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Julieta Lanteri contra el silencio

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Por Marta Ofelia Valoy.

Los derechos no se mendigan, se conquistan. 

Julieta Lanteri.

Hace 74 años, en 1951, las mujeres argentinas acudieron por primera vez a las urnas. La conquista del voto femenino, sancionada en 1947 por la Ley 13.010, no fue el producto de la inspiración repentina de un Parlamento iluminado ni la generosidad espontánea de los legisladores. Fue el resultado de una larga y obstinada lucha encabezada por mujeres que se negaron a ser invisibles y que, a lo largo de décadas, pagaron con persecuciones, encarcelamientos, humillaciones y hasta la vida.

El 23 de septiembre de 1947, Eva Perón anunció la promulgación de la ley que reconocía el sufragio femenino. Desde entonces, su figura quedó para siempre ligada a ese derecho. Pero el voto femenino fue la coronación de un camino que se había iniciado mucho antes, con nombres hoy relegados en los márgenes de la historia oficial.

En 1951, cuando 3.500.000 mujeres participaron de las elecciones —casi la mitad del padrón—, se materializó una conquista que había sido sembrada en múltiples frentes: en la calle, en los congresos feministas, en las revistas militantes, en las primeras candidaturas de mujeres que desafiaron la lógica patriarcal. El sufragio femenino fue un triunfo colectivo que costó generaciones de lucha.

Exclusiones y resistencias

En 1869 se sancionó el Código Civil argentino, un retroceso brutal en materia de derechos. Allí se establecía que la mujer casada no podía administrar sus bienes, decidir sobre su profesión ni firmar contratos. Todo quedaba bajo la tutela del marido. Esa desigualdad jurídica colocaba a las mujeres en la misma categoría que los menores de edad o los incapaces mentales. La humillación era doble: jurídica y simbólica.

Pero esa exclusión no quedó sin respuesta. Surgieron voces como las de Elvira Rawson de Dellepiane, Alicia Moreau de Justo, Julieta Lanteri y María Abella Ramírez, que comenzaron a organizarse y a cuestionar la estructura legal y cultural que las relegaba. Se multiplicaron los colectivos, los centros feministas, los periódicos militantes.

En 1912, la Ley Sáenz Peña estableció el voto secreto, obligatorio y universal… para los varones. El mensaje era claro: la mitad de la población quedaba fuera. Las mujeres reaccionaron con firmeza, denunciaron la farsa y sumaron el voto femenino a su agenda de luchas. Proyectos legislativos se sucedieron a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, pero ninguno prosperó. No eran concesiones generosas de los legisladores, sino iniciativas nacidas de la presión de los movimientos feministas que se abrían paso en la sociedad y en la prensa.

La marginación era evidente: se las equiparaba con niños y dementes, se las excluía de la vida política y, en consecuencia, se las sometía a todo tipo de abusos. Ante ese panorama, las mujeres comprendieron que la cruzada por sus derechos no podía ser individual. Nacieron revistas como Nosotras, fundada por María Abella en 1902 en La Plata, el Centro Socialista Femenino, y espacios como el Congreso del Libre Pensamiento de 1906, que incorporó un programa feminista con resonancia internacional. Ese mismo año, Elvira Rawson fundó el Centro Feminista Argentino, al que se unieron Julieta Lanteri, Alicia Moreau y otras de las primeras universitarias.

Estos movimientos fueron el germen del feminismo argentino, un feminismo plural donde convivían socialistas, librepensadores y católicas progresistas, pero que quedó relegado en la historiografía oficial, eclipsado por narrativas masculinas.

Julieta Lanteri: la desobediencia hecha vida

En ese entramado, la figura de Julieta Lanteri se alza como símbolo de rebeldía y persistencia. Nacida en Italia en 1873, llegó de niña a la Argentina. Fue la primera mujer en cursar estudios en un colegio de varones y la sexta médica recibida en el país, en un contexto donde la universidad buscaba excluir sistemáticamente a las mujeres. Lanteri logró incluso, mediante orden judicial, que se reconociera su derecho a concursar una cátedra en Medicina. Se especializó en enfermedades psíquicas femeninas y en salud infantil, campos en los que trabajó con compromiso inquebrantable.

Su activismo trascendió el ámbito médico. En 1910 organizó junto a otras mujeres el Congreso Femenino Internacional en Buenos Aires, con ponencias sobre derechos civiles y políticos, educación, divorcio, economía y cultura. Fue un evento pionero que mostró al mundo que el feminismo argentino tenía organización, propuestas y horizonte.

Un año después, Lanteri encontró una rendija legal: la Municipalidad de Buenos Aires convocó a actualizar padrones y nada decía del sexo de los electores. Se inscribió en La Boca y el 26 de noviembre de 1911 emitió su voto, convirtiéndose en la primera mujer en hacerlo en Sudamérica. La prensa recogió la noticia. El Concejo Deliberante reaccionó cerrando de inmediato la brecha legal: prohibió expresamente el voto femenino.

Pero Julieta no se detuvo. En 1919 se postuló a diputada nacional, siendo la primera mujer candidata en Argentina. Le impidieron asumir con maniobras legales, pero su campaña quedó como hito. En Plaza Flores organizó un simulacro de votación que congregó a más de dos mil personas, un acto callejero que atrajo la atención internacional. En 1924 fundó el Partido Feminista Nacional y desplegó campañas austeras y creativas: volantes mimeografiados, discursos improvisados en plazas y en cines, recorridas barriales. Su audacia incomodaba.

Julieta cultivó amistades con Alfonsina Storni, Alfredo Palacios y José Ingenieros, y enfrentó el odio de una derecha conservadora que no toleraba a una mujer que hablaba de política, derechos laborales y protección de la infancia.

En 1932, a los 59 años, fue atropellada por un auto en circunstancias sospechosas. El conductor estaba ligado a la Legión Cívica, un grupo paramilitar de extrema derecha afín a Uriburu. Lanteri murió dos días después. La justicia no investigó en serio. Para muchos, no fue un accidente, sino un asesinato político.

Julieta fue, en vida y en muerte, un desafío a un sistema que no soportaba mujeres que fueran demasiado lejos. Su frase —“Los derechos no se mendigan, se conquistan”— condensa la esencia de su lucha y resuena con fuerza en la Argentina de hoy.

Conquistas y pendientes

El voto femenino de 1951 significó una victoria histórica: 3.500.000 mujeres ingresaron al padrón, transformando para siempre la política argentina. Fue un triunfo colectivo, resultado de la militancia de muchas generaciones. Evita fue decisiva en el desenlace, pero el camino había sido abierto mucho antes por Lanteri y las pioneras que la acompañaron.

Hoy, a pesar de las conquistas en la letra de la ley, la igualdad real sigue siendo un horizonte a construir. Persisten las violencias, las exclusiones y las deudas sociales. Revisitar a Julieta Lanteri y a las mujeres que lucharon junto a ella no es un gesto nostálgico, sino un acto de justicia y un recordatorio de que ningún derecho es eterno si no se defiende día a día. La memoria no es un archivo muerto: es un arma contra el olvido.

JULIETA

Encontré tu historia, Julieta,
en el rincón clandestino
de las rebeldías.

Ibas, en vuelo sobre la infamia,
burlando la hipócrita parcialidad
de las palabras.

“Lo universal es todo o no es nada”,
decías.

Siempre,
por la parte lateral de lo que
nos pertenecía,
pariste todo lo que estaba
destinado a florecer.

Infatigable,
interpelabas construyendo
y reconstruyendo.

Peleona, insurrecta;
no diste ventaja
en medio de todas las desventajas.

Eras la desobediencia clavando su filo
en la piel patriarcal.
Siempre corriendo el horizonte.

Fuiste demasiado lejos.
El escarmiento
pintó con tu sangre la pared.

En tu viaje nos resucitaste a todas.
El asesino, los mandantes:
impunes.

Los sueños,
también.

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