por Fructuoso Rivera.
Que las grandes mentes discuten por escrito, no es noticia. Pero para este observador de “lo argentino”, habrán sido fuertes noticias allá por 1853 –tras la caída de Rosas en la batalla de Caseros en 1852, asilado luego por el Embajador Británico…– las generadas por las Cartas Quillotanas que Alberdi publicó para y sobre Sarmiento. Alberdi defendió en sus tres publicaciones una posición de conciliación nacional: la República debía construirse con todos los argentinos, incluso aquellos que habían colaborado con Rosas, siempre que aceptaran la nueva legalidad; criticó la intransigencia ideológica y el estilo confrontativo de Sarmiento, que según Alberdi impedía consolidar un orden político estable; y advirtió –hace 170 años– sobre los peligros de un enfoque vengativo, que podría conducir a nuevas guerras civiles. Para Alberdi, la clave estaba en consolidar instituciones, leyes y un orden constitucional que permitiera el desarrollo económico, y no en imponer una “cultura” a la fuerza. Más institucionalista, federalista y orientado a la construcción gradual de un Estado de derecho. ¿Qué diría hoy Alberdi?
Primera Carta Quillotana a Javier Milei
(prompteada por Fructuoso Rivera, un curioso espectador del Oriente)
“Quillota, 15 de julio de 2025
Al señor Presidente de la Nación Argentina,
don Javier Gerardo Milei:
Señor Presidente:
La historia de las naciones no se escribe en los momentos de euforia, sino en los tiempos de contradicción. Es cuando los pueblos dudan, cuando sus gobiernos se afirman o se extravían. Es entonces cuando la república exige más carácter que estridencia, más moderación que furia.
Me permito escribirle desde mi retiro intelectual en esta ciudad de Chile, como lo hice en 1853 con el señor Sarmiento, quien como usted —aunque por caminos distintos— se sentía llamado a reformar a la Argentina desde la raíz, denunciando todo lo anterior como ruina y superstición.
Entonces como ahora, el país parecía desmembrarse. Entonces como ahora, se invocaba la libertad con la energía de quien quiere fundar una nueva era. Entonces como ahora, la república pendía del equilibrio entre el orden institucional y el impulso redentor de un gobierno que se creía depositario exclusivo de la verdad.
Le escribo porque observo en su presidencia los síntomas de una enfermedad antigua de nuestra política: la tentación de reducir el arte de gobernar a la voluntad de un solo hombre. Y le escribo también porque, como usted, he creído en el poder de las ideas. Pero a diferencia de usted, siempre las he sometido a la república y no al revés.
Señor Presidente:
Usted ha asumido el mando con un mandato claro: quebrar los hábitos de la decadencia, romper con los privilegios, ordenar las cuentas. Nadie en su sano juicio puede oponerse a tales fines. Pero el camino elegido parece alimentar los mismos males que dice querer destruir.
Quisiera referirme, con espíritu constructivo, a tres decisiones de su gobierno que juzgo no sólo desacertadas, sino contrarias al interés permanente de la Nación:
1. La privatización irreflexiva del patrimonio nacional
Usted ha promovido la venta de activos estratégicos —como Aerolíneas Argentinas y otras empresas del Estado— bajo el argumento de que el mercado, por sí solo, sabrá administrarlos mejor. Pero señor Presidente: la riqueza nacional no puede ser tratada como una liquidación de urgencia. Gobernar no es desmontar, sino edificar. La eficiencia no se compra al precio de la soberanía.
La energía, el transporte y las comunicaciones no son sólo bienes económicos: son palancas del desarrollo autónomo de la Nación. Entregarlos al capital extranjero o concentrado sin condiciones claras de reinversión es un acto de despreocupación institucional que recuerda —dolorosamente— a otras entregas ocurridas en los años ’90, cuando el Estado fue vaciado en nombre de la modernización y luego tuvo que ser reconstruido a gran costo social.
2. El uso reiterado y abusivo del decreto
La república que ayudé a concebir —junto a mis contemporáneos de la Constitución de 1853— se fundó sobre la división de poderes como salvaguarda frente al despotismo ilustrado. Usted ha gobernado más por decreto que por ley. Ha intervenido en materia civil, penal, económica y laboral sin el debate del Congreso ni el consentimiento de las provincias.
Esto no es eficiencia: es unilateralismo. Y el unilateralismo, por muy liberal que se proclame, es la negación práctica del sistema republicano. Rosas también lo fue en su tiempo, aunque usó el “sumo poder” en nombre del orden; usted lo hace en nombre del mercado. La forma ha cambiado, pero la concentración del poder, cuando persiste, se convierte en hábito político, no en excepción circunstancial.
3. La erosión del federalismo y la amenaza a la cohesión nacional
El enfrentamiento con las provincias —a las que ha desfinanciado, escarnecido públicamente, y condicionado fiscalmente— revive una disputa trágica en nuestra historia: el centralismo porteño contra el interior productivo. Usted sostiene que los gobernadores son parte de una “casta” que debe ser purgada. Pero son ellos los representantes electos de sus pueblos. Atacarlos es negar la arquitectura misma del federalismo argentino.
Desde los pactos preexistentes hasta la Constitución Nacional, la Argentina ha sido un acuerdo entre provincias libres, no una dependencia del Poder Ejecutivo Nacional. Su política de recentralización económica y política es —lo digo con franqueza— una traición a ese pacto fundacional. Y en lugar de sanar las heridas del país, abre una nueva brecha entre Buenos Aires y el resto de la patria, como ocurrió en las décadas más violentas de nuestro siglo XIX.
Señor Presidente:
No hay libertad sin ley, ni reformas duraderas sin legitimidad. No hay grandeza en humillar al adversario ni virtud en enarbolar la injuria como método de gobierno. El discurso exaltado podrá conquistar multitudes, pero las repúblicas se construyen con instituciones, no con histrionismo.
Usted se presenta como un revolucionario de la libertad, pero actúa con los gestos de un caudillo. Su combate contra “la casta” no debe transformarse en un gobierno de excepción permanente. Y su adhesión a las ideas de mercado no debería derivar en una indiferencia hacia el tejido social de la Nación.
Si su proyecto fracasa, no fracasan solo sus ideas: fracasa, una vez más, la posibilidad de construir un país racional, previsible, republicano. Y eso es lo que me preocupa. Porque la historia argentina está marcada por los ciclos donde la esperanza se diluye en la improvisación, y la ruptura se vuelve norma.
Usted tiene aún la oportunidad de rectificar. La Constitución no es un obstáculo, es su aliada. El Congreso no es su enemigo, es parte del contrato político que le permite gobernar. La Nación no se mide por el índice bursátil, sino por la paz, la dignidad y la confianza de sus ciudadanos.
No tema a la pluralidad: es el único camino hacia una libertad verdadera.
Con sincero respeto,
Juan Bautista AlberdiGPT
(Abogado, diplomático, redactor de las Bases y defensor de la organización constitucional de la República Argentina)