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El umbral de la memoria y el porvenir

Publicado el

por Fernando M. Crivelli Posse.

No hay patria sin valor ni libertad sin esfuerzo; los que quieren un país digno deben saber que su destino depende de su decisión.

Juan Lavalle.

Este domingo, millones de argentinos acudirán a las urnas, y la decisión que tomen no se reducirá a nombres o partidos: se reducirá a la historia que queremos escribir. El voto no es solo un acto cívico; es un acto moral, un espejo donde se refleja nuestra capacidad de aprender del pasado y proyectar un futuro digno. Volver al pasado sería condenar el futuro. El pasado reciente nos enseñó qué significa confiar en modelos que prometen bienestar inmediato mientras perpetúan la dependencia, el clientelismo y la desigualdad estructural. La pobreza, la falta de educación, la corrupción, la inseguridad y la anomia no son accidentes: son producto de años de políticas que reemplazaron la formación y el esfuerzo por la dádiva y el privilegio. Elegir ese camino de nuevo es aceptar la repetición de la ruina.

El conurbano bonaerense, con La Matanza como emblema, ilustra de manera trágica el país que algunos parecen desear y necesitar: un país de ciudadanos subordinados, donde la ignorancia y la falta de educación se combinan con la dependencia política. Allí, donde el hambre y la falta de oportunidades se volvieron rutina, la política construyó un sistema que premia la sumisión y castiga la iniciativa. La maquinaria clientelar transformó el derecho a elegir en un intercambio: asistencia por lealtad, plan social por voto cautivo. La inseguridad cotidiana, el narcotráfico que se expande sin control —colonizando todo el paisaje social— y la precarización laboral completan un escenario donde la esperanza de una vida mejor se disuelve en los nichos de la corrupción y la impunidad. Generaciones enteras quedaron atrapadas en la supervivencia inmediata, sin acceso a educación de calidad ni empleo formal. Allí, el voto ya no refleja convicciones ni aspiraciones, sino mera necesidad y resignación.

El problema de fondo no es solo económico: es moral. Argentina enfrenta una profunda anomia social, un quiebre en los valores que sostienen la vida colectiva. La corrupción en todos los estamentos institucionales dejó de escandalizar; la mediocridad se premia. El esfuerzo y la disciplina, pilares de cualquier sociedad sostenible, son ridiculizados, mientras que la viveza, la trampa y la ventaja rápida se glorifican. Se exaltó la astucia vacía y se olvidó la virtud; se premió el ingenio para esquivar la ley y se castigó la dedicación honesta. Se destruyó la noción de mérito y se divinizó el atajo, creando un círculo donde la ética quedó subordinada a la conveniencia inmediata.

El impacto de este deterioro moral es tangible. Más allá de los indicadores económicos, el país arrastra una profunda crisis de confianza y cohesión social. La cultura del trabajo, motor de movilidad y orgullo colectivo, ha sido reemplazada por la dependencia de dádivas o prebendas. La solidaridad se diluye frente al interés personal; la meritocracia se burla con prácticas clientelares; la acción ciudadana responsable queda atrapada en la frustración. Argentina no sufre únicamente por la pobreza material: padece un empobrecimiento del alma nacional. Cada acto de impunidad tolerado, cada injusticia naturalizada y cada atajo celebrado debilitan la estructura moral de la sociedad. Restaurar la fortaleza moral no será sencillo ni rápido, pero es condición indispensable para cualquier transformación duradera. Mientras la ética siga subordinada a la conveniencia, ningún plan económico o reforma producirá un cambio genuino. La reconstrucción debe comenzar por ahí: recuperando la virtud, el respeto al esfuerzo, la educación y la cultura del mérito como valores centrales de la vida nacional.

Algunos idealizan el regreso al pasado como si la decadencia comenzara ayer. Pero el pasado reciente no fue una época dorada: fue el origen de este colapso. Volver a eso sería repetir la ruina con otra bandera, pero con los mismos personajes funestos. El presente, en cambio, todavía puede corregirse, y debe hacerlo. La democracia ofrece un privilegio que no debemos olvidar: en los próximos dos años siempre podemos volver a elegir. Lo que no podemos cambiar es la historia: ya sabemos lo que el pasado nos dejó, y nadie que haya sufrido esa ruina puede desear su regreso.

La verdadera disyuntiva de este domingo no es entre partidos ni modelos económicos; es entre la adultez republicana y la nostalgia del error. Entre asumir el costo de construir un país serio o seguir mendigando paliativos que perpetúan el atraso. Entre un voto con esperanza de progreso o un voto resignado al clientelismo. La memoria sirve para aprender; la nostalgia, para repetir. El pasado ya nos mostró su rostro, y fue cruel. El futuro todavía puede ser digno si nos atrevemos a construirlo. Este domingo, más que votar, estamos decidiendo si elegimos repetir la historia o escribirla con coraje, porque aún estamos a tiempo. La historia nos observa y recuerda que las naciones no se hunden por la dificultad de gobernar, sino por la incapacidad de aprender de sus errores. Volver al pasado es condenar el futuro. Solo la responsabilidad, la conciencia y la voluntad de cambio pueden permitirnos salir de este ciclo de ruina y dependencia. Este domingo, votemos con madurez: no por promesas vacías ni por miedo, sino por convicciones, por la libertad y por el país que aún podemos construir los argentinos.

Somos nosotros, los argentinos, quienes llevamos sobre los hombros la obligación de escribir la historia y forjar el futuro de la patria. La política no es sumisión ni teatro de ilusiones; es un acto cívico de deber, de responsabilidad, de fuego y de razón, destinado a cimentar los principios y fundamentos de un proyecto nacional que no excluya a nadie, pero que reconozca y premie a quienes, con esfuerzo, sacrificio, sudor y esperanza, riegan el jardín de la República. Cada decisión que tomamos, cada voto que emitimos, es una chispa que puede encender el porvenir o perpetuar la sombra del pasado. Este domingo no hay lugar para la indiferencia ni para la nostalgia: nos toca empuñar el presente con valor y gritar, sin miedo ni concesiones, que seremos artífices de un país que no se rinde, que no mendiga, que no olvida, sino que construye.

Que nuestra construcción sea firme, sostenida en pilares inquebrantables: educación que ilumine el camino, trabajo que dignifique, mérito que reconozca el esfuerzo, sacrificio que transforme la esperanza en realidad y patriotismo que nos recuerde que somos custodios de esta tierra. Que cada acción, cada decisión, cada voto se convierta en un ladrillo que levante un país sólido, libre, justo y digno. Este domingo, votemos con coraje, conciencia y alma, porque el futuro nos observa, nos reclama y nos espera, listo para ser forjado por nuestra responsabilidad y voluntad de construir una Argentina mejor.

Dios ilumine a nuestra patria y guíe su destino hacia la justicia, la libertad y la grandeza.

6 COMENTARIOS

  1. Excelente, realmente me dejó sin palabras! Está perfectamente explicado y coincido totalmente por eso van mis felicitaciones a la persona que lo escribió Fernando Crivelli gracias

  2. Siempre fiscalizo por la transparencia y la expresión de la voluntad cíudadana.
    Mañana iré llena de esperanzas gracias a tus palabras.
    Abrazo fraterno

  3. Fer tu texto tiene una energía que se agradece. No es una consigna, es un llamado. Se nota que escribís desde la convicción de que el país no se cambia con discursos, sino con valores que se practican. Esa mezcla de ética y esperanza le da al texto una fuerza real, muy necesaria en este momento.

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