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EL SÍNDROME DE GESTAR

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Por Daniel Posse. 

No todo es lo que parece, no todo lo que parece es. Los espejismos se venden como espejitos de colores. Las estafas pueden florecer en todos lados y de todas las formas.

La mentira más común es aquella con la que las personas se engañan a sí mismas.
Friedrich Nietzsche

El juego se vuelve cada día más fértil y más pródigo; la tecnología potencia las astucias y estrategias a la hora de estafar o aprovecharse del otro. En ese juego, la I.A. parece haber venido a satisfacer los deseos más irrisorios y más potenciales, en ese vaivén que implica obtener los recursos de otro. Nada parece imposible en el continente de la reproducción de voces, de imágenes que ayuden a cumplir propósitos delictivos. Allí, en esa trama, caen jubilados, docentes y hasta eruditos. Creo que el terreno para que esto ocurra viene creciendo y resignificándose desde siempre. Es verdad: los métodos son más sofisticados, y a la vez, más y más recurrentes. Los tiempos del avatar y de la I.A. se han vuelto voraces.

Pero para empezar a dilucidar qué quiero decir con el “Síndrome de Gestar”, primero voy a aclarar qué es y qué significa un síndrome. Es un conjunto de signos y síntomas que ocurren juntos y sugieren la presencia de una enfermedad o condición específica. En medicina, pero también se puede aplicar en otros campos: son un conjunto de patrones de características que, al presentarse en conjunto, indican una afección particular. No implica una causa única ni una enfermedad definida, sino más bien un grupo de manifestaciones que a menudo se observan juntas.

El término “síndrome” puede aplicarse a diversas áreas: desde la medicina y la genética hasta la psicología y las ciencias sociales. En cada ámbito, su significado y aplicación pueden variar, reflejando la complejidad y la evolución del concepto. En este texto en particular, intento buscar y mostrar a quienes creen poseer —o ser portadores— de este síndrome y que, por eso, se vuelven esenciales (o creen volverse) en el campo social, y sobre todo en las actividades de fomento, desarrollo, visibilidad e inclusión de los bienes culturales y de quienes los producen. Pero que, en cambio, desde ese trabajo incursionan en la estafa, en la mentira, en el vedetismo propio, y viven a costa del esfuerzo, del talento, del trabajo y de las ilusiones de un grupo de artistas. No estaría mal si recibieran cierto rédito y hubieran hecho el trabajo. El problema es que venden espejismos.

También me parece pertinente aclarar el término “gestar”, porque para entender en conjunto qué significan y qué determinan ambos conceptos, es necesario saber qué implica esa palabra. La palabra en sí significa “llevar algo encima”, o “llevar de acá para allá”. Si entendemos ese significado, quizá podamos comprender el universo que implica “gestar” en el ámbito de la industria cultural y el arte. No es que no entienda que la gestión y saber gestionar no sea importante en todos los demás ámbitos; lo es. Pero en particular quiero hablar de este tipo de gestión.

Desde hace un tiempo —o quizá desde siempre, pero hoy abundan como una peste— proliferan personajes circenses, o payasescos, que engañan los anhelos artísticos de un colectivo para usarlos y, con el tiempo, mostrar solo sus cuerpos parasitarios (hablo de los supuestos gestores), y seguir alimentándose de ese colectivo, haciendo un daño feroz. Pululan visibilizándose, haciendo circo todo el tiempo, apropiándose del trabajo de otros y generando la idea de que todo el esfuerzo de los artistas y de la industria cultural fue posible gracias a ellos. Entonces se vuelven referentes. Y muchas veces lo logran: se ubican como intermediarios entre el Estado y los productores de bienes culturales, entre los artistas y el mercado, y alimentan la idea de ser esenciales, para vivir a costa de quienes producen y de los andamiajes que muchas veces el Estado construye para sostener y desarrollar la industria cultural. Debemos reconocer que poseen la habilidad de estar siempre en el momento justo como para posicionarse, y desde allí programar sus actividades parasitarias. Esto no quiere decir que no existan gestores de verdad. Los hay. Pero en el territorio inmenso del hacer cultural, deberíamos saber separar la paja del trigo.

La observación del uso del andamiaje

Observemos. Miremos qué hacen, qué han hecho, y veremos cómo poco a poco fueron usando los andamiajes que brindó y brinda el Estado para autosostenerse ellos, y en muchos casos para sacar réditos electorales o económicos. Es casi seguro que fueron obteniendo subsidios que se consumieron y nunca llegaron a mostrar una evidencia palpable del uso de esos recursos. Yo, en particular, los he visto armar proyectos fantasmas, como supuestas cooperativas, supuestos espacios culturales que al final quedan en la nada misma. Ni hablar del uso y usufructo de los bienes artísticos, que venden o comercian sin jamás dar cuenta del uso de los mismos. Ojo, también podemos observar que en muchos casos se camuflan de supuestos productores de arte, pero que al final nunca avanzaron en concreto porque la mediocridad de sus herramientas ha hecho imposible el avance de ellos en la producción del bien artístico en sí. O la proliferación de fundaciones —también fantasmas— que solo se usan para obtener recursos o beneficios personales. No quiero decir que no existan fundaciones, asociaciones civiles u ONG que de verdad hacen un trabajo extraordinario. Estoy tratando de hacer visible un vicio que se ha expandido ante las crisis de los últimos tiempos. Estoy tratando de mirar mejor y comprender el panorama.

Tal vez la crisis —no solo económica, sino también moral y ética— es lo que ha hecho que proliferen estos personajes, que siempre han existido, pero que ahora la tecnología nos puede mostrar de forma más visible. En esa vastedad también están los que supuestamente te ayudan a publicar un libro. Jamás una crítica, una mirada, un consejo para mejorar la formación o la escritura. Sería interesante alguna vez investigar o publicar la enorme lista de fundaciones o supuestos gestores: de qué viven, cómo hacen las cosas. Vuelvo a decir: separar la paja del trigo se vuelve cada vez más esencial en una sociedad y en un colectivo cada día más sumergido en la desolación y el abandono.

Entiendo que un artista no necesariamente posee las capacidades para vender su arte o promocionarse. Aquí me parece interesante desarrollar la mirada de la industria cultural y entender la función que hacen los agentes, o los verdaderos comerciantes de arte, los curadores, los marchands. Y claro está, hacer el esfuerzo para educar a una sociedad, enseñándole que los bienes culturales no se hacen gratis, que implican esfuerzo y tienen un valor en sí, para el mercado y para la sociedad. Porque otro error que se comete muchas veces es poner a un artista exitoso en la función de gestor cultural, porque no necesariamente sabe gestionar —o solo sabe hacerlo para sí mismo.

La estafa parece estar a la orden del día, incluso en un ámbito en el que se cree —de forma mitológica— que la sensibilidad y lo simbólico deberían implicar otra cosa. No es así. Muchas veces, ser popular es sinónimo de “malo”. Mucha gente —en mi caso en particular— me ha pedido que les regale mi último libro. Yo me he negado a hacerlo, porque entiendo que si pagan por el pan, y por una consulta médica, también deberían pagar por mi trabajo. Después de todo, mi capital de trabajo no deja de ser mi intelecto y ciertas destrezas en el uso de la palabra. Cuando algún político o dirigente me ha pedido lo mismo, mi respuesta ha sido más contundente: —Pague.

Creo que ese cambio de paradigma también debería dejar de anclarnos en viejos modelos o ideas, como esa de que cuando un producto artístico —llámese libro, cuadro, obra de teatro, etc.— se consume, necesariamente es “malo”. Lo comercial no siempre lo es. Ser exitoso no es pecado. No vender, quizás sí lo sea.

Sería interesante que, desde el andamiaje que hace el Estado, los objetos y bienes culturales puedan salir a la sociedad y no anidar en espacios encriptados donde solo los pintores se ven entre sí, o los escritores se leen entre ellos. Nada más. Bueno, cuando no se leen a sí mismos todo el tiempo y no leen ni escuchan a otros.

Cambiar los paradigmas debería ser un esfuerzo colectivo, y reinventar un nuevo modelo también. El capitalismo y el mercado, por lo menos para mí, no son enemigos de la industria cultural local. Ahora todos quieren ser gestores. Bueno, casi todos. Yo me niego a serlo. La manada de personajes simiescos —por no decir otra cosa— enlaza con el único arte que saben usar bien: el discurso manipulador. Y las víctimas caen como moscas en una red, movidas por la ceguera de la ilusión.

El síndrome de gestar se ha propagado como una peste hambrienta que devora las buenas intenciones. Tal vez la escritura sagrada nos dé cierta claridad:

El camino al infierno está plagado de buenas intenciones.
Toda mentira de importancia necesita un detalle circunstancial para ser creída.

1 COMENTARIO

  1. Imaginar un mundo sin intereses particulares es una entelequia amigo. Sino mira esta guerra gestada por unos cuantos que no le importa el sufrimiento de un niño….de una madre o padre a la que le mataron el hijo con tal de dejar tabla raza para sumar m2 de superficie.

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