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Alberdi y Rosas

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Por Fabián Soberón.

Hacia el final de Mi vida privada (Autobiografía), Alberdi cuenta que siente cerca el peligro de la muerte, que él conoce otros casos de persecuciones a intelectuales y políticos que han osado diferir con Rosas. Y que por eso piensa que Rosas puede eliminarlo. Alberdi teme por su vida y por eso decide huir. La presurosa fuga y su recuerdo conforman un episodio central en el laberinto sinuoso que dibuja su relación con Rosas. Esta secuencia cinematográfica de su autobiografía configura el primer eslabón de una serie de episodios que jalonan las relaciones entre él y Rosas. Este es, para mí, un momento clave de su vida y del país: ocurre en 1838.

Alberdi acusó a Rosas de tirano en diversos escritos: entre otros, en el famoso Fragmento preliminar al estudio del derecho y en La República Argentina treinta y siete años después de su revolución de mayo. Como otros miembros de su generación, Alberdi repudió el despotismo de Rosas. Pero a diferencia de ellos, vio en él una figura que no debe eliminarse. De alguna forma, entendió que Rosas es un producto de su pueblo, que Rosas es la imagen del país, que no podría existir sin las condiciones que presenta la Argentina: “Como todos los hombres notables, el desarrollo extraordinario de su carácter supone el de la sociedad a la que pertenece. Rosas y la República Argentina son dos entidades que se suponen mutuamente: él es lo que es porque es argentino; su elevación supone la de su país; el temple de su voluntad, la firmeza de su genio, la energía de su inteligencia, no son rasgos suyos sino del pueblo. La idea de un Rosas boliviano o ecuatoriano, es un absurdo. Solo el Plata podía dar por hoy un hombre que haya hecho lo que Rosas”.

Esto escribe Alberdi en 1847. A diez años de su rápida huida, se ha modificado, parcialmente, su imagen del tirano. Rosas no es el culpable de todo lo que se le acusa. No es el único responsable del mal. Es un reflejo del país, un fenómeno argentino. Aquí, en este ensayo, se anticipa el vuelco final. Aquí, Alberdi prefigura la visión diferente, especular, que tendrá de Rosas después de conocerlo en Inglaterra. Diez años más adelante, Rosas no será una mera pared sino un espejo en el cual podrá encontrar un tenue reflejo de sí mismo.

En 1857, Alberdi se encuentra en Inglaterra con Rosas. Después de años de enfrentamientos, de décadas de reconocerse en las letras de los periódicos, Alberdi habla, en una noche imborrable, con el temible bárbaro de Buenos Aires. Y sobre ese encuentro memorable, Alberdi escribe una crónica. Alberdi es un hombre maduro, el hombre que ha vivido la mitad de su vida fuera del país y Rosas ya no es el aguerrido tirano, el caudillo poderoso. Rosas es el débil farmer, el pobre y olvidado granjero que vive al lado de las gallinas y de unos pocos caballos en la solitaria tierra inglesa.

El encuentro entre Alberdi y Rosas ocurre en 1857, en Inglaterra, y es el otro momento clave en la historia de este laberinto. Podría decir que se trata de un episodio de reconciliación. Como una anticipación de Roberto Arlt, Alberdi escribe una crónica de su encuentro, una especie de aguafuerte londinense: “Al ver su figura toda le hallé menos culpable a él que a Buenos Aires por su dominación”.1

En la crónica de Alberdi de 1857, el viejo y olvidado farmer es un confuso espejo para el tucumano. Ambos hombres, agotados por el fárrago inútil de la vida, han viajado, han perseguido, a su manera, la república ideal y han perdido frente a sus oponentes. De alguna forma, se parecen. Dicho de otro modo: tienen más elementos en común que diferencias. Y Alberdi se apiada de Rosas. Hay una compasión, una pasión compartida: “Al verle le hallé más viejo de lo que creía, y se lo dije. Me observó que no era para menos, pues tenía sesenta y un años”. Y unas líneas más abajo, afirma: “No es ordinario. Está bien en sociedad. Tiene la fácil y suelta expedición de un hombre acostumbrado a ver desde lo alto el mundo. Y, sin embargo, no es fanfarrón ni arrogante, tal vez por eso mismo, como sucede con los lores de Inglaterra: las más suaves y amables gentes del país”. Alberdi compara a Rosas con un lord. Dice que Rosas se comporta como un amable lord inglés. ¿Dónde ha quedado la ruda imagen del bárbaro, la terrible estampa del tirano cruel? Y agrega al final: “Después de Balcarce ningún porteño me ha tratado en Europa mejor que Rosas…”

¿Qué ha sucedido en esa reunión? ¿Piensa Alberdi de Rosas lo mismo que antes, en su romántica juventud? ¿Los años han apaciguado el árido rostro salvaje? ¿Qué ha sucedido con el brazo de hierro del hombre más temido por los unitarios? ¿Sólo la reunión con Rosas ha modificado esa imagen? Evidentemente, Rosas ya no es el único autor del mal. Rosas ya no “hace el mal sin pasión”. Rosas es un hombre amable, un caballero, un lord, un campesino agudo y locuaz, alguien que habla inglés con las damas –aunque no lo haga del todo bien–, alguien con quien Alberdi comparte algunos puntos de vista.

Alberdi fue funcionario, fue legislador por Tucumán. En algunos escritos parece repudiar el rol del intelectual. Y en otras páginas valora ese rol en la vida política. Rosas es un hombre de acción, un caudillo, una fiera, podríamos decir, en el imaginario de ciertos opositores. Pero es un hombre que ha escrito un diccionario de lengua indígena y que habla inglés mejor que Mitre. Mitre no habla inglés. El traductor de la Divina Comedia, el gran erudito, no maneja el inglés. Y Rosas escribe un diccionario y habla con las damas la lengua del imperio. Considerando los matices, ambos van a morir despreciados. Ambos serán la cifra futura, el orgullo irredento, de sucesivas generaciones. En eso también se parecen. Y por los matices y las contradicciones, son dos modelos en la historia política argentina.

Quiero quedarme con dos escenas: una despedida y una espera. Alberdi no escribió la despedida pero sobrevuela en el humo de la historia, está suspendida en el aire. En 1857 Rosas y Alberdi se dan la mano. Sin furia, sin rencor, se dan la mano y se despiden. Alberdi sigue su camino, su exilio interminable. Rosas, sentado en el patio de tierra, con la solitaria compañía de un caballo desgarbado, espera la muerte. Pienso que estas escenas resumen y proponen, de alguna forma, dos modelos en la historia política argentina.

 

1 La crónica “Rosas (en el destierro)” fue publicada bajo el apartado “Dos entrevistas históricas”. Esta crónica casi olvidada es el modelo estético y secreto (anticipatorio) de la novela El farmer, del escritor argentino Andrés Rivera. Se trata de un modelo desplazado ya que en la crónica de 1857 tenemos el punto de vista de Alberdi y en la novela de Rivera se

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