Por Fernando M. Crivelli Posse.
Método no desorden; disciplina, no caos; constancia, no improvisación; firmeza, no blandura; magnanimidad, no condescendencia.
Manuel Belgrano.
Vivimos una hora decisiva. La superficialidad, la inmediatez y la falta de reflexión estratégica amenazan el destino de nuestra Patria. Hemos confundido ruido con acción, popularidad con liderazgo y promesas con progreso. La política moderna ha reemplazado el pensamiento por la teatralidad, la verdad por el eslogan y la convicción por la conveniencia. Pero la historia enseña que ningún pueblo se levanta sobre los aplausos del momento, sino sobre claridad de propósito, integridad y firmeza. El verdadero progreso no nace del impulso ciego, sino de la mente lúcida y del corazón dispuesto. Sin método, toda buena intención se evapora; sin orden, toda virtud se disuelve. La reconstrucción de una Nación comienza en la mente de quienes piensan y se afirma en las manos de quienes actúan.
Formar ciudadanos reflexivos desde la infancia no es un privilegio de países ricos: es la base de toda República que aspire a perdurar. Kant nos recordó que la educación forja autonomía moral; Platón advirtió que gobernar sin pensar conduce a la ruina. Sin individuos capaces de discernir y asumir responsabilidad, incluso las instituciones más sólidas colapsan ante la primera crisis.
El bienestar infantil es el termómetro moral y político de la Nación. La desnutrición, la educación mutilada y la falta de estímulos culturales o deportivos no son accidentes ni descuidos: son las huellas visibles de una traición prolongada. Son el resultado del abandono del Estado y de clases políticas que, fingiendo ser salvadores, vendieron esperanza mientras hipotecaban el futuro de los más indefensos. Cada niño sin alimento, sin educación o sin horizonte es una derrota de la Patria, una advertencia de su declive. La corrupción y las ideologías manipuladoras no solo desvían fondos o distorsionan contenidos: han esclavizado destinos, apagando vocaciones, sofocando talentos y robando la promesa de vida que cada niño lleva consigo. Cada escuela vacía, cada programa truncado, cada idea tergiversada ata las potencialidades de generaciones enteras, condenándolas a heredar la mediocridad que otros impusieron con cálculo y desdén.
Privar a un niño de su futuro no es un error: es un crimen silencioso contra la justicia, la esperanza y la esencia misma de la Nación. Cada derecho negado, cada oportunidad arrebatada, cada aprendizaje perdido es una puñalada al corazón del país. Restaurar el futuro de los niños no es un acto de compasión: es una deuda sagrada. La infancia no debe ser un territorio de promesas rotas, sino el altar donde se consagre el porvenir. El futuro de la Patria se juega en la infancia. Cada acto que niega libertad, que manipula la educación o roba oportunidades es una traición deliberada. La verdadera reconstrucción exige audacia y justicia: liberar a los niños de las cadenas, garantizarles acceso pleno al conocimiento y a la cultura, y reconocer que en ellos reside el único camino hacia un país libre, sólido y digno. Salvar su futuro es asegurar la supervivencia moral y estratégica de la Nación.
La firmeza institucional es el escudo del Estado. Un gobierno débil o indeciso genera fragilidad; las decisiones tibias abren el camino al desorden. La política no puede seguir siendo espectáculo: debe volver a ser servicio estratégico. Las naciones que perduran no son las más ricas, sino las más firmes, las que no improvisan frente a la adversidad. Reconstruir requiere concentración, método y acción sostenida. Definir metas, planificar con rigor, ejecutar con integridad: ese es el camino que separa la grandeza del fracaso. La obsesión por la aprobación inmediata erosiona la confianza del pueblo. Solo la planificación coherente y la acción consistente garantizan estabilidad y progreso duradero.
El desarrollo no exige borrar el pasado, sino construir sobre él. La historia es herencia viva: cada generación corrige errores, preserva aciertos y refuerza cimientos. Destruir lo anterior en nombre de una modernidad hueca fragmenta la memoria colectiva y debilita el alma nacional. Cada ciudadano tiene una tarea intransferible. La libertad no se hereda: se conquista con acción consciente, con responsabilidad y con valor. La virtud no es un destello, sino una disciplina. La resignación es la antesala del sometimiento; la constancia, el inicio de la redención.
La inteligencia aplicada es la primera riqueza de una Nación. Los países no prosperan por azar ni por recursos, sino por su capacidad de pensar, organizar y ejecutar con precisión. Formar jóvenes capaces de razonar, decidir y crear fortalece el cuerpo de la República. Sin esa base, toda reconstrucción será ilusión sin estructura. La educación y la integridad son actos de soberanía. Un pueblo que deja de pensar está condenado a repetir consignas y obedecer a quienes lo degradan. Mientras la enseñanza esté sometida al adoctrinamiento o al capricho político, no habrá libertad ni transformación genuina. Educar es liberar, no someter; es enseñar a pensar, no a obedecer.
La política debe abandonar su papel de espectáculo y volver a ser arte de construcción nacional. Cada ley, cada decisión, cada política pública debe medirse por su impacto en las generaciones que vendrán. La reconstrucción no es tarea de unos pocos: es empresa común. Estado, ciudadanos, empresarios, maestros, trabajadores: todos son artífices del renacimiento nacional. Toda crisis puede ser preludio de grandeza si despierta conciencia moral. La apatía nace de la pérdida de valores, de la renuncia a la virtud que nos dio identidad. Ninguna providencia favorece a los débiles de carácter: el destino se conquista con convicción, coherencia y coraje.
Surge una tempestad moral en el horizonte de la Patria: relámpagos de desilusión rasgan el cielo de la conciencia nacional, y un trueno profundo parece anunciar el juicio de la historia. Las sombras de la indiferencia, el cálculo y la cobardía han intentado sofocar el fuego sagrado del deber, pero aún arde, oculto, en el pecho de quienes no se resignan a la ruina. No bastan los lamentos ni los discursos vacíos: es hora de la acción lúcida, del sacrificio y del temple. Una República que cultiva la audacia intelectual y la virtud cívica se eleva sobre la mediocridad y construye cimientos eternos.
Solo los pueblos que amparan a sus niños con el fervor con que se custodia lo divino, que forjan su acción con disciplina y preservan la pureza de su verdad, merecen el nombre de libres. Los niños son las semillas del mañana, la savia del porvenir, el aliento que mantiene viva la llama de la Patria. Quien no entrega su vida por ellos, entrega su Nación al abismo del olvido.
Continuara…
Excelente reflexión . Ojalá llegue a muchos y sirva para abrir las conciencias en defensa de nuestra Patria y de nuestras tradiciones simentadas en la fe cristiana que nos enseña a servir autenticanente a los demás y no a servirnos de los demás para nuestro propio beneficio.
Primero la.inteligencia q ve el norte para q se pliegue la.voluntad y se despierte la esperanza. Gracias x la claridad q disipa las sombras de medias verdades.
Excelente nota, clara concisa y con argumentos de fuste. Ojalá la lean muchos y reflexionen sobre su contenido.
Admirable transparencia, reflejas con sabiduría, lo que piensa la gran mayoría de una u otra manera. Gracias por tus reflexiones, me emociona leerte. Excelente!!!!.