por Ian Turowski.
Lo que no hacemos consciente se convierte en destino. Carl Jung.
Lo que hoy tenemos delante no puede definirse como política. Es una subasta de intereses y favores, un mercado sucio de acomodos y mentiras con el maquillaje corrido. Una pelea a puñalada por la espalda por la torta grande, por el sillón más caro y por el micrófono más adicto.
La política ha muerto. No hay otra forma de decirlo. Se usa como un disfraz que intenta tapar el sol con la mano. Lo que hoy vemos es una guerra rastrera de egos y ambiciones. Una disputa eterna por el poder entre tipos, que ya no saben ni pueden disimular su codicia.
Mientras tanto, la cosa pública —esa que dicen defender— quedó tirada, sirviendo de alimento a las larvas que crecerán devorándola, para luego traerla de nuevo y empezar otra vez con el cuento del tío.
La política hoy es una siniestra eyaculación que engendra lúmpenes que creen haber podido engranarnos con sus títulos y sus apellidos. Es la obscenidad del yo puesta en primer plano, mientras tanto todo se desploma, con una naturalidad que asumimos como inevitable. (Porque verlo como inevitable es más cómodo.)
Esta especie de reptiles se arrastra por el poder, camaleones que cambian de color según la ocasión.
No hay proyecto, no hay responsabilidad, no hay vergüenza. Solo hay hambre. Hambre de cargos, y de negocios turbios. Se venden y se compran entre ellos, capaces de jurar fidelidad y después dar discursos antagónicos de lo que decían creer apenas unos días atrás.
No me vengan a hablar de proyectos, de cambios. No quiero más frases hechas. Quiero que, de una vez, dejemos de nombrarlos como si hicieran algo noble, como si fueran virtuosos y destacables.
La política del servicio real a la comunidad, la de los valores, está muerta. Y sobre su tumba la parca con su guadaña, nos guiña el ojo y se nos caga de risa en la cara.
Si queremos cambiar, lo primero es decirlo sin miedo: esto no es política. Es otra cosa. Esto es una mentira, una mierda y se tiene que terminar.
La sombra nos gobierna.
Esta egocracia, esta degeneración política, esta feria obscena de intereses —existe y nos atraviesa porque lo hemos permitido. Porque hemos preferido negarlo, minimizarlo, taparlo con excusas baratas y falsas esperanzas.
Carl Jung decía: lo que no se hace consciente se convierte en destino. Lo que niegas te somete. Lo que no nombramos crece en la sombra y nos devora desde adentro.
La decadencia política es nuestra sombra colectiva. Una sombra hecha de resignación, de indiferencia, de pactos silenciosos. Y hasta que no la miremos de frente y reconozcamos su existencia brutal, no habrá forma de cambiar nada.
La política no va a volver a ser política mientras sigamos creyendo que no tenemos nada que ver.