Por José Mariano.
Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo ‘tal como verdaderamente fue. Significa apoderarse de un recuerdo tal como relumbra en un instante de peligro.
Walter Benjamin.
Walter Benjamin murió en septiembre de 1940, en Portbou, un pequeño pueblo de la frontera pirenaica entre Francia y España. Huía de la Gestapo, llevaba consigo un visado precario y una maleta que contenía un manuscrito del que nunca más se supo. El cruce por los Pirineos debía conducirlo a Lisboa y desde allí a América. Pero las autoridades franquistas le cerraron el paso. Convencido de que sería entregado a los nazis, Benjamin decidió ingerir una dosis letal de morfina. Su cuerpo quedó enterrado en un cementerio anónimo, pero su pensamiento sobrevivió en la forma de una advertencia; la historia no es la marcha triunfal que nos cuentan, sino una acumulación de ruinas que nos empuja hacia adelante sin que sepamos qué hacer con ellas.
Ese diagnóstico se condensa en sus célebres Tesis sobre la filosofía de la historia. Escritas en medio del exilio y la persecución, estas páginas son un testamento intelectual. Allí aparece la imagen que se volvió universal: el ángel de la historia. Benjamin lo imagina con el rostro vuelto hacia el pasado, los ojos desorbitados, las alas desplegadas. Pero lo que ve el ángel no es un progreso luminoso, sino un campo interminable de ruinas. Cada acontecimiento histórico deja tras de sí fragmentos, vidas destrozadas, promesas incumplidas. El ángel querría detenerse, recomponer lo destruido, despertar a los muertos. No puede. Una tormenta lo arrastra de espaldas al futuro. Esa tormenta, escribió Benjamin, se llama progreso.
La potencia de esta imagen radica en su inversión. Lo que en la modernidad se nos presenta como destino —el progreso indefinido, la fe en que todo avanza— Benjamin lo muestra como catástrofe. El progreso no es una línea ascendente, es un viento huracanado que barre con todo: pueblos arrasados, culturas borradas, cuerpos sacrificados en nombre de la civilización, la industria o la modernización. Y sin embargo, al contarse la historia, las ruinas quedan invisibles y solo se celebran los “logros” de los vencedores.
Ese huracán lo conocemos bien en Argentina. Cada semana, un nuevo anuncio se proclama como la salvación, un plan económico, una reforma institucional, una promesa educativa. La política televisada y el espiral mediático fabrican la ilusión de que asistimos al presente absoluto. Pero lo que queda tras el paso del viento es más parecido a lo que vio Benjamin: escombros acumulados. Inflación que pulveriza salarios, corrupción que se recicla con cada gobierno, violencia social que se normaliza. Cada discurso de progreso deja detrás su propio cementerio.
En Tucumán la metáfora se vuelve tangible. Se inaugura una obra pública con cintas cortadas y discursos de grandeza, pero a las pocas semanas se transforma en un esqueleto a medio terminar. Escuelas presentadas como “espacios del futuro” donde los techos se llueven y los chicos estudian en aulas precarias. El hospital de Niños, símbolo de la salud pública, desbordado y falto de insumos mientras se multiplican los anuncios de “modernización sanitaria”. Cloacas colapsadas que conviven con slogans de “desarrollo sustentable”. El relato oficial habla de crecimiento, pero lo que vemos en las calles es un catálogo de ruinas.
Benjamin pedía “cepillar la historia a contrapelo”. ¿Qué significa esto? No aceptar la versión pulida que nos ofrecen los vencedores, sino mirar desde los vencidos, desde los olvidados, desde las voces que no entran en el relato oficial. Para él, en plena Segunda Guerra, era resistir a la narración nazi-fascista y también al mito liberal de un progreso inevitable. Para nosotros, aquí y ahora, implica interrogar la puesta en escena cotidiana del presente: ¿qué vidas quedan invisibles detrás del último escándalo político? ¿qué barrios no aparecen cuando se habla de “desarrollo”? ¿qué voces se pierden cuando la farándula acapara los titulares?
En Argentina, la prensa narra el presente como un carrusel interminable, el dólar que sube, el funcionario que promete, la inversión extranjera que nunca llega, el crimen que horroriza. Pero si cepillamos esa narración a contrapelo, lo que aparece es otra historia, la del trabajador que necesita dos empleos para sobrevivir, la madre que espera meses un turno médico, el estudiante que abandona porque no puede pagar el colectivo, la familia que pierde a un hijo en una comisaría y nunca llega a los titulares. Esas son las ruinas que se acumulan bajo la alfombra del progreso.
La enseñanza de Benjamin no es resignación, sino interrupción. El ángel no puede detener la tormenta, pero nosotros sí podemos, aunque sea por un instante, interrumpir el movimiento ciego del huracán. Esa interrupción es crítica, memoria, resistencia. Es mirar en las ruinas no solo el desastre, sino también la posibilidad de otro sentido.
La posmodernidad, que intentó relativizar los grandes relatos y cuestionar la fe en el progreso, también entró en crisis. Su escepticismo terminó por diluir toda esperanza en un horizonte común. La crítica se volvió espectáculo, la fragmentación devino cansancio, el desencanto desembocó en indiferencia. Si la modernidad nos prometió un progreso infinito y la posmodernidad nos ofreció solo esquirlas, hoy estamos frente al desafío de pensar otra salida, una modernidad distinta, que no se sostenga en la marcha triunfal ni en el relativismo vacío, sino en una memoria crítica capaz de rescatar del pasado aquello que aún puede abrir futuro.
En Fuga queremos ser parte de esa interrupción. No creemos en la ficción de que “ya lo sabemos todo” porque lo vimos en Twitter o algún video. No aceptamos que cada nuevo anuncio sea un avance indiscutible. Queremos dar vuelta la escena, leer lo que se oculta en los escombros, escuchar a los que no entran en la versión oficial, rescatar del desastre aquello que todavía puede pensarse y resistirse.
Benjamin escribió: “no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo documento de barbarie”. Nuestro presente confirma esa sentencia. No hay “logro” que no arrastre víctimas ocultas, no hay “modernización” que no produzca despojos. La tarea crítica es no dejar que esas víctimas se pierdan en el silencio, no permitir que el huracán borre la memoria de los derrotados.
El ángel de la historia no puede detener la tormenta. Pero nosotros, en cada acto de pensamiento, de memoria y de crítica, podemos abrir un resquicio. Podemos cepillar a contrapelo el relato oficial y devolver voz a los vencidos. Solo así habrá futuro. Porque no hay porvenir posible si no sabemos qué hacer con las ruinas que heredamos.
Bienvenidos a la Edición 25.
Esto es Fuga.
Impecable José
Brillante José 👏
Querido José creo que este es uno de tus mejores artículos. Un discurso impecable y una reflexión lúcida con ejemplos incuestionables. Nos plantea una mirada interesante sobre el pasado. Mirarlo con realismo documentado en los los hechos. Siempre pensé en eso de mirar el pasado desde los vencidos. Cuando le preguntaron una vez a Maria Elena Whalsh si reconocía que ella pertenecía a una generación «quemada» que había sido derrotada en sus propuestas, ella contestó : Si, me reconozco en una generación «gloriosamente quemada» No rescatar y resguardar lo mejor del pasado puede llevar a perder lo que ganamos. Nada se consigue para siempre. Creimos que los Derechos Humanos estaban conquistados para siempre porque tenian letra en.la Ley y la Constitución, que la esclavitud era una iniquidad superada en la Asamblea del año XIII :»Tdos los hombres nacen libres».Y hoy un un pequeño nazi integrante de este gobierno espantoso proclama la esclavitud para los que nacen en la pobreza y la propuesta que impulsa este modelo desde su » reforma laboral»es terminar con todos los derechos de los trabajadores conquistados por generaciones que dejaron sus vidas para sostenernos. En fin…solo puedo decirte que me ncantó leerte.
Excelente artículo José. No todo destino está sellado. Si Julio César dijo Alea jacta est (la suerte está echada), nosotros respondamos: el dado aún espera en nuestra mano.
Excelente José , este escrito entrelaza la historia de un exiliado , como muchos que conocemos, que partió con su tesoro invaluable, sus pensamientos escritos, y una excelente comparación con nuestros exiliados y la actualidad, en los tres momentos históricos , los nazis están obsesionados en destruir el pensamiento, pero en esos tres momentos la resistencia cambio, cambia y cambiará la historia , aunque sea a costa de nuestras propias vidas
¡Felicitaciones, José! Me encantó tu artículo, la claridad y profundidad con la que trataste el tema son admirables. Da gusto leer reflexiones tan bien argumentadas y que invitan a pensar. ¡Seguí compartiendo tu mirada! Abrazo.
Como siempre José nos haces reflexionar en querer rescatar del pasado lo q puede abrir un futuro.La historia se presenta marcada por la injusticia ,no se ve un camino de progreso continuo,como la cuentan los vencedores,sino una sucesión de derrotas ,silencios y olvidos de quienes fueron oprimidos.Desde esas voces apagadas ,debe partir.la fuerza q traiga la esperanza de un futuro mejor con una fe renovada,asi surgiria una historia diferente más justa y humana.
«Hombres en tiempos de oscuridad» se llama el libro en el que Hannah Arendt cuenta aquella fatídica jornada, en la que Benjamin huye poniendo fin a su existencia, como si él mismo fuera ese angel de ojos desorbitados que busca dejar las ruinas atrás. Si hoy Benjamin leyera tus palabras, sentiría que no ha muerto en vano.
«devolver la voz a los vencidos»: la tarea que tiene pendiente cómo en un mundo de imágenes, la tarea pendiente que tiene pendiente con qué palabras en un mundo de superficies de nylon, a tarea que tiene pendiente la multiplicidad de asociaciones intermedias activas que no sean detenidas con sellos ni estigmatizaciones, la tarea que tiene pendiente hallar la creatividad como mecanismo….y sin kiosquitos.