En los últimos meses, la economía argentina ha registrado una desaceleración en la inflación, un fenómeno que el gobierno de Javier Milei ha presentado como una señal de éxito de su política económica. Sin embargo, detrás de los números fríos se esconde una pregunta clave: ¿es esta reducción un proceso sostenible o solo una pausa antes de un nuevo ciclo de ajuste y turbulencia?
Los datos detrás de la caída inflacionaria
Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), la inflación mensual pasó del 25,5% en diciembre de 2023 al 9,8% en marzo de 2024, y algunas proyecciones apuntan a una tendencia descendente en los próximos meses. Este enfriamiento de la inflación responde a una combinación de factores:
- Reducción de la emisión monetaria: Desde su llegada al poder, Milei implementó un ajuste fiscal severo con el objetivo de alcanzar el déficit cero, eliminando financiamiento monetario del Banco Central.
- Aumento de tasas de interés: La política monetaria restrictiva ha enfriado el crédito y restringido el consumo.
- Dólar relativamente estable: Aunque el mercado cambiario sigue tensionado, el gobierno ha logrado sostener un esquema de crawling peg, evitando devaluaciones abruptas.
- Desplome del consumo interno: La caída del poder adquisitivo ha reducido la presión sobre los precios, pero a costa de una contracción en el nivel de actividad económica.
Pese a estos logros en los indicadores nominales, analistas advierten que este proceso podría ser frágil y que la estabilización de precios no implica, necesariamente, una recuperación estructural de la economía.
¿Estabilidad o recesión inducida?
El economista Ricardo Arriazu señala que “una inflación baja con recesión no es una victoria, sino una tregua antes de una nueva crisis si no se recupera el nivel de actividad”. En efecto, el ajuste fiscal ha generado un fuerte impacto en el empleo y en el consumo, con una caída del 15% en las ventas minoristas según la CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa) y un incremento en la tasa de desempleo al 9,2% en el primer trimestre de 2024.
Por su parte, Martín Guzmán, exministro de Economía, advierte que “la desinflación sin una recomposición del ingreso real es un espejismo”, sugiriendo que la contracción económica puede generar un efecto rebote inflacionario si la demanda reprimida vuelve a activarse sin una oferta robusta que la sostenga.
En este contexto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha celebrado la caída de la inflación, pero al mismo tiempo ha advertido sobre la necesidad de medidas complementarias para sostener el crecimiento. En su último informe sobre Argentina, el organismo señala que “si la consolidación fiscal no se acompaña de reformas estructurales para aumentar la productividad y atraer inversiones, la estabilidad de precios podría ser temporal”.
Lecciones de otros países: ¿casos comparables?
A lo largo de la historia, varios países han experimentado procesos de ajuste similares al de Argentina. En los años 90, Rusia implementó un plan de austeridad y contracción monetaria tras el colapso de la Unión Soviética, lo que llevó a una drástica reducción de la inflación, pero también a una recesión severa y una crisis de deuda en 1998. De manera similar, Turquía en 2001 aplicó un ajuste fiscal y una liberalización de mercados promovida por el FMI, logrando estabilizar la inflación, pero al costo de una caída del empleo y una reestructuración social que profundizó desigualdades.
En América Latina, el caso más cercano es el de Brasil a comienzos de los años 2000, donde el Plan Real logró contener la inflación a través de un estricto control fiscal y una moneda apreciada. Sin embargo, la estabilidad de precios se consolidó recién cuando el país pudo generar crecimiento económico con un fuerte desarrollo industrial y de exportaciones.
En este sentido, el desafío argentino no es solo reducir la inflación, sino evitar que el ajuste derive en un ciclo de recesión prolongada sin un plan productivo de fondo.
Los efectos sociales del ajuste: impacto en la vida cotidiana
Más allá de los indicadores macroeconómicos, el impacto social de la caída de la inflación se siente en el día a día de los ciudadanos. La pérdida de poder adquisitivo ha afectado a amplios sectores de la sociedad, con un aumento del 45% en la demanda de asistencia alimentaria según informes de organizaciones sociales. Además, la reducción del gasto público ha golpeado a sectores como la educación y la salud, con recortes en subsidios y programas de asistencia.
El sociólogo Gabriel Kessler advierte que “los períodos de ajuste prolongado suelen generar una reconfiguración de la estructura social, con un incremento de la informalidad laboral y una profundización de las brechas de desigualdad”. Si bien el gobierno argumenta que la caída de la inflación beneficiará a los sectores más vulnerables en el mediano plazo, la evidencia histórica sugiere que sin un mecanismo de redistribución del ingreso, los beneficios del ajuste pueden quedar concentrados en sectores de altos ingresos.
Los riesgos latentes: dólar, deuda y salarios
Existen tres factores clave que pueden determinar si la caída inflacionaria es sostenible o si estamos ante un ajuste temporal antes de una nueva crisis:
- El dólar y la fragilidad cambiaria: Si bien el gobierno ha logrado evitar una corrida, las reservas del Banco Central siguen siendo insuficientes y la economía aún depende de la estabilidad del tipo de cambio. El economista Emmanuel Álvarez Agis advierte que “sin un flujo genuino de dólares por exportaciones o inversiones, la estabilidad cambiaria es artificial y puede desmoronarse ante el menor shock externo”.
- La deuda y las obligaciones financieras: Argentina ha reducido la emisión monetaria, pero ha incrementado la colocación de deuda en pesos con vencimientos de corto plazo. La economista Marina Dal Poggetto señala que “el país necesita refinanciar constantemente sus compromisos, lo que genera un esquema de pagos que podría volverse insostenible si las tasas de interés siguen en niveles tan altos”.
- Salarios y demanda interna: Si bien la inflación bajó, los salarios no se han recuperado en términos reales. La consultora Ecolatina estima que el poder adquisitivo cayó un 20% interanual en los primeros meses de 2024, lo que ha reducido el consumo. Esta caída del ingreso disponible puede generar un círculo vicioso donde la estabilidad de precios se mantenga a costa de una economía estancada.
¿Una calma aparente o un cambio estructural?
La caída de la inflación es, sin dudas, un dato positivo. Sin embargo, cuando se analizan las causas detrás de este fenómeno, es evidente que gran parte del proceso responde a una contracción del consumo y a una política monetaria restrictiva más que a un crecimiento sostenible.
La historia económica argentina y los casos internacionales sugieren que los períodos de estabilización inflacionaria suelen ser frágiles si no están acompañados de mejoras en la productividad y en la generación de empleo. Si la recuperación no se consolida, el país podría enfrentarse nuevamente a un escenario de volatilidad.
La pregunta sigue abierta: ¿estamos ante un verdadero cambio de paradigma o simplemente frente a una pausa antes del próximo ajuste?