por José Mariano.
El secreto de la existencia humana no está solo en vivir, sino en saber para qué se vive. Fiódor Dostoievski – Los hermanos Karamázov
Después de varias editoriales para el semanario, entendí que estábamos intentando describir nuestra circunstancia, la forma en que nos relacionamos con el mundo. Y pensé, analizar lo que nos rodea es importante, pero quizás sea hora de explorar también las posibles consecuencias de lo que vivimos. Esta es una de las conclusiones a las que llegamos.
Todos enfrentamos lo inevitable de vivir en la época que nos toca. Es una certeza imposible de esquivar. Hoy vivimos bajo un mandato implícito que nos gobierna, necesitamos estar siempre informados, sin saber bien para qué. Más informados, siempre buscando más. Consumimos noticias genéricas, virales, desligadas de cualquier finalidad concreta. Y con eso estamos listos para indignarnos de forma absolutamente inútil, para disentir desde el otro lado de la pantalla.
Cada día abre con un desfile de noticias que nos llegan crudas, sin filtro, directo al nervio. Nos lanzan tragedias globales, miserias locales y escándalos mediáticos como si fueran parte del mismo menú. Todo mezclado, sin jerarquías, sin tiempo para entender ni metabolizar. Hoy un accidente en Tucumán, mañana una imagen de Gaza devastada, pasado una familia intoxicada por monóxido de carbono, o diputados gritándose en la cara. En el medio, un influencer hace un sketch político sobre la inflación, el dólar blue sube tres pesos y alguien filma cómo la policía golpea a jubilados en una marcha. Y nosotros, entre el horror y la risa, seguimos deslizando el dedo. Así vamos construyendo la nueva normalidad: un estado de saturación moral donde el espanto ya no espanta, apenas entretiene.
Y de tanto verlo todo, de tanto saberlo todo, algo se rompe en nosotros. Nos vamos curtiendo. Cada noticia es urgente, cada causa exige tomar partido. Hay que estar de algún lado: con unos o con otros. Cada indignación necesita su emoji, y claro, su réplica ingeniosa, efectiva y efímera. Así, el músculo moral -ese que hacía a nuestros abuelos o padres reaccionar, levantarse, gritar o marchar -se desgasta, no por falta de uso, sino por sobrecarga. Cuando todo indigna, nada indigna. Nada moviliza. Y cuando el dolor se vuelve cotidiano, la conciencia se blinda sola para no estallar.
Nietzsche insistía en el peso muerto de los valores heredados, esa moral de rebaño que anestesia la voluntad y nos corrompe. Byung-Chul Han mostró cómo la sociedad del rendimiento nos devora desde adentro, exigiéndonos más y más hasta vaciarnos. Pero lo que vivimos hoy es todavía más perverso, una fatiga moral, un cansancio visceral que no nace del esfuerzo físico ni del estrés del trabajo, sino del desfile permanente de tragedias que pasan frente a nosotros como en una pasarela sangrienta. Nos convertimos en consumidores seriales del sufrimiento ajeno. Lo vemos, lo comentamos, lo compartimos… y al minuto lo olvidamos para hacer espacio al siguiente horror. O a la siguiente escena del absurdo cotidiano. Porque si te detenés un segundo, nada tiene sentido. Vivimos felices en el teatro del absurdo, somos Sísifo contento volviendo por su piedra.
Y mientras tanto, el verdadero poder observa, complacido por una victoria que siente definitiva. Porque tal vez el gran triunfo del poder contemporáneo no sea gobernarnos con miedo, ni someternos con balas o algoritmos, sino con cansancio. Una mezcla de cinismo y desidia que lo cubre todo. Porque un pueblo exhausto ya no distingue lo esencial de lo accesorio, lo justo de lo aberrante, lo necesario de lo urgente. Un pueblo así acepta por igual que los niños coman de la basura, que los viejos mendiguen medicación o que los gobiernen con lo que sobra de un saqueo sin fin.
Miramos todo eso con la misma indiferencia con que revisamos el pronóstico del tiempo. Como algo inevitable, como si el mundo siempre hubiera sido así y no pudiéramos hacer nada para cambiarlo. Quizás la gran verdad que nos dejó Mark Fisher es que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. No por ideología, sino por pura falta de creatividad para regalarnos -y dejar- un mundo mejor.
Pero cuidado, lo peligroso no es perder la capacidad de indignarse. Lo verdaderamente delirante es perder el criterio para saber cuándo indignarse. Y terminar justificando lo que antes nos habría parecido inadmisible, o peor aún, celebrando lo que deberíamos combatir. Ahí, en ese punto exacto de agotamiento moral absoluto, el poder se vuelve invencible. Ya no tiene nada que temer. Porque un pueblo en esas condiciones no conspira, no cuestiona, no se organiza. Solo sobrevive. Arrastra los pies, murmura su hartazgo y hace chistes para no llorar de sus vergüenzas. Pero no cambia nada.
Tal vez por eso, ahora más que nunca, necesitamos rescatar un espacio donde pensar todavía sea posible. Donde el vértigo informativo no nos arrebate la conciencia. Donde podamos volver a preguntarnos por el origen de nuestros valores. Donde la urgencia no colonice cada pensamiento. Porque si no reconstruimos ese lugar íntimo e intransferible donde definimos lo intolerable, terminaremos celebrando la barbarie como si fuera un logro civilizatorio.
Quizá ese sea el fin último de la fatiga moral, no destruirnos por la fuerza, sino quebrarnos desde adentro. Hacernos confundir el abismo con paisaje.
Fuga existe para ofrecer, aunque sea por un instante, un respiro fuera de lo establecido, fuera de lo urgente, fuera de la agenda, fuera de eso que nace condenado a desaparecer en unas horas, o a lo sumo en pocos días.
Para crear un lugar donde pensar todavía sea posible, justo y necesario.
Bienvenidos a la Edición 16.
Esto es Fuga.
Excelente relato Doctor. Gran verdad celebramos lo que deberíamos combatir.
Buen día Jose, leí y releí tu fantástico comentario y reelección sobre la crisis moral y empachamiento de los medios para someternos a crímenes, tragedias y problemáticas de guerra , crudeza y tantas más malas noticias ,
Tu comentario es real y espectacular ,y para no desperdiciar nada,lo leí muchas veces ,un abrazon enorme amigo querido.
CARLOS DIAZ
Excelente! Como siempre
Tan real como cierto,vivimos en una nube de confusión sin saber que queremos ni para donde vamos,éste tipo de articulo debería replicarse más seguido para que algún día logre despertarnos de una vez por todas!!! Graciasss jose!!!!
Esa sensación de agotamiento moral que muchos venimos sintiendo, pero que cuesta poner en palabras. Vivimos expuestos a tanto, todo el tiempo, que ya nada nos conmueve del todo. Entre la urgencia, la indignación y el sufrimiento, vamos perdiendo la capacidad de pensar, de filtrar, de sentir con profundidad.
Gracias José, por poner en la mesa estos temas que nos hacen reflexionar sobre nuestros días…
Excelente análisis José, tan real y actual que nos interpela a pensar en cada momento histórico y explorar lo profundo de la situación actual, que a veces solo nos queda lo efímero.
Qué texto potente y necesario. Es imposible leerlo sin sentir una mezcla de lucidez y desgarro, como si alguien hubiese puesto en palabras esa incomodidad silente que muchos llevamos dentro, pero que no sabíamos cómo nombrar. La claridad con la que describe esta fatiga moral —ese desgaste del alma causado por el bombardeo constante de horrores y absurdos— es una bofetada amable, pero firme. No busca hundirnos en la desesperanza, sino despertarnos.
Admiro profundamente la valentía de esta reflexión, porque se atreve a decir lo que muchos piensan pero callan: que estamos agotados, sí, pero no por vagos ni indiferentes, sino porque nos desbordaron. Y sin embargo, lejos de conformarse con el diagnóstico, este texto ofrece algo todavía más valioso: la posibilidad de un lugar donde pensar aún sea posible, donde recordar qué es lo que de verdad importa, donde lo esencial no quede sepultado bajo lo efímero.
Es admirable porque no cae en el cinismo ni en el panfleto. Es una pieza de pensamiento sincero, articulada con belleza y conciencia, que no busca aplausos ni likes, sino abrir un surco para que entre un poco de luz.
Bravo José! Abrazo
Hermosa editorial. Me sentí totalmente identificado. Entendí mi fatiga moral y las búsquedas que eso implica. Gracias
Otra vez exelente José
Y bienvenido Fuga👍💪