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¿Quién me atrevo a ser?

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Por Gabriela Agustina Suárez.

Hay momentos en los que la vida se detiene. No afuera, sino adentro.

Preguntas que no traen respuesta inmediata se quedan ahí, latiendo en silencio, hasta que nos animamos a mirarlas de frente.

¿Quién me atrevo a ser?

Vivimos en un mundo que exige definiciones rápidas: nombre, título, estado civil, logros, metas. Como si ser alguien fuera completar un formulario. Pero detrás de esa superficie ordenada se esconde el caos. Y en el caos, la sospecha de que nadie nos enseñó realmente a existir.

La sociedad dicta mandatos invisibles: “llegar a ser alguien”, alcanzar el éxito, sonreír aunque duela. La familia aporta raíces, pero también herencias intangibles: miedos, expectativas, la presión de no decepcionar. Los amigos, en cambio, nos ofrecen otro espejo: jugamos a tenerlo todo bajo control, pero compartimos silenciosamente el territorio de la duda. Y ahí aparece la tensión: ¿somos quienes queremos ser o quienes otros necesitan que seamos?

A veces, esa tensión se hace visible en lo cotidiano: la sonrisa fija en la foto de redes sociales, el “todo bien” automático en la oficina, la mesa familiar en la que ocultamos las preguntas más íntimas para no incomodar. Nos habituamos a actuar un papel, como si la vida fuese un escenario permanente. Pero ¿qué pasa cuando el telón cae? ¿Quién queda cuando se apagan las luces?

Las responsabilidades visibles —trabajo, estudios, proyectos— son apenas la superficie. Las invisibles, más duras, consisten en sostenernos cuando el ruido interno amenaza con desbordarnos. Nadie nos prepara para esa tarea: convivir con uno mismo.

El verdadero conflicto no está afuera. Está en la mirada que nos devolvemos.
¿Estoy eligiendo mi vida o simplemente la estoy habitando?
¿Mis deseos son míos o heredados?
¿Cuánto de lo que persigo es autenticidad y cuánto miedo a no pertenecer?

El existencialismo lo dijo sin rodeos: somos libres, pero esa libertad es una condena. No hay manual universal, ni destino prefijado. La angustia nace de saber que nadie puede vivir en mi lugar. Cada decisión —incluso no decidir— es construcción o renuncia.

Quizás, entonces, la pregunta no sea “¿quién debo ser?”, sino “¿quién me atrevo a ser?”.

Ser no es encajar, sino sostenerse. No es cumplir expectativas ajenas, sino asumir elecciones, incluso las equivocadas, incluso las incómodas. Nuestras contradicciones no son fallas: son parte de lo que nos hace humanos.

Camus decía que hay belleza en el absurdo. No porque la vida tenga un sentido oculto, sino porque somos nosotros quienes lo creamos, instante a instante, acto tras acto. Tal vez la verdadera responsabilidad esté ahí: inventar significado en medio del vacío.

No habrá una versión definitiva de nosotros mismos. Somos movimiento, ensayo, error, búsqueda.

Ser, entonces, no es llegar.
Es resistir.
Es elegir.
Es seguir preguntando, aun sabiendo que las respuestas nunca alcanzan.

Y en esa incertidumbre, en esa fragilidad, en esa libertad que asusta…
ahí empieza, de verdad, la posibilidad de ser.

Atreverse no es un gesto grandilocuente: a veces es decir que no, pedir ayuda, cambiar de camino, admitir la fragilidad, empezar de nuevo. Atreverse es sostener la mirada cuando todo invita a bajar los ojos.

Atreverse a ser es, quizá, el acto más silencioso y más revolucionario que nos queda.

2 COMENTARIOS

  1. Hermosa nota. Me llegó y concuerdo con esas ideas. A veces creo que el cuestionamiento propio es una repuesta a lo que los demás esperan de nosotros, el responder, el luchar; algo que los demás crearon sobre nuestra imagen y como respondemos a ella.
    Gran escritora amé 💋

  2. Me encantó el desarrollo, y me hizo parar y buscar en mi ser donde estoy y mis fuerza,…. muy buen punto de evalución, me encantó y sobre todo de gran ayuda para todos en todo momento. GRACIASSSSSSS por filosofar

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