Habemus Papam. Otra vez, el humo blanco cruzó los cielos de Roma, pero esta vez el mensaje que lleva consigo no es solo religioso: es político, es cultural, es geoestratégico. La elección de Robert Francis Prevost como nuevo Sumo Pontífice —ahora León XIV— marca un punto de inflexión en la historia reciente del Vaticano y en el complejo entramado de poder que se teje entre la fe y la política mundial.
Nacido en Chicago, pero moldeado en la experiencia pastoral latinoamericana, Prevost parece ser, en apariencia, una síntesis perfecta entre dos mundos: el de la potencia global que lo vio nacer, y el de la tierra que lo convirtió en pastor. Su paso por la diócesis de Chiclayo, Perú, donde vivió por más de una década, le otorgó no solo un dominio fluido del español, sino una comprensión profunda de las tensiones y desafíos de una región históricamente relegada dentro de la Iglesia.
Y sin embargo, hay algo más en juego.
Un Papa estadounidense, pero no del todo
Es la primera vez que un estadounidense ocupa el trono de Pedro. Para muchos sectores conservadores, dentro y fuera del Vaticano, eso bastaría para celebrar: “al fin uno de los nuestros”, dirían. Pero no. Porque León XIV no es el reflejo del catolicismo duro y tradicional del cinturón bíblico estadounidense, sino más bien una prolongación —quizás aún más audaz— del legado de Francisco I.
Prevost fue una de las manos derechas de Jorge Bergoglio en los últimos años, especialmente en la Congregación para los Obispos, donde promovió perfiles pastorales por sobre figuras de poder. Fue nombrado cardenal por Francisco y elevado rápidamente dentro de la Curia, en un gesto claro de confianza política. Su elección, entonces, no sorprende tanto por su nacionalidad, sino por el proyecto que representa: una Iglesia más abierta, más pastoral, más incómoda para los poderes del mundo.
La figura papal como actor global
Más allá de la persona, lo que importa es lo que representa. El Papa no es solo el líder espiritual de más de mil millones de católicos. Es también un jefe de Estado, un interlocutor geopolítico, un emisor de mensajes con impacto global. Por eso, la figura del Papa incomoda. Y más aún, cuando su discurso se aleja del dogma y se acerca a la denuncia social.
Bergoglio lo dejó claro desde el primer día: prefirió los márgenes antes que los palacios, habló de cambio climático en foros internacionales y de justicia económica frente a empresarios. Fue una piedra en el zapato para los conservadurismos del norte global. En especial, para uno: Donald Trump.
Durante su presidencia, Trump protagonizó varios cruces con Francisco, desde temas migratorios hasta el rol de la Iglesia en la política. El ala ultraconservadora del catolicismo estadounidense —que creció en influencia durante esos años— no ocultó su desdén por el Papa argentino. Ahora, con la elección de un Papa nacido en su país, pero formado en otra sensibilidad, el malestar vuelve a agitarse.
León XIV: el Papa de las dos Américas
Robert Francis Prevost llega al papado como una figura de transición y continuidad. Transición, porque consolida un cambio de paradigma que se inició con Francisco: el fin de los pontífices monárquicos y el inicio de papas pastores, cercanos, incómodos para el statu quo. Continuidad, porque su mirada está claramente alineada con la de su predecesor. No se espera un retroceso, sino una profundización.
Lo interesante es que Prevost encarna una bisagra continental. Nació en Estados Unidos, pero su formación teológica y espiritual se dio en el sur. Conoce la pobreza estructural, la religiosidad popular, la complejidad indígena y criolla de América Latina. Pero también tiene llegada a los centros de poder político y mediático del norte. Es, en términos estratégicos, un Papa con acento latino y pasaporte estadounidense. Esa dualidad podría convertirlo en una figura clave para acercar posiciones en un mundo crecientemente polarizado.
No es casual que los medios ya lo bautizaran como el Papa con corazón latinoamericano. No solo por sus años en Perú, sino por su insistencia en que la Iglesia debe “olfatear la calle”, como decía Bergoglio. Porque sin ese vínculo con los pueblos, la Iglesia se vuelve institución vacía.
El peso simbólico del nombre
León XIV. No es un nombre menor. Retoma una línea papal que estuvo dormida desde 1878, cuando murió León XIII, un Papa recordado por su apertura social y su encíclica Rerum Novarum, que fue una de las primeras en reconocer los derechos de los trabajadores. ¿Será una señal de hacia dónde quiere ir Prevost?
En un contexto donde el avance del neoconservadurismo intenta recolocar a la Iglesia en el rol de policía moral de la sociedad, la elección de un Papa que pone el foco en la justicia social, la migración, el medioambiente y los derechos humanos es una respuesta clara. Y no gustará a todos.
El desafío interno: la Iglesia dividida
Puertas adentro, León XIV asume en una Iglesia cada vez más fracturada. Por un lado, los sectores progresistas que vieron en Francisco una bocanada de aire fresco. Por el otro, los tradicionalistas que lo acusaron de diluir la doctrina. La elección de Prevost no reconcilia esas posturas, pero sí deja claro cuál es el rumbo elegido por el Colegio Cardenalicio.
El jueves 8 de mayo, cuando las puertas de la Basílica de San Pedro se abrieron, no solo se anunció la elección de un nuevo Papa. Se confirmó la continuidad de un mensaje que Francisco I sembró durante más de una década: la Iglesia ya no puede seguir siendo un templo de mármol sordo a los clamores del pueblo. Se rompió, sí. Pero en el mejor de los sentidos: se quebraron las estructuras para dejar pasar la luz.
Con la elección de León XIV, el Vaticano reafirma una apuesta por lo humano, lo comunitario, lo vulnerable. En un mundo donde la política internacional gira en torno a la rentabilidad y la fe es usada como trinchera ideológica, el nuevo Papa llega a unir más que a dividir. No es solo un símbolo: es un gesto de resistencia, de ternura estratégica. Y aunque tenga pasaporte estadounidense, su corazón —como el de Francisco— late al sur del mundo.
En tiempos de muros y exclusión, que la Iglesia elija a alguien que hable español con naturalidad y piense desde la periferia, es más que un dato: es un acto político.
Porque incluso en el Vaticano, la geopolítica también se escribe con sotana.