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¿QUIÉN ES DUEÑO DE LA PAZ?

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Por Maria José Mazzocato. 

La paz no es un estado de naturaleza, que es más bien un estado de guerra; por eso debe ser instituida.

Immanuel Kant, Hacia la paz perpetua (1795)

En el tablero complejo del conflicto entre Israel y Hamas, el reciente plan de paz impulsado por Estados Unidos e Israel busca presentarse como el comienzo del fin de una guerra que ha dejado miles de muertos, desplazados y una Franja de Gaza devastada. Sin embargo, detrás de los comunicados diplomáticos y las mesas de negociación, se despliega un debate más profundo ¿qué entendemos por paz en un escenario donde la violencia es estructural, las asimetrías de poder son abismales y el mismo concepto de paz parece una ficción inalcanzable?

La teoría clásica de la paz, desde Kant hasta Johan Galtung, ha insistido en que la paz no puede reducirse a la mera ausencia de guerra. La paz negativa —el cese del fuego— es apenas un umbral mínimo; la paz positiva implica la transformación de las estructuras que producen violencia, desigualdad y dominación. En ese sentido, cualquier intento de acuerdo que no contemple la reconstrucción social, económica e institucional de Gaza corre el riesgo de ser un simple paréntesis bélico, un alto el fuego temporal más que una solución duradera.

Como advierte la autora Katerina Stefanova, la paz entre un Estado y un grupo armado no estatal enfrenta una dificultad estructural: la asimetría de poder. Hamas, considerado una organización terrorista por Israel, Estados Unidos y la Unión Europea, no negocia desde la misma posición que un Estado soberano. Esta desigualdad altera las dinámicas de la negociación, condiciona sus resultados y muchas veces impide que las concesiones sean recíprocas o sostenibles. La relación de fuerza no sólo se traduce en el campo militar, sino también en el terreno simbólico y político: mientras Israel negocia desde el respaldo internacional y la legitimidad institucional, Hamas lo hace desde la clandestinidad, la fragmentación interna y la dependencia de apoyos externos.

A esto se suma un elemento incómodo pero crucial: la paz, cuando se estructura desde el poder, no beneficia a todos por igual. Los acuerdos suelen estar diseñados para garantizar la seguridad de los Estados, proteger sus fronteras y restablecer el orden que se considera legítimo. En ese esquema, las poblaciones civiles —las más afectadas por la guerra— quedan relegadas a un segundo plano. La paz que se negocia en los despachos diplomáticos rara vez se traduce en justicia para quienes perdieron sus hogares, sus familias o su derecho a la autodeterminación.

Michel Foucault recordaba que la paz es también una forma de poder: quien la define, la administra. En este caso, ¿de quién es la paz que se firma? ¿La de Israel, que busca neutralizar a Hamas y garantizar su seguridad nacional? ¿La de Estados Unidos, que pretende reposicionar su influencia en Medio Oriente? ¿O la de los gazatíes, cuya supervivencia diaria se desarrolla en medio de ruinas, bloqueos y desplazamientos forzados?

La reconstrucción de Gaza, una de las promesas del plan, enfrenta así un doble desafío, tanto material como político. Por un lado, implica un esfuerzo colosal de inversión, infraestructura y asistencia humanitaria para una población traumatizada por años de guerra y aislamiento. Por otro, requiere la creación de instituciones legítimas, representativas y capaces de gobernar el territorio sin ser percibidas como marionetas de actores externos. Sin esta dimensión política, la reconstrucción corre el riesgo de ser vista como una extensión del control israelí más que como un proceso de autodeterminación palestina.

La dificultad se agrava si consideramos la lógica propia de los grupos terroristas, que —según Stefanova— no responden a los mismos incentivos que los Estados. Mientras un Estado puede aceptar compromisos a largo plazo a cambio de seguridad y estabilidad, organizaciones como Hamas construyen su legitimidad sobre la resistencia, el enfrentamiento y la narrativa del sacrificio. La paz, para ellos, puede representar una amenaza a su razón de ser.

En este marco, pensar la paz como un acuerdo firmado es un reduccionismo peligroso. La paz, como señala Galtung, es un proceso dinámico que exige transformar las relaciones de poder, reparar las injusticias históricas y abrir espacios reales de participación política. Mientras estos elementos no estén presentes, lo que llamamos “paz” será apenas una tregua administrada por los más fuertes.

El plan impulsado por Estados Unidos e Israel es, sin duda, un paso relevante. Puede detener las bombas y abrir corredores humanitarios. Pero también puede consolidar el statu quo, institucionalizar la desigualdad y perpetuar la lógica de dominación bajo el nombre de paz.

La verdadera pregunta no es si habrá paz, sino qué tipo de paz se construirá, quién la definirá y quién quedará fuera de ella. En un mundo donde la paz absoluta —como ideal kantiano— parece inalcanzable, pensarla en términos estructurales implica reconocer que no basta con silenciar las armas. Hace falta transformar las condiciones que las hacen inevitables. La paz nace del conflicto y muere cuando le ponemos un dueño.

Alfredo Jaar, The Sound of Silence, 2006. Museum of Contemporary Art, Chicago.

La paz también se administra desde lo visible y lo invisible.

6 COMENTARIOS

  1. Esta vez me dejaste sin palabras, increíble tu redacción queria Maria jose!

    Tenebroso el mundo en el que vivimos…

    Te mando un abrazo.

    Nuevamente solicito que esta mujer escriba un libro!

  2. Querida licenciada, la razón por la cual leo Fuga es iniciar por tus escritos e inundarme de conocimiento (inundarno no como el martes en la provincia 😉)
    Tan sensible, tus palabras son como pequeñas agujas que me pinchan y me informan del mundo tremendo en el que vivimos!

    Estoy mas que agradecida por cada nota tuya.
    Me encantaría que hables de que nos mostraste ayer en el stream! Sobre el fastfashion. Beso

  3. Como siempre que te leo, comprendo cada vez mas por que el mundo esta como esta, por gente como vos, es imposible no pronunciarse licenciada ante un genocidio, sos mas o igual que los otros!

    Liberen a Palestina, dejen de leer esta basura

    • El problema es confundir la reflexión con la complicidad. Pensar no es justificar, es precisamente lo contrario, es negarse a repetir consignas. La columna no toma partido por los verdugos, sino que interroga el modo en que el poder define qué entendemos por paz, por guerra y por justicia. Si renunciamos a pensar cada vez que algo nos duele, terminamos entregándole al poder la palabra que decía resistirlo.

  4. Cómo siempre siempre con notas bastantes interesantes . Licenciada te sigo siempre sos lo.mas. te felicito y me encanta saber que en Tucumán hay gente con este nivel de conocimientos.Mil felicitaciones

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