Por María José Mazocatto.
El derecho internacional es derecho en cuanto regula la conducta de los Estados, pero carece de un órgano central que garantice su cumplimiento.
Hans Kelsen.
¿Ha muerto el orden mundial?
¿Qué pasa cuando las reglas que juramos respetar ya no significan nada?
El Derecho Internacional nació del espanto. Tras Auschwitz e Hiroshima, los Estados entendieron que el siglo XX había llevado la barbarie a un punto de no retorno. Nuremberg, la Carta de la ONU, los Convenios de Ginebra: todos fueron intentos de establecer un límite universal, una promesa de que la dignidad humana debía estar por encima de la fuerza. Durante décadas, ese horizonte sostuvo la ilusión de un orden basado en reglas compartidas. Hoy, Gaza muestra que esa promesa se desmorona.
La nueva ofensiva israelí sobre la ciudad de Gaza no solo deja un rastro de destrucción sin precedentes, también desnuda una verdad incómoda: el Derecho Internacional Público, ese conjunto de principios que supuestamente protegía a los más vulnerables y regulaba la guerra, hoy parece un libro viejo y olvidado en la estantería de la diplomacia.
Mientras Israel justifica su incursión alegando autodefensa y necesidad de seguridad, y Hamás continúa lanzando ataques indiscriminados contra población civil, la comunidad internacional debate… pero no actúa. Entonces, ¿estamos presenciando el fin del orden mundial tal como lo conocimos?
El gobierno de Benjamin Netanyahu aprobó un plan militar para ocupar la zona más densamente poblada de Gaza, desplazando potencialmente a un millón de personas. El objetivo oficial es establecer un “perímetro seguro” y entregar luego el control a un gobierno árabe “no hostil”.
Pero la ONU, la Unión Europea y múltiples ONG advierten que esto no es otra cosa que un golpe mortal a la legalidad internacional, con el potencial de convertirse en una de las mayores catástrofes humanitarias de las últimas décadas. ¿La respuesta de Israel? Que actúa “dentro de la ley” y que las bajas civiles son “daños colaterales inevitables”.
En teoría, las normas son claras: prohibición de ataques contra civiles, protección de hospitales y escuelas, respeto a corredores humanitarios. Pero en la práctica, las imágenes de barrios arrasados, hospitales destruidos y periodistas muertos circulan a diario… sin consecuencias reales.
La Corte Internacional de Justicia emite medidas provisionales. La Corte Penal Internacional anuncia investigaciones. Y nada cambia. Los vetos en el Consejo de Seguridad paralizan cualquier acción vinculante. Las potencias, ya sea apoyando a Israel o a la causa palestina, usan el derecho como un arma retórica, no como un límite.
La crítica yace en ambos lados. Israel ha convertido el principio de “proporcionalidad” en un cheque en blanco, reinterpretando la ley para justificar bombardeos masivos en zonas civiles. Hamás, por su parte, ha violado de manera sistemática el Derecho Internacional Humanitario: ataca indiscriminadamente, utiliza infraestructura civil con fines militares y toma rehenes. La tragedia es que los civiles palestinos e israelíes pagan el precio, mientras sus líderes usan el lenguaje legal como escudo y espada.
Si el siglo XX soñó con un orden global basado en reglas, el XXI demuestra que el verdadero patrón es la capacidad de imponer tu narrativa y tu fuerza militar. Hoy, un Estado con aliados poderosos puede actuar casi sin límites; un grupo armado con control territorial puede desafiar a una potencia sin que nadie lo detenga.
El resultado es la ganancia: las normas se aplican solo si conviene. Los crímenes se denuncian, pero no se sancionan. Y la legalidad internacional se convierte en un teatro diplomático.
Lo que ocurre en Gaza no se desarrolla solo en el frente militar: también ocurre en las redes sociales, donde las imágenes y videos generan una batalla de narrativas tan intensa como la guerra misma. En los foros internacionales, las resoluciones se redactan con lenguaje ambiguo para no incomodar a los aliados estratégicos. Y en las calles laten las protestas masivas que exigen “justicia para Gaza” o “seguridad para Israel”… pero ninguna de esas demandas se traduce en acciones concretas.
La pregunta nos incomoda: ¿y si ya no hay reglas?
La gran disyuntiva para académicos, diplomáticos y ciudadanos es aceptar lo que tal vez ya ocurrió: que el Derecho Internacional Público dejó de ser una barrera real y se ha transformado en un decorado de legitimidad para quienes saben manipularlo. Y si eso es cierto, la pregunta es brutal: ¿qué impedirá que la próxima guerra, en cualquier parte del mundo, siga el mismo patrón? ¿Quién protegerá a las víctimas cuando la ley sea solo una cita en discursos y comunicados?
La ofensiva en Gaza es más que un conflicto local: es un espejo de lo que le espera al planeta si el orden mundial colapsa definitivamente. El dilema es claro: reconstruir un sistema legal global con autoridad real y sin privilegios para las potencias, o aceptar que la fuerza y la geopolítica son las únicas reglas que cuentan.
Porque hoy, desde las ruinas de Gaza hasta las salas de Naciones Unidas, lo que se ve no es justicia… sino un vacío.
Y en ese vacío, el que tiene poder, gana. Y cuando el derecho se reduce a teatro, no colapsa solo una norma: colapsa la promesa misma de que la dignidad humana puede estar por encima de la fuerza.
Uff.. este artículo deja una sensación inquietante observar cómo lo que se suponía firme y estable puede ceder frente a la fuerza, la estrategia o los intereses de quienes la ejercen. Hay algo perturbador en esa fragilidad, que las normas, las estructuras y los principios que deberían sostener justicia y equilibrio a veces se convierten en un decorado mientras la realidad sigue su propio curso. Queda la impresión de que al final, la diferencia la marcan quienes tienen el control, y que la verdadera fortaleza de cualquier sistema no está solo en sus reglas, sino en la voluntad de respetarlas.
Muy buena redacción!💫
Excelente reflexión, mirada constructiva de un mundo en completa pudrición.
Saludos estimada licenciada.
Que lindo leerla siempre.
Licenciada, no vi que había otra nota suya, la sigo desde sus inicios, muy feliz que mi alumna haya logrado este nivel de profundidad académica, excelente reflexión. Excelente compromiso como profesional y como comunicadora…
Sin duda lo mejor de esta autora es estar donde esta.
A seguir por mas.
Mis felicitaciones