un saber sobre sí mismo, que se asume anclado en lo orgánico, circunstanciado, corporizado, y que al pensarse, logra burlarse de sí, y así logra evadirse de la materia misma. Por ello también su preocupación por la salud y la higiene. Su política podría resumirse en un “arte de vivir lo mejor posible”. En un escrito de 1897, llamado La ciencia de la vida, postula la necesidad de lograr un saber práctico que pueda dar una interpretación del universo, claramente más cerca del arte que de la ciencia:
El carácter no nace se forma totalmente, como se forma también todo nuestro conocimiento (secuencial), y el carácter continúa siempre mudable a cualquier edad, por los cambios forzosos de circunstancias y también por auto-esfuerzo.
Esta transformación, este progreso serían el resultado del cambio en las circunstancias cotidianas de la vida comunitaria. Macedonio daría el nombre de Ciudad-Campo, donde parece imponerse la referencia rousseauniana. El abandono de la ciudad podría remontarse a la Atenas de Diógenes, cuando los Cínicos renuncian a vivir en la polis, como así también Thoreau, quien se va a vivir solo al bosque de Walden. La búsqueda en la naturaleza, es la búsqueda de una vida cuidada-de-sí. El hecho de haber elegido una fiscalía en Posadas en 1910, ya parece no ser tan azaroso. Lo seducía la naturaleza, como quién vuelve a algo perdido, con una avidez propia de una necesidad vital.
Así parecen las esferas de lo bueno, lo bello y lo justo, volver a conjugarse. En una recomposición fundamental de algo que no debió haberse disuelto, porque en esa disolución se perdió al hombre. La política debe ser recuperada como una de las Bellas Artes, para así rescatar al hombre de una vida dogmática y por lo tanto, deshumanizada. A esta visión se la dio en llamar la “impolítica”, que consiste en una crítica seguidora y burlona, que desarma cualquier falacia que pretenda ante ella:
[…] abogados, la tonta y alegre gente de Tribunales, mitad de la Humanidad ocupada en lo estéril y en la destrucción de lo que Hacen otros…
Fue muy crítico del sistema de Justicia al que conoció como abogado. Cuenta Carlos Heras, en un seminario sobre Anarquía, en 1920, donde habla sobre Macedonio Fernández y dice: “habría que hacer una investigación sobre sus intervenciones como fiscal y “analizar sus argumentos y acusaciones”. Guardaba el extraño récord de que ninguno de los acusados fue condenado. También la fuerza policial fue blanco de su sarcasmo:
En cuanto a la policía, [aconsejo] suprimir la persecución de quinielas, ruletas, cortesanas, etc…, que no hace más que corromperlas.
3.
Propugnaba un mínimo de leyes y un mínimo de Estado, con un máximo de persona. Hay una carta a Marcelo Delmaso, su primo hermano, de 1920, “Cuando podríamos conversar, deseo hablarte de ciertos planes de acción política marginal (…)”. A lo que agrega que cuenta con el apoyo de unos amigos, jóvenes escritores, con los que se reunirá para tal asunto. Esos amigos que en 1927, lanzan en el Diario Crítica, la candidatura de Macedonio a Presidente, “como una crítica irónica a la política práctica”.
Igualmente habría que proveer las condiciones ideales del full-time del presidente de la nación: un funcionario presidencial que inaugura estatuas y exposiciones de flores, y escuchara tedeums, y admirara soldados.
El razonamiento, que roza la humorada consiste en pensar lo siguiente: “Es más fácil ser presidente de la Nación que farmacéutico. Por la sencilla razón de que mucha menos personas se proponen ser presidentes que farmacéuticos.” Esconde, aunque no demasiado, una burla a las pretensiones de generar algún tipo de reflexión sobre lo absurdo de elegir a alguien, cuya capacitación para ese cargo era escandalosamente dudosa.
Tomando las palabras de Piglia, podemos decir que toda la obra de Macedonio podría leerse como una crónica de aquella sociedad perdida en el Alto Paraná. Será entonces Macedonio, un idealista que buscó llevar a la práctica lo que pensaba, ya desde muy joven.
Es de buena probabilidad que la humanidad civilizada sea la especie viviente de vida más infeliz. También es probable que la risa y las refinadas ternuras (y quizá también el placer de la música) del animal llamado hombre civilizado, sean la compensación.
Pero el fracaso de ese proyecto no significó nunca su abandono, sino que transmutó en su escritura, en una escritura compulsiva, paranoica, asistemática, digna de un transhumante, un trotamundo de las letras, haciendo de la gramática su campo de batalla, desde donde lesionó gravemente los dogmas literarios, políticos y éticos, para rehacerlos lúdicamente en paradojas hilarantes, feroces y contagiosas.#