La velocidad como destino
Vivimos en un presente que ha perdido el freno. La tecnología se multiplica, los algoritmos dictan el ritmo, y la información se disuelve antes de ser comprendida. En este paisaje vertiginoso, el aceleracionismo irrumpe como una provocación filosófica y política: si el sistema no se va a detener, ¿no deberíamos empujarlo hasta que colapse? ¿O mejor aún: usar su propia velocidad para abrir otras posibilidades?
Breve genealogía del aceleracionismo
La intuición ya estaba en Marx, cuando señalaba que el capitalismo creaba sus propias condiciones de superación. Deleuze y Guattari retomaron esa lógica en El Anti-Edipo, proponiendo una «desterritorialización» que empuje los límites de los sistemas. En los noventa, Nick Land llevó esta idea al extremo: acelerar el capitalismo hasta su autodestrucción.
Pero no todos los aceleracionistas comparten esa pulsíón destructiva. Srnicek y Williams, desde una perspectiva de izquierda, postulan que hay que apropiarse de las herramientas tecnológicas y cognitivas del capitalismo para construir una alternativa postcapitalista. No se trata de colapsar, sino de reprogramar.
Tecnología, deseo y velocidad
La aceleración no es solo técnica: es también afectiva. La ansiedad de tener que responder de inmediato cada mensaje, la compulsión por actualizar redes sociales o el miedo a quedar fuera de tendencia son síntomas de un ritmo que ya no solo exige productividad, sino presencia constante. Nuestra vida emocional está atrapada en la lógica de la inmediatez. Vivimos en una cultura donde el deseo se modela a ritmo de scroll, donde el consumo es inmediato y la reflexión parece un lujo del pasado. La tecnología nos conecta pero también nos fragmenta. Y la velocidad, lejos de liberarnos, puede convertirse en una forma de sujeción.
Como advierte Berardi, la velocidad no nos lleva a la emancipación, sino a la ansiedad. La mente humana, moldeada por milenios de lentitud, no está preparada para el ritmo del capital financiero y los algoritmos de contenido. El problema no es la tecnología, sino el uso que se hace de ella.
El saber como fuerza de producción: el General Intellect
En los Grundrisse, Marx señaló algo que el presente confirma: el conocimiento social, distribuido entre los sujetos, es la nueva fuerza productiva. «El desarrollo del capital fijo indica hasta qué punto el conocimiento social general, el General Intellect, se ha convertido en una fuerza productiva inmediata» (Karl Marx, Grundrisse).
Hoy, con Internet, redes, plataformas colaborativas, vivimos en una era donde el saber colectivo produce valor.
Pero ese saber compartido está siendo capturado. Lo que generamos entre todos -datos, ideas, soluciones- es apropiado por plataformas, bancos, corporaciones. La aceleración del conocimiento no condujo a su liberación, sino a su privatización.
La promesa del conocimiento libre está siendo sofocada por la lógica de la plataforma. El saber como potencia se transforma en saber como mercancía.
En los Grundrisse, Marx señaló algo que el presente confirma: el conocimiento social, distribuido entre los sujetos, es la nueva fuerza productiva. Hoy, con Internet, redes, plataformas colaborativas, vivimos en una era donde el saber colectivo -lo que llamamos General Intellect– produce valor.
Pero ese saber compartido está siendo capturado. Lo que generamos entre todos -datos, ideas, soluciones- es apropiado por plataformas, bancos, corporaciones. La aceleración del conocimiento no condujo a su liberación, sino a su privatización.
Acelerar otra cosa: no el mercado, sino la inteligencia colectiva
Entonces la pregunta cambia: ¿acelerar qué? No se trata de profundizar el ritmo del mercado, sino de acelerar la colaboración, el pensamiento, la invención social.
Como decía Deleuze, pensar es correr. Pero no correr sin rumbo, sino crear nuevas velocidades. Las del arte, la filosofía, la organización colectiva. Esas formas de fuga que no escapan: desbordan.
Internet: promesa, captura y posibilidad
Internet fue, en su origen, una utopía distribuida. Una red sin centro, una inteligencia expandida. Luego llegó la captura: vigilancia, control, economía de la atención. Pero incluso en ese contexto, la red guarda una posibilidad: formas de cooperación que el capital no puede asimilar del todo.
Proyectos de software libre, ciencia abierta, plataformas autogestionadas, como Wikipedia o Linux, que muestran cómo la inteligencia colectiva puede organizarse fuera de los márgenes del mercado: todo eso también es aceleracionismo. No del mercado, sino del General Intellect.
Pensar en fuga
En un mundo que no para, la fuga no es detenerse, sino pensar de otro modo. Crear cortes, abrir grietas. Acelerar lo que nos emancipa, no lo que nos devora.
El aceleracionismo, entendido así, no es un salto al vacío. Es una apuesta por hackear el sistema desde adentro. Con su propia lógica. Con sus propias herramientas. Pero con otro horizonte.
¿Estamos listos para usar la velocidad como una forma de liberación? ¿Podemos acelerar el pensamiento antes de que todo estalle?
Tal vez la verdadera revolución no sea frenar el tiempo, sino reinventarlo.