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La ilusión de elegir

Publicado el

Por María José Mazzocato.

La democracia es el sistema que ha conseguido hacer aceptar como libertad la dependencia más completa.
Jean Baudrillard, La transparencia del mal

Este domingo 26 de octubre, la Argentina volverá a votar. Las urnas se abrirán una vez más y millones de ciudadanos acudirán a ejercer ese gesto que, en teoría, debería condensar el espíritu más noble de la democracia, esa posibilidad de elegir. Pero la pregunta que flota, silenciosa y densa, es si ¿realmente estamos eligiendo algo o simplemente ratificando un orden que no cambia?

En esta ocasión, además, el país inaugura un nuevo instrumento electoral: la boleta única de papel (BUP). Una herramienta que, en otras circunstancias, debería haber sido motivo de celebración cívica. La BUP simboliza un paso hacia la transparencia, hacia una ciudadanía más libre, más protegida del aparato partidario y del clientelismo. Debería representar una modernización del voto y una garantía de igualdad. Sin embargo, lo que debería ser una fiesta democrática llega contaminado por sospechas y rumores, donde se habla de votos anulados, de captación, de trampas sutiles dentro del propio proceso.

Así, lo que tendría que ser un acto de madurez institucional se ve empañado por la desconfianza y la sensación de que, aun con nuevas herramientas, el sistema sigue respondiendo a viejas lógicas. Porque lo que está en juego este domingo no es la renovación de una esperanza colectiva, sino la renovación del poder mismo.

La política argentina parece haber olvidado su razón de ser. No busca procesar las necesidades sociales ni articular los intereses comunes, sino perpetuar su propia estructura. Lo que debería ser un espacio de representación se ha convertido en un círculo cerrado que se alimenta de sí mismo.

Los ciudadanos, en ese esquema, somos piezas utilitarias, donde se nos convoca cada cierto tiempo para legitimar decisiones que ya fueron tomadas, para reafirmar la ilusión de que todavía tenemos incidencia. Somos, en esa metáfora dolorosa, como perros fieles que esperan ser reconocidos, pero que no son realmente cuidados. Nos piden obediencia y agradecimiento, pero no ofrecen protección ni justicia.

El Estado ya no responde como garante del bienestar colectivo, sino como administrador de privilegios. Sus cargos públicos – los que deberían ser instrumentos de servicio – se han vuelto refugios personales, espacios de poder heredado, trampas burocráticas que funcionan para sí mismas.

Pocas provincias reflejan mejor este fenómeno que Tucumán, un territorio donde el poder ha aprendido a mutar para sobrevivir. Desde hace más de cuatro décadas, el oficialismo se ha sostenido como un verdadero partido de masas, al estilo de lo que describe Abal Medina,  el partido es una maquinaria política omnipresente, que estructura la vida social y penetra todos los espacios, desde el barrio hasta la universidad.

Sin embargo, esa estructura que en algún momento pudo tener raíces populares hoy se sostiene por inercia y control, no por representación. La teoría sistémica de David Easton resulta especialmente útil para comprender este fracaso. Easton afirmaba que todo sistema político se mantiene vivo cuando logra procesar adecuadamente sus inputs (las demandas sociales) y transformarlos en outputs (políticas públicas que respondan a esas demandas).

En Tucumán – como en buena parte de la Argentina – ese circuito se ha quebrado. Los inputs se acumulan sin respuesta, las voces ciudadanas se diluyen, las necesidades se administran como favores. Los outputs, cuando aparecen, no son soluciones sino estrategias de control, dotados de planes, programas y cargos que simulan gestión mientras refuerzan la dependencia.

La política, entonces, ya no es un sistema vivo que dialoga con su sociedad, sino un aparato cerrado que se alimenta de su propia permanencia. Y cuando el poder deja de escuchar, lo que se degrada no es solo la institucionalidad, sino la dignidad colectiva.

Formalmente, seguimos viviendo en democracia. Hay elecciones, hay candidatos, hay campañas, debates y observadores. Pero en su esencia, el sistema se ha convertido en una monarquía disfrazada. Los cargos se heredan, los lazos familiares y partidarios reemplazan la competencia de ideas, y el nepotismo se naturaliza como una forma legítima de continuidad.

El poder, lejos de circular, se estanca. La alternancia se convierte en simulacro. La política, en lugar de abrir el juego, lo cierra sobre sí misma. Tucumán – otra vez, porque así lo decidimos nosotros- sirve como espejo del país, mostrando un territorio donde los liderazgos parecen eternos, donde las alianzas se negocian más por conveniencia que por convicción, y donde el Estado se comporta más como propiedad privada que como institución pública.

Esa es la paradoja más dolorosa, la de una democracia que se recita en los discursos, pero que se practica como un feudo.

Frente a este panorama, el ciudadano se encuentra desarmado. No porque no tenga derechos, sino porque ha sido despojado del sentido de ejercerlos. Se le ha enseñado que la obediencia es madurez política, que la crítica es resentimiento, que el descontento es peligroso.

El sistema produce así una ciudadanía domesticada, acostumbrandola a esperar, a agradecer lo mínimo, a resignarse ante lo inevitable. Y en ese proceso, el voto – ese gesto sagrado– pierde su fuerza transformadora. Se convierte en un trámite, en una formalidad, en una manera de cumplir con un deber sin creer realmente en su consecuencia.

Deberíamos vivir este domingo como una celebración de la democracia, un momento de reencuentro con la idea original de soberanía popular. La llegada de la boleta única de papel debería ser símbolo de un país que avanza, que se moderniza, que confía en la capacidad de su gente. 

La fiesta democrática se transforma, así, en un ritual de sospecha. Y es allí donde la política muestra su verdadera crisis, cuando ni siquiera logra sostener la fe mínima de sus ciudadanos.

Aun así, la elección no deja de ser un momento simbólicamente poderoso. Votar sigue siendo un acto de responsabilidad, incluso cuando el sistema parece vacío. Pero la verdadera decisión no se toma solo dentro de la urna, sino dentro de la conciencia colectiva.

Este domingo, cuando marquemos nuestro voto en la boleta única de papel, estaremos eligiendo mucho más que nombres, estaremos decidiendo si seguimos legitimando un poder que no nos ve o si empezamos, aunque sea desde la duda, a reconstruir el sentido de lo común.

Porque ninguna democracia sobrevive donde los ciudadanos son tratados como súbditos, ni florece donde el poder se disfraza de servicio. Tal vez ha llegado el momento de recordar que el poder sin respuesta es usurpación, y que el voto sin conciencia es obediencia.

Y que, al final, el verdadero acto revolucionario no es solo votar, sino cuestionar, porqué  es allí donde inicia el verdadero cambio.

 

23 COMENTARIOS

  1. Estimada Maria José, considero muy pertinente tu reflexión, yo tengo 57 años, he visto pasar muchos gobiernos y muchas autoridades provinciales, sin embargo en Tucumán, la alternancia del poder no existe, no importa si ejercemos o no rl voto, la situacion esta en la ciudadanía y la falta de acción que tenemos.

    La verdad que tus palabras me conmueven, gracias.

    • Querida Nena,
      La verdad un gusto y orgullo tener una seguidora fiel como usted, espero poder verla en mi primera firma de libro cuando publique ese tanto que solicita usted! Le adelanto que se esta cocinando!
      Gracias gracias!

    • Queridi Sebastián,

      Ojalá puedas encontrar mucha paz en tu vida, asi tus palabras repliquen respeto y empatia por pensar distinto, no debo darte explicaciones (el voto es secreto) pero solo decirte que me juzgaste muy mal, como siempre, como siempre lo hiciste…
      Espero puedas aprender de mis escritos a leer, comprender y respetar, y permitirme ser quien te quite esa venda maldita que corrompe tu alma.

      Beso enorme

  2. Desde Salta te saluda la flia! Estamos orgullosas de vos Marijo!
    Completamente de acuerdo con esta reflexión, un país tramposo donde la democracia esta perdida.

  3. Yyyy…. comprendo a Sebastián, lic. Comprendo que su punto siempre sea la neutralidad, peor no me puede objetar que los gobiernos de Macri y Milei estuvieron bien o fueron por el camino «correcto», asegura usted que habrá trampa?

    • Querido Gonzalo,

      Que suerte volvernos a encontrar, siento que volves por que algo te mueve, malo o bueno, hay algo que te hace dudar y que en mis escritos encuentras ciertas respuestas, espero…
      Veo que necesitas validar algo, pero tu ideología equívoca y sesgada te destruye tu alma, ojalá pueda ser el barco que te permita llegar a ese puerto.

      No juzgues, duda, no seas irrespetuoso, respeta lo distinto y viví en armonía con ello.

      Espero verte la proxima semana…

      Beso

  4. Ojalá que votar siempre sea una celebración y que siempre exista la posibilidad de que cualquiera de los partidos pueda ganar. Un beso enorme Majo y para todo el equipo de FUGA!

  5. Que buena nota siempre con la simpleza que caracteriza a la licenciada Majo Mazzocato.la seguimos siempre con mí familia y es un gusto que sea tucumana.FELUCITACIONES LICENCIADA

    • Querido Ricardo,

      Agradecida por el apoyo y acompañamiento de mi flia adoptiva, feliz que me acompañen en este proceso tan deseado, siempre desde tucuman al mundo!

      Beso gigante!

  6. María José, qué buen texto. Se nota que está escrito desde adentro, con bronca y claridad a la vez. Lográs decir lo que muchos piensan cuando van a votar sin creer del todo en lo que hacen. Me gustó mucho cómo bajás la idea de la democracia vacía, esa que se repite como un mantra pero ya no convence a nadie. Y ese cierre es tremendo, que el verdadero acto revolucionario sea cuestionar. Ahí está todo.

    • Querido José,

      Gracias por tu comentario y tu visión, siempre feliz de ser parte de este increíble universo que creaste, feliz de escribir y expresar mis emociones como ciudadana, ante este mar de incertidumbre constante.
      Feliz de transitar el mundo con mi gran maestro.

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