Por María José Mazzocato.
Si Milei no gana las elecciones, no seremos generosos con Argentina.
La frase, atribuida a Donald Trump, Presidente de los Estados Unidos, resuena con la contundencia de una advertencia diplomática y la frialdad de una transacción política. No es una amenaza velada, es el indicio de un síntoma de una nueva era donde la política internacional se rearma sobre la base de los intereses y no de los principios. Una era donde el oxímoron – la convivencia de lo contradictorio – se ha vuelto el lenguaje más común del poder.
Lo que atraviesa hoy a Argentina no es simplemente un rescate económico. Es el intento de condicionar el destino de un país a una preferencia electoral. Estados Unidos no ofrece auxilio financiero como gesto de solidaridad; lo ofrece como inversión estratégica, y si señores debemos decir lo que es, desde la mirada más fría del análisis internacional, la política se teje en un eterno entramado de pesos y contrapesos, como lo dijo Chantal Mouffe. Y hoy, esa política, lo hace bajo una lógica que recuerda, aunque actualizada, a la Guerra Fría, ya que se apoya a quien garantice alineamiento ideológico y se castiga a quien no lo haga.
Trump, ese maestro de las contradicciones, opera como el arquitecto de esta nueva dinámica global. Defiende el aislacionismo del “America First”- lema de campaña que ha explotado a lo largo de su segunda administración -, pero despliega una política exterior de intervención simbólica. Su respaldo a un gobierno libertario en el sur no es ideológico, sino funcional. La Argentina de Javier Milei – en su retórica de libre mercado y antiestatismo – se convierte en el espejo perfecto para proyectar un laboratorio de su pensamiento político en América latina, plagada, según él, de gobiernos autoritarios de extremas izquierdas.
Si ese experimento falla, el financiamiento se corta. Si prospera, se premia. Así de simple. Así de brutal, como siempre fue el juego de la política.
Pero este tipo de lógica revela algo más profundo, la creación de un nuevo oxímoron de la política mundial, donde los gobiernos extranjeros aplican ajustes y los Estados defensores del libre comercio intervienen sin pudor en economías ajenas. La coherencia ha dejado de ser una virtud; la contradicción se volvió estrategia.
En ese tablero, Argentina aparece una vez más como actor periférico. Y es ahí donde cobra fuerza la lectura de Carlos Escudé y su teoría del realismo periférico, donde plantea que los Estados débiles, sostenía Escudé, deben reconocer su posición subordinada en el sistema internacional y actuar de manera pragmática para sobrevivir. La diplomacia, desde esa mirada, no se construye desde la igualdad, sino desde la adaptación.
Hoy, esa lógica parece haber regresado, pero con una trampa. Porque lo que antes era realismo – una estrategia de supervivencia racional en un mundo desigual – hoy amenaza con convertirse en sumisión estructural. Si Argentina acepta que su estabilidad económica dependa de la simpatía política de Washington, el realismo periférico se transforma en una forma de tutela global, y tal vez no una elección pragmática, sino una rendición de soberanía.
El rescate norteamericano, estimado en más de 20 mil millones de dólares, no llega como apoyo técnico ni como coordinación multilateral. Llega bajo la forma de un gesto condicionado, de un apoyo a cambio de alineamiento. Y en esa frase – “no seremos generosos si Milei no gana”– se condensa la esencia del problema, un poder internacional se disfraza de ayuda humanitaria mientras persigue objetivos electorales.
Argentina necesita el salvataje, es cierto, y lo necesita con más urgencia que nunca. Con reservas agotadas, inflación estructural y una deuda que asfixia, el margen de maniobra es escaso. Pero el desafío es no hipotecar la autonomía. Porque la diplomacia no puede ser rehén del marketing electoral de otro Estado.
La pregunta de fondo es incomoda y debe irrumpir este relato ¿dónde quedó la verdadera gestión política? ¿Dónde quedó la diplomacia profesional que negocia desde la discreción y no desde el espectáculo? Hoy, la diplomacia se ha vuelto un escenario más de propaganda. Lo que antes se resolvía en despachos cerrados, hoy se anuncia en redes sociales con gestos altisonantes.
La política exterior se ha transformado en un instrumento de validación ideológica – si no, analicemos el Tweet del Secretario del Tesoro de EEUU y su impacto en nuestra economía – , y la prudencia – virtud (carácter aristotelista) esencial de la diplomacia clásica – ha sido reemplazada por la espectacularidad.
El problema, sin embargo, no es solo de Estados Unidos. El fenómeno del oxímoron político global es transversal en este plano actual, hoy las izquierdas que se endeudan para sostener subsidios, derechas que apelan al Estado para financiar ajustes, nacionalismos que dependen del crédito extranjero. La contradicción ya no es un error, es un método.
Y lo que este rescate expone es precisamente eso, observar una diplomacia de intereses que se disfraza de cooperación, una política de supervivencia que se vende como libertad.
En este escenario, Argentina debe repensar su papel, ya que no se trata de negar la necesidad de ayuda, que repito es de carácter necesario, y rechazarla es imposible a estas alturas, sino de recuperar la dignidad negociadora. De establecer los términos del acuerdo desde una posición racional, no desde la urgencia.
El realismo periférico no debería ser una condena, sino una estrategia de equilibrio. Escudé nunca habló de sometimiento, sino de inteligencia política.
Aceptar la asimetría del sistema internacional no implica celebrarla, sino aprender a moverse dentro de ella sin perder identidad ni autonomía.
Si la diplomacia argentina logra reconstruir ese equilibrio – entre la eterna necesidad y la dignidad, entre la cooperación y la soberanía -, podrá transformar este rescate en una oportunidad. Pero si se resigna a ser un actor pasivo del ajedrez geopolítico, solo confirmará su papel histórico de periferia, perdiendo así credibilidad el Gobierno de Javier Milei.
En definitiva, entre la izquierda y la derecha, entre el auxilio y la subordinación, entre la libertad y la dependencia, emerge el nuevo oxímoron mundial, basada en una política internacional que se rearma mientras predica el desarme.
Argentina, una vez más, se encuentra en el centro de esa contradicción.
Y su desafío no será solo económico, sino profundamente diplomático, hoy es el desafió de rescatar la política antes de que el salvataje económico se convierta en un rescate ideológico.
Primera vez que podemos hablar de pares aqui, coincido contigo Lic. Hasta cierta medida, me da alivio pensar que puede pensar en cierta medida con pensamiento de pueblo. Beso.
Espectacular la nota .muy buena como nos tiene acostumbrados la Licenciada Majo Mazzocato.que gran verdad .mil felicitaciones.la seguimos siempre en cada
Excelente nota!
Eeuu es inteligente, sin embargo Argentina es enriquecedora. Tenemos un gran territorio para hacer exportaciónes, sobre todo lo que al primer mundo le interesa.
Si vuelve el Peronismo/kircherismo nos demos por muertos. Se nos va cerrar todo