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Deleuze contra la tiranía de lo mismo

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Por José Mariano. 

La filosofía es la creación de conceptos.
Gilles Deleuze, ¿Qué es la filosofía?

Gilles Deleuze fue un pensador incómodo, un filósofo que se negó a domesticar el pensamiento en fórmulas repetidas. Nació en París en 1925, atravesó la guerra y la ocupación nazi en su juventud, y dedicó su vida a enseñar y escribir, aunque nunca buscó convertirse en un intelectual mediático. A diferencia de Sartre o Foucault, no frecuentaba cafés ni tribunas; prefería la escritura paciente, la conversación íntima, la vida en su biblioteca.

Sin embargo, Deleuze cambió radicalmente la manera en que pensamos la filosofía. Su obra es un intento obstinado por escapar de la lógica de la representación —ese hábito de reducir la realidad a copias de un modelo, a reflejos de una identidad supuestamente estable—. Para él, pensar no era reconocer lo que ya estaba ahí, sino abrir espacio a lo nuevo, a lo que interrumpe, a lo que no encaja.

Su vida terminó de forma trágica en 1995: enfermo de los pulmones, con el cuerpo cada vez más deteriorado, decidió arrojarse por la ventana de su departamento en París. Su muerte fue, en cierto sentido, la imagen brutal de un pensador que nunca quiso quedar encerrado. Murió como vivió: en fuga.

Diferencia y repetición

En 1968, Deleuze publicó uno de sus libros fundamentales: Diferencia y repetición. Allí ataca la obsesión de la filosofía occidental por la identidad, por el “ser” que se repite siempre igual. Desde Platón, nos enseñaron que el mundo es un conjunto de copias más o menos fieles de un modelo original, de una Idea. Lo real debía compararse con un arquetipo; lo distinto era degradación.

Deleuze da vuelta esa tradición. Para él, la diferencia no es una desviación respecto a lo mismo, sino la fuerza primaria de la vida. No existen copias de un original: existen variaciones, devenires, repeticiones siempre distintas. Repetir no es reproducir lo idéntico, sino producir lo nuevo en cada caso.

Su filosofía se vuelve así un elogio de la multiplicidad: del devenir, de la metamorfosis, de lo que no se deja atrapar por categorías rígidas.

Pensar sin imagen

Deleuze habla de “pensar sin imagen”: dejar de suponer que pensar es reconocer, identificar, clasificar. El pensamiento, decía, no nace de la calma de la contemplación, sino del choque, del encuentro con lo que no esperábamos, con lo que nos saca de lugar.

Por eso se alió con el arte, la literatura, el cine: en ellos veía la potencia de lo intempestivo. Kafka, Proust, Beckett, Artaud eran para él no solo escritores, sino experimentadores del pensamiento. En el cine, Deleuze vio la posibilidad de pensar con imágenes, de escapar al dominio del discurso lineal. Su díptico La imagen-movimiento y La imagen-tiempo es uno de los análisis más profundos que se han escrito sobre el cine como forma de pensamiento.

Deleuze y Guattari: pensar en rizoma

En los años setenta, Deleuze se encontró con Félix Guattari, psicoanalista y militante político. Juntos escribieron obras incendiarias: El Anti-Edipo (1972) y Mil mesetas (1980). Allí, la crítica al capitalismo, a la familia nuclear, al psicoanálisis freudiano se combina con un lenguaje experimental, fragmentado, que rompe con la linealidad académica.

El concepto de rizoma es quizás el más conocido de esa etapa: una forma de organización sin centro, sin jerarquía, como las raíces que se extienden bajo tierra. Frente al árbol de la filosofía clásica —que tiene tronco, ramas y raíces únicas—, el rizoma se propaga en todas direcciones, sin orden preestablecido. Así funcionan las ideas, las redes, las resistencias: no desde arriba, sino desde la multiplicidad.

Deleuze en la Argentina de hoy

Pensar con Deleuze en el presente argentino es asumir la intemperie. Vivimos en un país donde la política se empeña en vender certezas precarias: planes de estabilización que duran un mes, discursos que cambian con el viento, promesas que se evaporan en horas. La ansiedad por la identidad —“el pueblo”, “la casta”, “la república”— se vuelve un campo de batalla vacío.

Deleuze nos invita a otro ejercicio: aceptar que no hay modelo al que volver, que no hay original perdido. Solo hay diferencia y repetición: ciclos de crisis y reinvención, cada vez distintos, cada vez nuevos. Y tal vez la potencia esté en esa diferencia, en no resignarnos a lo idéntico.

En tiempos de discursos simplificadores, su filosofía es un antídoto contra el binarismo. Nos recuerda que no hay que elegir entre polos fijos, sino pensar en devenires: entre la opresión y la resistencia, entre lo viejo y lo nuevo, entre lo local y lo global, hay líneas de fuga que no se dejan atrapar por los relatos dominantes.

Una vida en Fuga.

La figura de Deleuze está marcada por el contraste entre discreción y radicalidad. Fue un profesor que nunca buscó brillar en televisión ni en los diarios, pero que escribió algunos de los textos más radicales del siglo XX. Amaba la enseñanza: decía que la filosofía no debía ser solemne, sino experimental, que había que transmitir conceptos como quien contagia una pasión.

Su muerte por defenestración fue un gesto extremo. No hay que leerlo como desesperación, sino como el último acto de un pensador que no aceptaba la clausura, ni siquiera la que imponía su propio cuerpo enfermo.

Fuga. con Deleuze

En FUGA reconocemos en Deleuze un compañero de ruta. Su insistencia en la multiplicidad, en la diferencia, en la fuga frente a lo establecido, nos recuerda que el pensamiento no es repetición servil, sino creación constante.

Frente a un mundo saturado de imágenes, algoritmos que nos devuelven siempre lo mismo, políticas que se disfrazan de novedad pero repiten los mismos gestos, Deleuze nos pide buscar la línea de fuga: lo que se escapa, lo que resiste, lo que inventa.

Su legado no es un sistema cerrado, sino un llamado: crear conceptos que nos permitan vivir de otra manera. No se trata de comprender el mundo para justificarlo, sino de pensar para transformarlo.

Epílogo

Deleuze nos enseñó que pensar es salir de lo que nos atrapa, abrir espacio para lo que todavía no tiene nombre. Su obra es un mapa de devenires, un laboratorio de conceptos que siguen latiendo en cada crisis, en cada protesta, en cada intento de imaginar un futuro distinto.

Murió en fuga, pero su pensamiento sigue proliferando como un rizoma: sin centro, sin clausura, sin final. Quizá la mejor manera de leerlo sea aceptando esa invitación: no buscar respuestas definitivas, sino abrir preguntas que desestabilicen, que incomoden, que creen.

En un país como el nuestro, donde la tentación es siempre repetir lo mismo, pensar con Deleuze es un acto de resistencia. Y tal vez sea también un acto de esperanza.

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