por María José Mazzocato. Entrevista a Ana Lucía Troncoso, especialista en moda.
La moda ya no es solo arte. Es una guerra simbólica. En la reciente Paris Fashion Week Spring/Summer 2026, el diseñador estadounidense Willy Chavarría transformó la pasarela en una celda abierta. Treinta y cinco hombres con cabezas rapadas, camisetas y shorts blancos —en colaboración con la ACLU— caminaron hacia la pasarela, se arrodillaron con las manos a la espalda y la mirada baja. La imagen fue directa y brutal: una réplica del sistema carcelario más temido de América Latina, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) de El Salvador, ícono de un nuevo orden punitivo que confunde justicia con espectáculo.
El desfile, titulado HURON, visibilizó la represión estatal hacia migrantes en Estados Unidos y Latinoamérica. Chavarría, con más de veinte años de carrera y una fuerte conciencia de su herencia latina, dedicó la colección “a los migrantes presos, no a los criminales”. Replicó gestos reales de detención para interpelar a un público que, por lo general, ve la moda como refugio del confort y la exclusividad. Esta vez, no hubo lujo para mirar: hubo violencia para pensar.
La reacción fue inmediata. Mientras medios como DesignScene celebraban “la resistencia emocional y estética” del desfile, otros lo criticaron como provocación vacía. El presidente salvadoreño Nayib Bukele acusó públicamente al desfile de “glorificar criminales” y ofreció enviar presos reales a Francia “si lo autorizaban”. Elon Musk también opinó desde su cuenta en X: “Si se perdona al lobo, se sacrifican las ovejas”. En pocas horas, una performance de moda se convirtió en una disputa internacional.
Y es que la imagen tocó un nervio incómodo: ¿puede la moda representar el sufrimiento sin apropiárselo? ¿Puede denunciar sin estetizar el dolor? ¿Dónde termina la pasarela y empieza la política?
Como Alexander McQueen con colecciones como Highland Rape o Plato’s Atlantis, Chavarría juega con el límite entre performance, moda y violencia simbólica. Pero mientras McQueen se sumergía en sus propios miedos, Chavarría dispara hacia afuera, hacia los sistemas de control, las redadas del ICE, la criminalización de la pobreza y la deshumanización sistemática. Ambos crearon incomodidad, pero el mexicano lo hace desde una urgencia social y concreta.
Para profundizar en esta ruptura que genera, entrevistamos a Ana Lucía Troncoso, especialista en moda, quien aporta un análisis claro sobre por qué este desfile desató tanto revuelo. “Willie viene a marcar un quiebre. Lo hace profundamente político. Elige la semana más conservadora, la más visible, para romper una esencia. No es la primera vez que lo hace, pero esta vez fue más crudo, más directo”, explica. Para ella, el impacto es doble: sacude las formas y también el fondo. “Uno quiere sentirse identificado con lo que ve en la pasarela. Pero muchas veces encontramos hegemonías, lo correcto, lo blanco y lo pulcro. Chavarría incomoda porque interpela desde lo que el sistema excluye”.
Troncoso también propone una mirada histórica: “Antes, en los años 40 y 50, predominaba la alta costura, lo hecho a mano, lo exclusivo. Luego vino el prêt-à-porter, el ready to wear. Y con eso, la democratización. Las marcas norteamericanas empezaron a plantarse con su propio lenguaje, dejando de mirar a París como único faro. Así nació la disputa y llegó la famosa Batalla de Versalles, una batalla de moda entre diseñadores neoyorquinos y parisinos”. Desde entonces, las Semanas de la Moda se han convertido en terreno de disputa cultural. Y, aunque la Semana de París sigue siendo la más conservadora, también es la más observada. Por eso, agrega Troncoso, “no sorprende que elija ese escenario para exponer lo que molesta: lo que la moda tradicional no quiere mirar”.
Y deja una frase que funciona como bisturí para entenderlo todo: “La ropa es evidencia. El sistema de la moda quiere alejarte, vende una ilusión”. Es decir, si mirás de cerca, la ropa no disimula: revela. Lo que sos, lo que podés pagar, lo que te dejan ser.
El desfile de Chavarría obliga a pensar si la moda puede seguir siendo solo superficie en un mundo que pide profundidad. ¿Es arte político o vanidad travestida de justicia? ¿Es provocación vacía o resistencia real?
Lo cierto es que la pasarela de HURON no buscó agradar, buscó acusar. Denunció con los códigos del lujo lo que el lujo suele ignorar: la cárcel, la exclusión, la racialización, la pobreza. Mostró cuerpos normalmente marginados dentro de un sistema que celebra cuerpos perfectos, delgados y silenciosos. Tal vez ahí radique su potencia. En incomodar a quienes siempre se sintieron cómodos.
Desde París hasta San Salvador, pasando por los hashtags en redes sociales de millonarios que opinan desde sus jets privados, la moda dejó de ser solo lentejuelas. Se volvió espejo. Uno que no siempre devuelve imágenes deseadas.
Y como señala Troncoso, “La ropa por si sola no dice nada, necesitas de un emisor para que plantee una incognita y eso lo debe recibir un receptor, que se interpele ese mensaje” . Willy Chavarría eligió hablar fuerte.
Esta vez, la pasarela se convirtió en protesta. Una protesta vestida de blanco
Excelente abordaje sobre una industria que muestra lindas flores, pero que en sus raíces más profundas esconde luchas de poderes y egos. No por nada el Diablo se vistió de Prada.
Que la industria más «superficial» incomode es parte del mérito. Porque si la moda solo sirviera para agradar, sería solo adorno. Pero cuando denuncia y se involucra, se vuelve lenguaje.
Muy buena nota!!!
Excelente Nota.
Muy buena nota! Esta semana de la moda vino a incomodar a hacerle frente a situaciones actuales que ocurren en el mundo!
Increíble lo que puede llegar a impactar en el ámbito político la industria de la moda sobre todo la interpretación de la misma y el mismo debate de ver «lo crudo» o simplemente la realidad
Muy buena nota!!
Excelente nota ! Muy clara , muy precisa
Excelente nota! Muy controversial