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La dictadura que no se fue

Publicado el

por Enrico Colombres.

La dictadura que no se fue, el poder real que no votaste y todavía manda

Mientras vos votás con fe en la democracia y te enojás en las redes con políticos que vienen y van, hay una maquinaria que no cambia, una casta que no necesita elecciones para sostener su poder.

Bruno Napoli la llamó, con precisión quirúrgica, la dictadura del capital financiero, y no es una metáfora ni un título literario: es una descripción cruda de una realidad que se arrastra desde la última dictadura militar en la Argentina y que sigue viva, operando desde las sombras, manipulando los destinos del país con absoluta impunidad.

Esta casta no viste bandas ni usa estafetas, no se expone en campañas, no debate en televisión ni recorre barrios. Su influencia es más sutil, y por eso más letal. Está compuesta por funcionarios privados, tecnócratas, banqueros y cuadros que atraviesan gobiernos sin que nadie los haya elegido, sin rendir cuentas, sin pasar jamás por las urnas.

Napoli, en su libro e intervenciones audiovisuales, ofrece un mapa del poder real: explica cómo organismos como la Comisión Nacional de Valores, el Banco Central o el sistema de deuda externa fueron diseñados desde los años oscuros del terrorismo de Estado para garantizar una estructura de dominación económica que no depende de los vaivenes políticos. Esa estructura permanece intacta, disfrazada de modernidad, operando con leyes creadas por dictadores y ratificadas por democracias débiles. Y lo hace gracias a este grupo financiero que se adapta como el agua, que cambia de nombre, de rostro, pero nunca de función. Su tarea es perpetuar la lógica del endeudamiento, blindar al sistema financiero y operar desde un lugar de aparente neutralidad técnica que, en realidad, es profundamente ideológico y concentrador.

Se ve con claridad que la dictadura militar no fue solamente un plan de represión y desapariciones, sino también un laboratorio donde se instalaron las bases legales de un modelo de saqueo financiero. Hoy esas bases siguen en pie, y nadie parece tener el coraje de derribarlas.

¿Será porque para hacerlo hay que enfrentar no a un presidente o a un partido, sino a una red de intereses transnacionales con sede en Wall Street, en el FMI, en los despachos de las calificadoras de riesgo y también en oficinas del microcentro porteño? No hay patriotismo en esa pelea, no hay banderas flameando ni multitudes marchando. Hay papeles, números, firmas, sellos. Hay una violencia burocrática y fría que destruye economías sin necesidad de disparar una sola bala.

Y hay una dimensión clara como el agua: el trabajo pedagógico que acompañó a esta transformación estructural. Tras la masacre de la dictadura vino un adoctrinamiento más silencioso, pero no menos efectivo. Una operación cultural que transformó a buena parte de la clase media en una cadena de transmisión del discurso neoliberal.

“Hicieron una gran tarea pedagógica”, afirma Napoli con ironía y lucidez.

Se moldeó a ese sector social para que repitiera sin cuestionar que liberar los capitales iba a atraer inversiones. Y aunque eso no se cumplió en cinco décadas, el mensaje sigue vigente y es creído por millones.

Ese convencimiento no es ingenuidad, es resultado de una estrategia. Los medios de comunicación, los ataques al pensamiento, a ciertos espacios académicos y políticos, trabajaron en sintonía para instalar que el consumo individual, la propiedad privada y el odio al Estado son signos de modernidad y progreso.

Así se gestó un sujeto cipayamente funcional, que aplaude su propio empobrecimiento si eso viene disfrazado de orden, mercado o eficiencia. Que se vuelve receptivo a discursos de odio, meritocráticos, racistas o clasistas, porque ha sido formado para creer que el problema siempre es el otro, nunca el sistema.

Parece chiste, pero empecemos enumerando cosas que compra la clase media para querer parecer de clase alta. Ahí lo tienen, empiezo yo: “el discurso de la derecha”.

¿Y vos qué hacés frente a eso?

¿Creés que todo se resuelve eligiendo entre un político y otro? ¿Pensás que el problema es tal o cual decisión de gobierno? Tal vez sea hora de reconocer que el problema es más profundo, estructural, incómodo.

Que votamos dentro de un sistema cuyas reglas no escribimos nosotros, sino ese grupo de capital financiero. Que cuando cambia un ministro de Economía no cambia el rumbo, sino apenas el intérprete de una partitura que ya está escrita desde hace décadas, de la cual ya te aprendiste la melodía. Y si cambia la letra, la sabés. Porque el “payaso plin plin” también es el “feliz cumpleaños”. Por si no lo notaste: estamos en la misma, papilo, en la película El día de la marmota.

Mientras discutimos slogans de campaña, ellos firman contratos, refinancian deuda, diseñan leyes, acuerdan beneficios, fijan tasas, controlan el crédito, desfinancian el Estado y se aseguran de que nunca tengamos suficiente soberanía como para tomar decisiones que les afecten.

Y en este contexto, la deuda externa no es un hecho aislado ni una mala gestión: es el núcleo del dispositivo creado para tal objetivo. La deuda es la cadena que ata a los pueblos y los vuelve obedientes. No hay gobierno que pueda ser verdaderamente libre si debe responder a los intereses de quienes lo financian.

Por eso, cada renegociación, cada nuevo acuerdo con el Fondo, cada refinanciamiento no es un respiro, sino una vuelta más de tuerca en una maquinaria que ajusta siempre hacia abajo. Y lo más perverso es que esto se presenta como inevitable, como si endeudarse fuera el único camino, como si pagar con hambre fuera natural, como si resignar políticas públicas fuera un precio justo por seguir siendo parte del sistema financiero global.

Técnicos, no electos

Pero hay más. Estos grupos financieros no solo imponen su agenda, sino que se ocultan con maestría. Actúan en las sombras, no se presentan como poder, sino como solución: técnicos, asesores, economistas, consultores que aparecen con fórmulas mágicas y lenguaje incomprensible para convencernos de que no hay alternativas.

Hablan de déficit, de equilibrio fiscal, de metas de inflación, pero jamás mencionan el hambre, el desempleo o la desigualdad. Usan palabras como si fueran fórmulas matemáticas incuestionables, y ahí reside su principal fortaleza: en lo gris del discurso y su complejidad, en el blindaje discursivo, en el anonimato.

¿Qué sociedad va a animarse?

La pregunta entonces no es qué gobierno va a resolver esto, sino qué sociedad va a animarse a mirar al poder real de frente, a desenmascararlo, a entenderlo.

Esto no es una tarea fácil: requiere voluntad, estudio, conciencia, organización. Requiere dejar de creer que el enemigo es siempre visible y aceptar que muchas veces se esconde detrás del banco que te ofrece un crédito, del diario que opina sobre la inflación o del economista que habla con tono doctoral en la tele.

Requiere, en definitiva, dejar de ser ingenuos.

Como decía Marco Aurelio, emperador y filósofo estoico:

«Tenés poder sobre tu mente, no sobre los eventos externos. Date cuenta de esto y encontrarás la fuerza.»

Esa frase, tan simple como contemporánea, aplica perfectamente al presente argentino. No podemos controlar la existencia ni los límites de estos grupos financieros, pero sí podemos dejar de ser cómplices pasivos. Sí podemos dejar de mirar para otro lado. Sí podemos preguntarnos qué papel jugamos en esta obra.

No se trata de demonizar al sistema financiero en sí, sino de identificar dónde está el verdadero poder y cómo opera sin control democrático. Porque un poder que no rinde cuentas, que no es elegido, que no puede ser removido, que no se somete a la voluntad popular, no es un poder legítimo: es dominio.

Y ese dominio está naturalizado. Nos hemos acostumbrado a vivir con él como si fuera parte del paisaje, como si no hubiera alternativa. Pero hay alternativa. Solo que exige esfuerzo, ruptura, incomodidad. Exige, sobre todo, coraje para dejar de fingir que todo se trata de política, cuando en realidad se trata también de economía, y más precisamente, de quién la maneja y con qué fines.

Democracia o simulacro

Si la democracia no puede tocar los intereses del capital financiero, entonces es una democracia mutilada.

Si la justicia no investiga cómo se generaron las deudas ilegítimas externas en dictadura y en democracia, entonces es una justicia servil.

¿O sea, en serio siguió funcionando la Corte Suprema en dictadura? ¡Sí, señores: cómplices!

Y también, si los medios no exponen a quiénes redactan las leyes económicas, entonces son otros cómplices del silencio.

Y si nosotros no hablamos de esto, entonces no somos ciudadanos. Somos apenas consumidores con un derecho cuestionable a indignarnos.

Bruno Napoli nos interpela directamente, mirándonos a los ojos. Nos dice que la historia no terminó. Que la dictadura no fue solo militar ni se fue en 1983. Que hay una continuidad sutil y persistente en las estructuras del poder real. Nos está invitando a salir del relato cómodo y a pensar el presente con crudeza.

Nos incomoda. Y eso está bien. Porque solo en la incomodidad hay posibilidad de despertar, y solo en el despertar hay posibilidad de transformación.

Entonces, ahora que lo sabés…

¿Qué vas a hacer?

¿Seguir mirando el noticiero como si todo fuera una novela?

¿O vas a empezar a preguntarte quién escribe realmente el guion que te obliga a trabajar más, ganar menos y agradecer que todavía no te despidieron?

Pensalo bien. Porque mientras vos te debatís entre la resignación y la esperanza, ellos siguen firmando acuerdos, dictando políticas, garantizando que el futuro ya esté escrito.

Y ese no es un buen futuro.

La pregunta final es simple y brutal:

Si el poder está en manos de quienes no se presentan a elecciones, ¿entonces en qué clase de sistema democrático vivimos?

 

8 COMENTARIOS

  1. Escritura pensante, que invita a entender el más allá de las cosas, con fundamento en la realidad que atravesamos. Felicitaciones y sobre todo gracias.

  2. Después de haber sido una potencia post segunda guerra mundial, no cabe ninguna duda que la devastación fue sistemática y perfectamente diseñada. Me preguntó cuánto tiempo más falta para alcanzar la lucidez, pero con tanto discurso tecnócrata incomprensible para la mayoría de la ciudadanía, y acompañado de medios de comunicación cómplices, no está cercano. Gran descripción , gracias

  3. Tu nota no deja dudas, Enrico. Nos empuja como debe hacer el pensamiento crítico a mirar dónde no queremos mirar, el poder real no vota, no se expone y, sin embargo, lo decide todo. Le diste nombre y mapa a una maquinaria que muchos prefieren llamar “contexto” para no tener que responsabilizarse. Mostrás que la deuda no es un error de gestión, sino un dispositivo de dominación. Que el neoliberalismo no es un modelo económico, sino una pedagogía del sometimiento. Gracias por ponerle palabras a esa incomodidad que flota pero no se nombra. El texto huele a verdad. Y por eso arde.

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