InicioActualidadLa IA: mi médico de cabecera

La IA: mi médico de cabecera

Publicado el

por Rodrigo Fernando Soriano.

Conozco a los médicos. Los conozco bien. Son custodios de un saber que deslumbra. Su voz se alza como un dogma, inmutable. Nos enseña a esperar: esperar el diagnóstico, la cura, el veredicto que da sentido a nuestro malestar. Por eso en su consulta somos “pacientes”, pero ellos nos nombran como “enfermos”, sombras de un síntoma, números en una sala de espera. Ellos curan, pero al curar también nos reducen a la función de cuerpos que exigen alivio. Aunque su función en nuestra sociedad sea la de cuidarnos.

La aparición de la Inteligencia Artificial (IA) ha trastocado este ritual. En una sociedad transparente, donde lo positivo se encuentra en un lugar de carencia, y lo negativo es la premisa, ya no necesitamos –ni pretendemos- ir en búsqueda de cuidado, sino que lo queremos literalmente al alcance de nuestra mano. El método tradicional cayó en desuso. 

La era digital transforma nuestras necesidades. El «cuidado» tradicional, que implica procesos más profundos y tiempo, se erosiona. En su lugar, buscamos una especie de «cuidado» instantáneo y de fácil acceso, quizás a través de la auto optimización o interacciones superficiales en línea, en lugar de los procesos complejos que requiere el verdadero cuidado. Nadie quiere ir a un lugar donde se lo desdibuja, y se pierde la esencia de sujeto para ser caracterizado por una patología. Nadie quiere encontrarse esperando por largas horas para un diagnóstico. 

Esto se alinea con el concepto de la «sociedad del cansancio» de Byung Chul Han, donde los individuos, agotados por el rendimiento constante, buscan alivio inmediato.

De repente, un agente sin carne ni voz humana empieza a dictar un diagnóstico médico. La IA no examina con la empatía de una mirada ni palpa con el tacto, pero nos da una ilusión de solución. Creemos que el problema se encuentra resuelto sin tener que pasar los padecimientos de ser tratados. Buscamos inmediatez, y la encontramos. Lo tradicional ya no es eficiente, lo que no constituye un problema, pero el rechazo (o ignorancia) de los propios autores de éste si lo es. 

Recuerdo a mis padres, ambos profesores de la facultad de medicina, mostrarse ofuscados porque a veces sus alumnos no demostraban “actitud médica”. No era cuestión de conocimientos, sino de presencia: esa manera de estar con el otro, de sostener la angustia del enfermo con palabra serena y gesto mesurado. La actitud médica era, para ellos, la encarnación del deber de cuidado: un compromiso ético que trasciende cualquier algoritmo o manual de protocolos. 

Hoy esa “actitud” ya no figura en los exámenes. La IA no necesita tener actitud, porque la IA no es. No se acongoja ante el dolor ajeno, no vacila al comunicar un diagnóstico difícil, no carga con la incertidumbre que acompaña al veredicto clínico. Para la máquina, todo es dato, peso estadístico y probabilidad; no hay cuerpo que tiemble al impartir malas noticias, ni mano que tiemble al palpar un pulso débil. Quizá igual a lo que nos tienen acostumbrados los profesionales de la salud con su método tradicional.

Y aquí emerge la herida filosófica: ¿qué se pierde cuando la medicina ya no es un arte de encuentro, sino una sucesión de intercambios entre pantallas y servidores? La “actitud médica” remite a un ethos que sólo se desvela en la tensión entre el saber y la compasión, en el instante en que el médico se torna testigo de la vulnerabilidad humana. Ese instante es irrepetible, insustituible por cualquier línea de código.

Tal vez debamos preguntarnos si, con la IA, estamos renunciando a la posibilidad misma del cuidado como relación: un tejido donde el otro deja de ser un objeto de diagnóstico y se vuelve sujeto de palabra. Porque la actitud no se enseña en un curso de informática, sino que se forja en la experiencia compartida del padecer y del aliviar. Y sólo el que ha caminado junto al enfermo —con sus dudas, sus silencios y sus miedos— puede reflejar en su mirada la promesa de un alivio que no sea sólo estadístico, sino profundamente humano.

Hay médicos que no se llevan bien con otros saberes que se encuentran por fuera de la salud. La IAs desafían a cualquier profesional en alfabetizarse digitalmente. Su uso, sin un aprendizaje previo, pone en riesgo uno de los valores que la sociedad guarda con más celo: la salud. Al mismo tiempo, hay otros médicos incorporan a la IA como un par de ojos extras: revisan imágenes, calibran dosis, anticipan riesgos. La alianza suena prometedora. Por ello nunca se debería abandonar el verdadero ojo clínico, el ojo humano.

El riesgo ético radica en la deshumanización de la cura. La IA amplifica nuestra soledad. Nos convence de que podemos entenderlo todo, hasta el origen de nuestro dolor, sin mediación humana. Nos invita a creer que somos dueños y árbitros de nuestra propia salud. Pero la salud es también un misterio compartido, una trama de comprensión mutua entre sanador y sanado. 

Al final, seguimos necesitando un latido real que nos asegure que estamos vivos, no solo un pulso medido en bits. 

Insisto, como vengo sosteniendo en artículos anteriores: la verdadera revolución de la IA no será técnica, sino cultural: veremos si somos capaces de conservar la actitud que cifra el arte de la medicina, aun cuando el “médico” del futuro sea, en buena parte, un algoritmo. Porque al abandonar esa actitud, habremos perdido algo más valioso que el dato más preciso: nuestra propia humanidad. 

13 COMENTARIOS

  1. Excelente presentación! La empatía es algo que una IA difícilmente trasmita, porque es algo que se siente en el encuentro con el ser humano y en un momento de vulnerabilidad como es la enfermedad sentir la cercanía con quien se deposita la fe de la cura, brinda un gran alivio.

  2. No olvidar como dijiste que es muy importante la mirada humana de los enfermos. El solo hecho de hablar con alguna palabra alentadora o gesto por parte de medico a veces alivia al enfermo. La IA nos ayuda en forma técnica y mucho, pero en el ser humano encontras la valides y alivio de un enfermo. Gracias nota Rodrigo, un abrazo

  3. Excelente nota, lo mejor es revalorizar al profesional, un cardiologo, debe ser tbn psicologo,al recibir su paciente con amabilidad, e interiorizar de su vida y dolencia, hacen factible,la entrega y deposito de confianza del.paciente en el dr.
    La IA es una opinión y sugerencia agregada que ayuda pero no define.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

últimas noticas

El país como síntoma


por José Mariano. La angustia es el vértigo de la libertad. Søren Kierkegaard Hay algo en el...

La Necesidad de una verdadera Reforma Educativa de verdad

por Daniel Posse.  Los ensayos e intentos, siempre quedaron en nada, porque quizás eran cáscaras...

La dictadura que no se fue

por Enrico Colombres. La dictadura que no se fue, el poder real que no votaste...

Creer o no creer: la pregunta detrás de cada titular

por Facundo Vergara.  Entre la desconfianza y la migración hacia nuevas propuestas Una paradoja define hoy...

Más noticias

El país como síntoma


por José Mariano. La angustia es el vértigo de la libertad. Søren Kierkegaard Hay algo en el...

La Necesidad de una verdadera Reforma Educativa de verdad

por Daniel Posse.  Los ensayos e intentos, siempre quedaron en nada, porque quizás eran cáscaras...

La dictadura que no se fue

por Enrico Colombres. La dictadura que no se fue, el poder real que no votaste...