por José Mariano.
El hombre, ese soñador definitivo, no ha dicho su última palabra.
André Breton.
El ensueño es la obra de un ser que vive en la luz de lo posible.
Gaston Bachelard.
El hombre parece condenado a intentar acomodarse en ideas, propias o impuestas. Cada acción, consciente o inconsciente, está atravesada por el azar y la incertidumbre de algo que excede cualquier análisis. Ahí donde terminan las formas del ser en la ciencia, comienza el ser de la vida. Poder espiar por encima de lo cotidiano y ver eso que nos hace ser —pero sin ser del todo— es lo que nos empuja, una y otra vez, a subir la piedra a la cima de la montaña. No hay una relación perfecta entre las cosas como son y como deberían ser. La existencia está repleta de sinrazones razonables.
El sueñalismo nace en ese intersticio. Es un desenmascarador del ser que se refleja en el espejo, un enfrentamiento interior que busca sacar afuera la potencia que transita por dentro, lo que queda de vida en el silencio. Busca la forma de cada cual para que cada uno encuentre lo que se ha perdido en sí mismo, arrancado por la vorágine cotidiana o por las fuerzas externas que quieren definirnos desde afuera, silenciando aquello que grita en silencio y clama por lo posible.
Poder reconocerse por fuera de las construcciones dispuestas y de las formas dadas es el comienzo de cualquier escape, el inicio de todo punto de fuga. Reconocer el ser por fuera de lo que es o debe ser es la primera ruptura. A partir de ahí comienza el re-reconocimiento, justo cuando se dispara lo imposible, cuando lo que comienza no busca un fin cerrado, sino un final siempre abierto.
Aquí no tratamos de muchos, sino de pocos. No se insiste con lo posible: se abraza lo imposible. No se busca encontrar un sitio: cualquier lugar está bien. La indiferencia se convierte en el arte de reconocer lo que no tiene importancia; es otra forma de soñar despierto, de perderse en abstracciones que buscan encontrarse en lo disperso.
El sueñalismo es una forma pura que vagabundea en el silencio del inconsciente. Vive sin necesidad de reconocimiento, existe sin otro, sin origen, sin pasado ni futuro. Es consecuencia del azar de lo premeditado; donde los sueños de la razón engendran monstruos, el sueñalismo recupera la libertad perdida en la miseria del hombre institucionalizado. No hay motivo que no se mueva por un deseo, pero el sueñalismo es un efecto sin causa: lo reprimido, lo archivado en el silencio, aquello que no puede racionalizarse y, sin embargo, puede transformar una existencia.
Aquí no hay sistemas estables, sino búsqueda perpetua y cambio continuo. Reconocimiento de lo oculto, despertar en la oscuridad donde los ojos no sirven de nada. Continuamos la búsqueda de la excepción a la regla general y reconocemos también lo perdido de lo individual. Escuchamos las respuestas del silencio, comprendemos en lo corriente lo que se pierde, dejamos que el flujo chorree por la existencia.
Sírvanse un vaso y beban, aquí comienza el sueñalismo y no hay vuelta atrás.