InicioCulturaSerie: ¿Y si el futuro fuera colectivo? Un viaje al cosmismo...

Serie: ¿Y si el futuro fuera colectivo? Un viaje al cosmismo ruso. Entrega 1: El futuro que no vimos venir

Publicado el

por Nicolas Salvi 

¿Y si el futuro no fuera una carrera individual, sino una tarea común? ¿Y si, en vez de correr hacia adelante con la vista fija en la última innovación, miráramos hacia atrás —al pasado olvidado, a los cuerpos enterrados, a las voces silenciadas— para construir una idea completamente distinta de porvenir?

Todo el mundo parece tener su propia receta para la trascendencia de nuestra especie. Algunas son más ruidosas que otras. Silicon Valley la imagina con cápsulas criogénicas, chips neuronales y algoritmos que predicen cuándo vas a morir y cómo evitarlo. Los nuevos gurús del bienestar la venden envuelta en rutinas de optimización, suplementos biohackeados y meditación guiada con voz de aplicación de celular. El futuro, nos dicen, será individual, personalizado, diseñado a medida para el yo que pueda comprarlo.

Pero hubo una vez —no en un laboratorio californiano ni en una startup de longevidad, sino en la periferia de la Intelligentsia de la Rusia imperial y revolucionaria— una idea del futuro completamente distinta. Una utopía que no surgía del deseo de escapar de la muerte, sino de la convicción de que no había futuro posible sin justicia para los muertos. Un proyecto que no quería producir superhumanos, sino resucitar a todos los que ya habían existido. Literalmente. Una visión del progreso tan radical que sigue pareciendo imposible, pero también tan profundamente humana que resulta difícil olvidarla una vez que se la conoce.

Eso fue el cosmismo ruso.

Pero bien, si nunca habías oído hablar de él, no sos el único. Yo tampoco sabía nada al respecto hasta hace poco. La idea de escribir y escarbar en estas ideas esta serie me surgió después de haber leído un libro que me descolocó por completo: Cosmismo ruso Tecnologías de la inmortalidad antes y después de la Revolución de Octubre (Boris Groys, 2021, Caja Negra editora). No solo por los textos que allí se recopilan, que ya de por sí son fascinantes, curiosos, profundamente conmovedores. Sino, sobre todo, por el prólogo —tan sugestivo como afilado— de Martín Baña y Alejandro Galliano, donde contrastan esa utopía mística y comunal con la distopía tecnocrática del transhumanismo contemporáneo.

Fue entonces cuando sentí que tenía que hacer algo con eso. No tanto explicar el cosmismo —porque, sinceramente, ¿Quién puede explicarlo sin traicionar un poco su extravagancia?— sino narrarlo, pasearlo, dejar que resuene. Porque el cosmismo no se entiende como se entiende una teoría; se vive como quien escucha una música antigua que, por alguna razón, todavía habla del futuro. Esto es lo que me propongo en estas entregas: compartir ese asombro, invitar a la extrañeza, dejar que esa constelación de doctrinas olvidadas vuelva a iluminar nuestras preguntas más urgentes.

Esta serie quiere contar esa historia. No como arqueología filosófica, sino como provocación. Como una invitación a mirar de nuevo eso que llamamos “futuro” e interrogarnos si no nos habremos equivocado de camino.

Porque quizás —solo quizás— la trascendencia con consista en vivir más, sino en vivir distinto. No es cuestión de escapar del cuerpo, sino de reconciliarnos con su fragilidad común. No se trata de alcanzar la singularidad, sino de imaginar una comunidad cósmica donde nadie quede atrás.

Una comunidad donde la tecnología no sea un privilegio ni una prótesis del ego, sino una forma de cuidado. Donde el conocimiento no se mida por su rendimiento, sino por su capacidad de sanar. Un mundo en que el tiempo no sea una línea recta que nos empuja hacia adelante, sino una espiral que nos vuelve a juntar —pasado, presente y futuro— en una misma tarea.

Sí, este será un viaje por entregas. Porque hay mucho que contar, y no se puede decir todo de una sola vez. En los próximos capítulos voy a hablar de inmortalidad colectiva, de transfusiones de sangre como vínculo social, de estaciones espaciales soñadas como comunas celestes. Vamos a recorrer los sueños de quienes creyeron que la ciencia no debía servir para producir élites mejoradas, sino para restaurar vínculos rotos. Marchamos a ese universo paralelo que los cosmistas imaginaron con una mezcla de mística, rigor técnico y ternura insólita.

Por eso, lo vamos a hacer paso a paso, entrega por entrega, como quien vuelve a caminar un sendero que parecía perdido. Antes de sumergirnos en los personajes y sus ideas —antes de hablar de Fiodorov, de Bogdanov o de Tsiolkovski— esta primera entrega quiere ser solo eso: una provocación inicial. Un cambio de foco. Una sacudida suave al discurso dominante del progreso. Una pregunta incómoda: ¿Por qué nadie habla del cosmismo cuando hablamos del futuro?

Tal vez más importante: ¿Por qué seguimos aceptando, casi sin discutir, que la tecnología solo puede servir al individuo que quiere vivir más, rendir más, dominar más?

Ese es, me parece, el punto de partida. Por eso elegí comenzar esta serie con una entrega sin teorías, sin biografías, sin citas, sin tecnicismos. Solo una imagen: la de una humanidad que se detiene un segundo, respira hondo y se pregunta si todavía tiene sentido correr hacia donde está corriendo.

Porque antes de cualquier resurrección, viaje interestelar, comunión mística entre ciencia y cosmos, hay algo más apremiante: mirar el mapa, revisar las coordenadas, preguntarnos de verdad por el rumbo.

A veces me pregunto cuánto de nuestro entusiasmo por el futuro es genuino y cuánto es miedo al presente. ¿Realmente queremos avanzar o simplemente no soportamos mirar lo que tenemos frente a los ojos? Es posible que el cosmismo, con todo lo que tiene de absurdo y de bello, venga a proponernos eso: un modo distinto de mirar el presente desde un porvenir que no tiene apuro, que no compite, que no aplasta: que coopera. Un futuro que abraza sin hacer tantos calculos.

Si este texto parece desbordar en poesía o nostalgia, no es casualidad. Porque el cosmismo también tiene algo de eso: un gesto lírico contra la lógica del capital, una espiritualidad que no se arrodilla ante dioses ni algoritmos, una ética de la ternura tecnológica. Y eso, créanme, ya es bastante subversivo.

Esa es, para mí, la tarea de esta primera parte. Todo lo demás —los muertos, las estrellas, las transfusiones, las estaciones orbitales— vendrá después. Pero ahora, al menos por un momento, es meritorio que entremos en estasis para mirar hacia ese rincón del mundo que supo imaginar el futuro como un acto de amor colectivo.

(…Continuará…)

 

 

últimas noticas

Nadie nos obliga. Nos gobiernan desde adentro

por José Mariano. El poder más eficaz es aquel que no se siente como poder. Michel...

La sombra del ego y la muerte de la política

por Ian Turowski. Lo que no hacemos consciente se convierte en destino. Carl Jung. Lo que...

Silencios comprados: la prensa tucumana y el precio de la palabra

por Maria José Mazzocato. En una provincia donde el poder no solo se ejerce desde...

Europa en vilo: la era de la paranoia generalizada

por Paula Villaluenga. Desde que estalló la guerra en Ucrania a comienzos de 2022, Europa...

Más noticias

Nadie nos obliga. Nos gobiernan desde adentro

por José Mariano. El poder más eficaz es aquel que no se siente como poder. Michel...

La sombra del ego y la muerte de la política

por Ian Turowski. Lo que no hacemos consciente se convierte en destino. Carl Jung. Lo que...

Silencios comprados: la prensa tucumana y el precio de la palabra

por Maria José Mazzocato. En una provincia donde el poder no solo se ejerce desde...