por José Luis Elorriaga.
En los últimos meses, un nuevo escándalo comenzó a manchar al fútbol argentino, especialmente en las divisiones del ascenso del interior. Equipos como San Martín de Tucumán y Gimnasia y Tiro de Salta se encuentran bajo la lupa por presuntas vinculaciones con redes de apuestas ilegales y arreglos de partidos. Aunque los casos más resonantes provienen del conurbano bonaerense, la sospecha se extiende por todo el país.
La lógica es simple, pero letal: jugadores vulnerables por sueldos bajos, dirigencias opacas y un mercado de apuestas que crece sin freno. Un cóctel explosivo que amenaza la integridad misma del deporte.
Apuestas sin límites, fútbol sin control
La expansión de las plataformas de apuestas online ha transformado el fútbol en un terreno ideal para el lucro opaco. Hoy se puede apostar en tiempo real desde cualquier dispositivo y en cualquier categoría: desde la Premier League hasta la Primera C. Lo que antes era clandestino, hoy es visible y masivo: basta con mirar un partido por televisión para encontrar banners, publicidades y sponsors ligados al juego.
Las casas de apuestas no solo se instalaron en los clubes, sino en el propio lenguaje del fútbol. Se naturalizó que el «entretenimiento» incluye ganar o perder plata. ¿Pero quién gana realmente?
Las estadísticas son claras: según informes recientes de la FIFA y la UEFA, más de 250 partidos en Europa están siendo investigados por manipulación de resultados en lo que va del último año. Casos como los de la Juventus en 2006 o más recientemente el del Levante-Zaragoza en España mostraron que ni los clubes grandes están a salvo.
Pero en Argentina la situación es aún más preocupante: no hay regulación seria ni control estatal que impida que estos esquemas lleguen al corazón de las ligas más desprotegidas.
Un problema que afecta incluso a menores
Lo más grave es que este sistema no discrimina: hay adolescentes que hoy, desde sus celulares, acceden a aplicaciones para apostar sin control de edad ni advertencias claras. La adicción al juego online es una epidemia silenciosa, y el fútbol, lejos de proteger, se convirtió en vehículo.
¿Dónde está el límite? ¿Cuántos clubes más deberán ser intervenidos, cuántos jóvenes endeudados, cuántos partidos arreglados para que algo cambie?
Las casas de apuestas, amparadas por vacíos legales y alimentadas por contratos millonarios, han logrado lo impensable: instalar que apostar es parte del espectáculo. Que ya no se trata solo de goles y esfuerzo, sino de cuotas, combinaciones y dinero en juego.
¿Y el fútbol que amábamos?
Las apuestas existen desde que existe el deporte, es cierto. Pero antes eran condenadas, ocultas, mal vistas. Hoy tienen voz, pauta, eslogan y hasta influencers. El honor, en cambio, no tiene patrocinio.
Alguna vez, el fútbol fue un lugar donde se jugaba por la camiseta. Donde se hablaba de virtudes, no de odds. Donde perder dolía, pero no enriquecía a nadie. Donde el hincha no era una estadística, sino una identidad.
Hoy, todo eso está en riesgo.
Y frente a este panorama, solo queda una pregunta:
¿Existe todavía el fútbol real?
¿O lo dejamos morir cuando aceptamos que se juegue por dinero… y no por gloria?