por José Mariano.
El Estado es el más frío de los monstruos,
y de su boca sale esta falacia: Yo, el Estado, soy el pueblo.
Friedrich Nietzsche
Este jueves estuve viendo el debate en el Senado, y hay algo que siempre me llama la atención cuando miro una sesión del Congreso. Basta con mirar un rato para darse cuenta de que ese lugar no tiene nada que ver con la vida que llevamos los demás.
Ellos discuten jubilaciones, sueldos mínimos, planes sociales, partidas para hospitales o universidades como quien negocia sobre asuntos que de ninguna manera lo van a perjudicar. Hablan de recortes en remedios para adultos mayores con la misma ligereza con que nosotros decidimos si esta noche comemos fideos o milanesas.
Y no lo hacen por maldad, o al menos prefiero pensar que no es así, aunque no pueda asegurarlo. Lo que sí puedo afirmar es que lo hacen de esa manera porque viven tan lejos de la realidad que no podrían experimentarla aunque lo intenten.
Hace tiempo que la política dejó de ser un oficio público (si alguna vez lo fue en este país) para convertirse en una nueva clase social, por y con derecho propio. Y eso se ve fácil en sus costumbres, en su forma de hablar, y sobre todo, en sus jactancias.
Ellos no se atienden en hospitales públicos. No hacen fila desde las cinco de la mañana en una salita para que los anoten en una lista. No mandan a sus hijos a la educación pública. No rezan para que haya remedios en la farmacia del hospital.
Por eso pueden votar con total tranquilidad un presupuesto que ajusta en salud, en educación o se mete con los jubilados. Porque no van a sentir en la piel. Ni en el cuerpo. Ni en la mesa familiar lo que están votando.
Quizá algún día la gran reforma política que tanto se pregona debería empezar por algo más simple, que todo funcionario público esté obligado a atenderse en un hospital estatal, mandar a sus hijos a una escuela pública, y tener una jubilación normal. Así, antes de levantar la mano para aprobar un recorte, tendrían que pensarlo dos veces. Porque el recorte sería para ellos también.
Y tenemos que decirlo de una vez, si hay alguien que paga esta fiesta interminable de la desmesura del poder estatal en todas sus dimensiones, son los jubilados.
Históricamente siempre fueron la variable de ajuste preferida de cualquier gobierno de turno. Cada tanto nos escandalizamos con aumentos que ni alcanzan para un kilo de carne. Pero pasa rápido. Los medios enseguida salen con otra cosa, y el tema urgente es otro, que por supuesto nunca será resuelto del todo.
El drama es que sólo entendemos la magnitud de esta canallada cuando nos toca a nosotros. Cuando un día, después de toda una vida laburando, nos damos cuenta de que la jubilación no alcanza ni para los remedios. Y entonces si gritamos, pero ya es tarde.
En las últimas elecciones se habló mucho de libertad. Se prometió libertad para todos. Pero terminó siendo, en muchos casos, solo un permiso para desentenderse del otro. Una libertad que no mira al costado, que no se preocupa por el vecino que quedó sin trabajo, ni por el viejo que compra una pastilla sí y otra no. Así, muy velozmente, la libertad dejó de ser una forma de emancipación común para convertirse en una coartada perfecta. Cada cual a lo suyo, aunque el resto se hunda. Y sin darnos cuenta, nos convertimos en lobos que se comen entre sí.
Claro que la culpa no vive solo en los palacios de esa nueva clase social. Vive también de este lado del mostrador. Está en el tipo que cruza en rojo porque «total, no pasa nada”. En el conductor que no respeta al peatón. En el empleado público que disfruta haciéndote ir diez veces por un papel que podría resolver en dos minutos.
También en el comerciante que cobra sin factura. En el cliente que se jacta de no pagar IVA. O en mi preferido, el zorro o agente de tránsito municipal que siempre te espera igual, «plata o multa».
Todo esto pasa porque es un sistema intoxicado. Donde la trampa se celebra como inteligencia y la viveza criolla es sabiduría de la buena. Dónde evadir, colarse o pasar por arriba es casi un deporte nacional.
Lo más curioso es que estoy seguro de que todos sabemos cómo funciona la trampa. Nadie se come el verso de que la política es un templo de virtudes. Nadie cree de verdad que un diputado discuta con pasión moral un artículo que ajusta las pensiones.
Sabemos perfectamente cómo funciona la obra pública, la justicia, el sindicalismo, los contratos con sobreprecios. Y sin embargo, seguimos participando.
Sloterdijk en su libro donde explica qué es la Razón cínica, llamaba a esto “cinismo ilustrado”, esa conciencia moderna que entiende el juego, se ríe de él, y sin embargo lo sigue jugando como si no hubiera alternativa, o encontrando excusas para no dejar de hacerlo.
La crítica se convierte en un clonazepam que calma por un rato, pero no resuelve el problema. Hacemos un meme, un chiste, un comentario ácido en la sobremesa, y si logramos incomodar a alguien, ya sentimos que ganamos algo. Nos creemos lúcidos, diferentes, casi inmunes. Y mientras tanto, todo sigue igual.
Cada calle que se rompe y no se arregla. Cada hospital que se queda sin insumos. Cada jubilado que llora en la farmacia nos habla de un país que se va quedando sin dignidad institucional.
No es que falten recursos. No nos faltan horas ni plata. Nos falta voluntad. Nos falta coraje para exigir que quienes gobiernan vivan como nosotros. Y nos falta vergüenza para dejar de cruzar en rojo, literal y simbólicamente.
Por eso existe Fuga. No para darte tranquilidad ni una coartada. Todo lo contrario, existe para sacudir un poco, para mostrarte que el teatro del poder depende también de nuestros aplausos.
Porque el peor analfabeto político no es el que no sabe, sino el que sabiendo, se burla y sigue viviendo igual.
Por eso seguiremos escribiendo aunque nada cambie. O quizás precisamente por eso.
Bienvenidos a la edición 17.
Esto es Fuga.
Brillante 👏
Estamos tan acostumbrados que hasta nos resulta cómodo y nos sirve como excusa para seguir quejándonos!gracias por aportar para el cambio jose!
Excelente!!! Empecemos a respetarnos y valorarnos exijamos que respeten nuestros derechos.
Excelente reflexión!!!!
-“Porque el peor analfabeto político no es el que no sabe, sino el que sabiendo, se burla y sigue viviendo igual…
Excelente
Muy bueno Jose !!!!
Me pareció genial que sea obligación para los políticos usar solo los servicios públicos y tener jubilación normal (a la edad de jubilarse … y no cobrar 40 años de jubilación)
Excelente llamado a la reflexión.
“Duele ver cómo nos acostumbramos a lo que debería indignarnos”
Excelente reflexión! A veces nos acostumbramos demasiado a este sistema tan intoxicado que nos olvidamos de cuestionarlo y analizarlo mejor. Gracias por ponerlo en palabras!