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El alivio estadístico

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Por Nicolás Gómez Anfuzo. 

No se trata de tener esperanza, sino de no dejarse engañar por ella.
Jean Baudrillard.

El alivio se mide en porcentajes, no en rostros. Cada vez que una cifra baja, un discurso se eleva. En la Argentina, la pobreza parece retroceder, pero lo hace como un espejismo: se aleja apenas lo suficiente para que el poder proclame un triunfo.

Según el Nowcast de pobreza elaborado por Martín González Rozada (UTDT), la tasa habría descendido al 30,7 % entre abril y septiembre de 2025. Es un salto notable frente al 44,9 % del mismo semestre de 2024. Los números sugieren una recuperación: el ingreso familiar total aumentó 64,8 %, superando la suba del 27,6 % de la canasta básica del Gran Buenos Aires.

Pero detrás del dato hay una grieta que la estadística no cubre. Cerca de uno de cada tres argentinos urbanos sigue siendo pobre: más de 9 millones de personas. El número baja, pero la herida sigue abierta.

La fragilidad del alivio

La mejora se sostiene sobre un terreno inestable. La caída de la pobreza responde más a la desaceleración de la inflación y al rebote posterior a un semestre de fuerte deterioro que a un cambio estructural. El Nowcast lo confirma: mientras los sectores medios recuperaron parte de su poder adquisitivo, los hogares más vulnerables registraron incluso una variación negativa de ingresos (-1,58 %). La desigualdad no disminuye, se reorganiza.

En el relato oficial, el descenso del 52,9 % al 30,7 % se lee como redención. Pero la comparación es engañosa: el punto de partida fue un récord histórico. Lo que se celebra hoy es, en realidad, haber dejado atrás la catástrofe de ayer.

El número como relato

Cada época elige sus mitos. En la nuestra, los mitos son estadísticos. Las cifras se transforman en signos de moral pública: si la pobreza baja, se recupera la esperanza; si sube, vuelve el pesimismo. Pero ninguna de esas emociones modifica la vida real de quienes siguen al margen. La pobreza no se mide, se padece.

Reducida a porcentajes, la desigualdad se vuelve un tema técnico, neutral, inofensivo. El gobierno celebra un alivio que no llega a la calle, y la oposición replica con cinismo, como si discutir el hambre fuera una estrategia de campaña.

El fondo de la cuestión

La economía argentina vive en ciclos de euforia y caída, donde cada repunte se vende como resurrección. Pero la pobreza estructural no responde a la coyuntura: es el modo en que el sistema se reproduce. No hay estadística capaz de medir lo que se normaliza.

El desafío, más que reducir el número, sería desactivar el mecanismo que lo necesita. Porque en un país acostumbrado a confundir alivio con progreso, toda mejora sin transformación es apenas una tregua.

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