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Reflexiones del por que la gente no siente la baja de la Inflación

Publicado el

por Nicolás Gomes Anfuso.

En la calle, en los medios y en las conversaciones cotidianas, persiste una confusión tan extendida como silenciosa: la diferencia entre que bajen los precios y que suban más despacio. Este malentendido se cuela cada vez que se anuncia una baja en la inflación y muchos interpretan que eso implica una mejora palpable en el bolsillo. Pero no es lo mismo hablar de una inflación que desacelera que hablar de deflación. Y entender esa diferencia es crucial.

La inflación, por definición, es el aumento sostenido del nivel general de precios. Cuando se dice que “bajó la inflación”, lo que en realidad ocurre es que la tasa de ese aumento fue menor que en el período anterior. Es decir, los precios subieron, pero más lentamente. No es un detalle técnico: es el corazón del asunto.

Por otro lado, la deflación es una caída real y sostenida en los precios. Ocurre cuando la inflación entra en terreno negativo. Un mismo bien que costaba $100, pasa a costar $99 o menos. A diferencia de lo que podría pensarse, la deflación no suele ser una buena noticia: puede reflejar una economía que se enfría, donde se frena el consumo y la inversión.

¿Por qué se confunden estos conceptos? Por tres razones fundamentales:

  • La primera es perceptiva. Cuando se habla de una “inflación que baja”, mucha gente entiende que los precios bajan. Pero no: siguen aumentando, sólo que más lentamente.
  • La segunda es práctica. El consumidor no siente una mejora inmediata en su poder adquisitivo. Aunque los precios se muevan más despacio, lo hacen desde un piso muy alto.
  • La tercera es discursiva. La forma en que se comunican estos datos en medios y declaraciones públicas suele ser ambigua o superficial. Se mezclan términos como si fueran equivalentes, cuando no lo son.

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La diferencia no es menor. La inflación decreciente puede indicar una tendencia hacia la estabilidad. La deflación, en cambio, puede convertirse en un síntoma de parálisis económica. En tiempos en que la comunicación económica cumple un rol casi político, usar los conceptos adecuados no es una cuestión de estilo: es una cuestión de responsabilidad.

Los precios, hoy, no están bajando. Siguen subiendo, aunque a un ritmo menor. Entender esta distinción no sólo ayuda a leer mejor los informes de las consultoras privadas sino también incluso las del INDEC. También sirve para tomar decisiones más racionales y no dejarse arrastrar por una sensación que, en el fondo, no se condice con la realidad.

Por último, un factor psicológico juega un papel relevante: la conocida “ilusión monetaria”. Los individuos tienden a centrarse en los valores nominales de los precios, comparándolos con niveles históricos, en lugar de analizar las tasas de variación. Esto genera una percepción distorsionada, especialmente en contextos de inflación alta y persistente, donde los consumidores recuerdan precios significativamente más bajos de años anteriores y no perciben los beneficios de una inflación más moderada.

En mi opinión, esta confusión refleja una desconexión entre los conceptos técnicos y la experiencia cotidiana de los ciudadanos. La desinflación, aunque positiva desde la perspectiva de la política monetaria, no produce un impacto inmediato en el bienestar económico percibido, lo que lleva a malentendidos. Por su parte, la deflación, aunque menos común, plantea riesgos macroeconómicos más severos, como la contracción del consumo y la inversión. Para mitigar esta confusión, sería fundamental mejorar la educación económica y la claridad en la comunicación pública, asegurando que los ciudadanos comprendan las diferencias entre estos fenómenos y sus implicaciones prácticas.

Nicolás Gómez Anfuso

@Jacket_Santos

[email protected]

 

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