por Ian Turowski.
Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente, y con frecuencia, en la noche sagrada, le prometí que la mamaría fielmente hasta la muerte, sin temor, con su pesada carga de fatalidad, y que no desperdiciaría ninguno de sus enigmas. Así me ligué a ella con un lazo mortal.
Hölderlin: La muerte de Empédocles.
La rebeldía no es solo una reacción. No es grito ni ruido suelto. Es, en su forma más pura, una afirmación de existencia frente a lo que pretende negarte. En tiempos donde los discursos se vacían de sentido y se llenan de repeticiones programadas, la rebeldía aparece como el único gesto verdaderamente creativo, como el núcleo que da cuerpo, tensión y dirección al acto.
Actuar sin rebeldía es repetir. Es obedecer la inercia de lo dado. Pero cuando una acción está atravesada por una mirada crítica, cuando se enuncia desde el conflicto y no desde la complacencia, el acto se transforma en discurso, y el discurso en intervención. Es allí donde la rebeldía deja de ser mera oposición para convertirse en construcción: se vuelve central, no por su violencia, sino por su potencia.
La centralidad discursiva de la rebeldía se manifiesta en la ruptura con lo naturalizado. Toda estructura hegemónica —ya sea cultural, política o simbólica— necesita que sus órdenes parezcan inevitables. La rebeldía, entonces, desnaturaliza. Desarma. Incomoda. Nombrar lo que duele, lo que falta, lo que se oculta, es un acto una manifestación de poder contra el poder.
Pero no toda rebeldía es emancipadora. El poder aprendió a simularla, a venderla empaquetada, viralizable, domesticada. Por eso la rebeldía auténtica no es solo decir “no”, sino construir desde otro lugar, narrar desde la grieta, sostener el conflicto sin entregarse al cinismo ni al espectáculo. Es allí donde se vuelve acto verdadero: cuando implica riesgo, pérdida, pero también sentido.
En una época que invita a la indiferencia disfrazada de tolerancia, ser rebelde no es una moda: es una necesidad ética. Habitar el lenguaje desde la rebeldía es decidir que nuestras palabras no serán neutras, que nuestros silencios no serán cómplices, y que nuestros actos, por mínimos que sean, cargarán con la tensión de querer un mundo distinto.
Porque solo cuando la rebeldía está en el centro del discurso, el acto deja de ser repetición para volverse posibilidad.
En una provincia donde los lineamientos están totalmente marmolizados, convertidos en estructuras petrificantes de la sociedad. Es necesario abordar una manera rupturista que dinamite la amalgama en la que la sociedad se encuentra prisionera desde hace tanto tiempo. La rebeldía es la contraparte de lo estático, de lo predecible, del yugo momificado en el que está envuelto el tucumano promedio.
«El hombre rebelde dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento.» Albert Camus, El hombre rebelde
Esta frase refleja exactamente la idea de que la rebeldía no es solo negación o ruido, sino una afirmación de existencia, un acto que contiene una propuesta, una dirección ética.
La rebeldía es también autenticidad, la libertad de poder expresar nuestros pensamientos más profundos, expresar nuestra opiniones aunque sean molestas y también es hacernos escuchar!!!!
Así es Max querido tal cuál, cuestiónar el orden establecido de manera libre es parte de la evolución como personas y sociedad, abrazo grande
Muy buena columna, me ayudó a entender el ¿por qué ?de mi rebeldía. Tus columnas son un baño de agua fresca y cristalina