Por Enrico Colombres.
El poder es fuerte porque produce efectos de verdad.
Foucault.
En la Argentina, las conspiraciones nunca se manifiestan abiertamente: siempre se enmascaran como maniobras judiciales “ejemplificadoras”, con operativos televisivos o titulares idénticos que se propagan en todos los portales como si siguieran un guion preestablecido. ¿Casualidad? Lo que acontece con el gobierno actual emana el aroma de las operaciones a gran escala, de movimientos en un tablero que exceden la política local y revelan hasta dónde alcanzan las manos ocultas que dirigen los hilos del poder.
Lo más notable no es solo el contenido de las acusaciones ni la seriedad de la información filtrada desde la Casa Rosada, sino el hecho —sin precedentes— de que absolutamente todos los medios, incluso aquellos que hasta hace poco blindaban al presidente, decidieron amplificar la misma historia. Esta simultaneidad no es accidental: es la señal más clara de que algo mucho más grande está en juego.
Hace poco, el jefe de Estado gozaba de una cobertura mediática casi impenetrable. Se lo presentaba como un outsider carismático, una estrella de rock política capaz de desafiar el statu quo sin mayores cuestionamientos. Sus contradicciones, insultos y gestos autoritarios eran justificados en nombre de su autenticidad. Los medios le daban espacio, convirtiendo su vehemencia en rating. Pero esa etapa parece haber concluido de forma abrupta. La misma prensa que antes celebraba sus arrebatos ahora reproduce, sin titubeos, la imagen de un gobierno acosado, bajo sospecha y vulnerable. La pregunta es inevitable: ¿qué motivó a los grandes medios a soltar, de un día para otro, la mano del presidente que ellos mismos ayudaron a construir?
En este contexto, la medida cautelar que busca silenciar la difusión de audios relacionados con la crisis emerge como una pieza más de esta coreografía. Un análisis legal serio muestra que es profundamente inconstitucional, violando el espíritu y la letra del artículo 13 del Pacto de San José de Costa Rica, que protege la libertad de expresión y prohíbe la censura previa. Más que buscar justicia, esta herramienta judicial parece servir a un propósito mayor: controlar la narrativa y evitar que cierta información perturbe el relato que se busca imponer.
La versión que circula en las redes sociales, interpretada por muchos como la explicación de esta crisis, la presenta en términos de una conspiración global. La hipótesis es provocadora: no se trata de una jugada interna del kirchnerismo ni de la oposición local, sino de una operación más sofisticada con origen en el exterior. Los indicios que apuntan en esa dirección son significativos. Por primera vez en la historia argentina se divulgaron audios internos de la Casa Rosada que exponen la desorganización y las debilidades del poder. Esa clase de información no se obtiene con un par de militantes resentidos: requiere inteligencia, logística y recursos que superan con creces las capacidades de cualquier partido político nacional.
Si aceptamos esta premisa, el panorama cambia radicalmente. No es el mandatario contra “la casta”, como le gusta proclamar, sino el mandatario enfrentado a sectores de poder transnacionales que lo consideran prescindible o, incluso, una amenaza. Lo que está en discusión no es una disputa menor por cargos o candidaturas, sino la orientación estratégica del país en el escenario mundial. Argentina sigue siendo un objetivo codiciado: su litio, su energía, su agua dulce, su posición geopolítica en el Atlántico Sur. Cuando un gobierno, por más singular que sea, amenaza con alterar los equilibrios que benefician a las grandes potencias, la reacción es inmediata.
La historia argentina está llena de episodios similares. Ningún golpe de Estado ni cambio drástico de dirección se explicó jamás solo por factores internos. Desde la caída de Perón en 1955 hasta el “corralito” de 2001, siempre hubo intereses extranjeros acechando detrás de las crisis. Lo novedoso es la modalidad que adoptan estas operaciones en la era digital: ya no se ven tanques en las calles, sino información filtrada, titulares coordinados y un bombardeo mediático que socava la legitimidad de un gobierno sin necesidad de disparar un solo tiro. La guerra moderna se libra en el campo de las percepciones, y la percepción que hoy se busca instalar es la de un presidente acorralado, rodeado de traidores, incapaz de mantener el control.
En este contexto, la advertencia de Séneca en De Vita Beata resuena con fuerza: “Quien se somete a la corrupción, ya está traicionado por sí mismo”. Esta frase adquiere vigencia porque la corrupción no siempre se manifiesta en dinero en sobres; también puede ser la sumisión ante intereses ajenos, la resignación a que la verdad se negocie en los titulares. Y esa corrupción, silenciosa pero letal, abre la puerta a conspiraciones que ya no necesitan ocultarse tanto.
Es casi ingenuo seguir creyendo que el periodismo actúa como guardián de la democracia. Lo que se observa estos días es una coreografía impecable donde cada medio, sin importar su línea editorial anterior, baila al mismo compás. Esta coincidencia no surge de la casualidad ni del compromiso con la verdad: es producto de la obediencia a intereses que, en esta ocasión, decidieron dejar de respaldar al experimento libertario. Y lo hacen justo antes de las elecciones, cuando las encuestas muestran un rápido desgaste del gobierno y un clima social que se acerca al límite de la paciencia.
La pregunta fundamental es por qué ahora. ¿Qué error imperdonable cometió el presidente para que lo abandonaran quienes lo protegían hasta hace poco? Una posibilidad es que la acumulación de sus exabruptos dejó de ser funcional a los intereses económicos que lo sostenían. Otra, más inquietante, es que nunca fue más que un fusible: un actor prescindible que cumplió el rol de desmantelar la política tradicional y que ahora, tras ser utilizado, debe ser reemplazado por una figura más sumisa y predecible. La repentina exposición de su hermana, hasta ahora pieza clave del aparato presidencial, parece confirmar que el ataque no solo va dirigido a él, sino a su círculo íntimo.
No debemos engañarnos: cuando todos los medios dicen lo mismo a la vez, la pluralidad es una ilusión. Lo que existe es una decisión coordinada para imponer un relato y erosionar la base de poder de un líder. Hoy le tocó al presidente, pero mañana podría ser cualquiera. Lo alarmante es que, como sociedad, seguimos aceptando este juego de forma pasiva. Nos sentamos frente a la pantalla, consumimos el espectáculo de los operativos, repetimos los titulares como si fueran verdades indiscutibles y no notamos que detrás de cada maniobra hay un laboratorio que moldea lo que debemos pensar y sentir.
La democracia argentina se enfrenta, una vez más, a un momento crítico. No se trata de salvar o condenar a un mandatario: se trata de reconocer que los resortes clave del poder ya no se deciden en las urnas, sino en despachos donde convergen medios de comunicación, agencias de inteligencia y capitales internacionales. Cuando estas fuerzas se ponen de acuerdo, ningún voto es suficiente para revertir la operación. Y cuando todos los medios repiten al unísono la misma melodía, la única incertidumbre es hasta dónde estamos dispuestos a seguir bailando, porque tienen mucha música para seguirnos bailando.
La reflexión final es inevitable: ¿somos conscientes de que esta democracia se ha vuelto rehén de conspiraciones que se nos presentan como simples noticias? ¿O preferimos seguir creyendo que el enemigo es siempre un partido político local, un dirigente de turno o una disputa interna? La realidad, aunque duela, es que los verdaderos titiriteros rara vez se muestran. Y mientras debatimos quién filtró los documentos o quién fue el traidor, quienes realmente manejan el poder ya están planificando el siguiente acto. Son ese poder detrás del poder. La pregunta, cruda y vital, es qué rol estamos dispuestos a asumir: ¿el de espectadores distraídos o el de ciudadanos capaces de romper el guion establecido?
Ay algunas cosas q no llego a entender
Me puede explicar
Que bien poder tener fuentes de informacion independientes, que ayuden a enfocar en lo que importa, en la esencia no la apariencia.
Gracias a la editorial, al periodista Colombres en especifico por tan acertado punto de vista y desarrollo, y a todos aquellos que son sensibles a cuidar a nuestro pais. Slds.
La lengua castellana es muy rica en expresiones idiomáticas, creo que esta editorial es muy clara. Vivimos en nuestro país donde se diluyeron los valores que, a costo de Sus propias vidas,nos inculcaran nuestros Próceres.
No entiende, el que no quiere entender.-