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Hacerse el idiota

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Por Rodrigo Fernando Soriano.

Quizá estés cansado de esta pregunta: “¿A quién vas a votar?”. En nuestra sociedad todo debe ser dicho, todo debe ser explicado, por todo debe tomarse partido. La primera pregunta que haremos a un niño al conocerlo es, seguramente, por el club de fútbol el cual es hincha; si prefiere a su papá o a su mamá; a un adolescente le preguntaran si va a estudiar una carrera universitaria o trabajar; a una pareja si quieren tener hijos. De todo debemos rendir cuenta. Le debemos explicaciones a todos. Nos exigen explicar. Vomitamos razones y motivos. Elegimos sin elegir. Decimos sin pasar las palabras por un tamiz de razonamiento.

Últimamente me llamó mucho la atención un comentario que no pude dejar de tenerlo en mi cabeza. Refería -palabras más, palabras menos- que una persona era inteligente porque era callada, solo escuchaba y nunca daba su opinión. Se podría pensar que era una forma de estoicismo moderno, pero en su libro “Meditaciones” Marco Aurelio no nos dice que debemos ser mudos, sino por lo contrario, enseña: “Júzgate digno de toda palabra y acción acorde con la naturaleza; y no te desvíe de tu camino la crítica que algunos suscitarán o su propósito…” (Libro V-3). Entonces, ¿dónde se encuentra la inteligencia en “no decir nada”?

Sucede que hoy asociamos la inteligencia a pasar desapercibidos. Creemos que el idiota es la persona contemporánea que busca no quedar en la igualdad, ni perder sus rasgos en la otredad. Busca ser visto. Busca tomar partido y pertenecer. Creemos que saber a quién elegir es identificarse. Cuanto más snob nuestra posición, mayor posición digna creemos tener. Nada más alejado. 

Inteligencia significa “escoger entre” (inter-legere). Pero por ello no somos libres, sino que estamos atrapados en un entre de carácter sistemático. No tenemos ninguna otro acceso o salida a estar afuera de un sistema, sino que lo vivimos desde adentro.

Por ello, hoy el ganador de la contienda será el que se hace el idiota. Advierto al lector que la palabra idiota no es usada aquí en su connotación negativa, sino desde una mirada filosófica. Sócrates al decir que no sabía nada, era un idiota. Descartes que ponía todo en duda, era un idiota. Idiota hoy es ser hereje de un sistema que nos pide siempre tomar partida. Esta resistencia y rebeldía de la extrañeza perturba y relentiza la comunicación que trata de llevarnos al infierno de lo igual.

Byung Chul Han, autor que fue hartamente citado en mis artículos, afirma que el idiota es quien preserva un espacio de silencio en una sociedad que exige comunicación permanente. Nos dice que el Idiot Savant tiene acceso a un conocimiento totalmente distinto. Se eleva sobre lo horizontal, sobre el mero estar informado y conectado. Por su parte Strauss dice que son aquellos aventureros que están unidos de otra manera que únicamente entre sí.

El idiotismo se opone al poder de dominación neoliberal, a la comunicación y a la vigilancia. Se construye así espacios libres para la elección. Es que el poder represivo y disciplinario que nos enseñaba Foucault mutó a uno justamente inteligente. Se nos presenta como amable. Nos promete lo que buscamos: liberar a una sociedad de aquella gente que no queremos tener un espacio de convivencia común. Nos juran honestidad. Seduce en lugar de prohibir. Libera a los propios y castiga al adversario. El poder inteligente se ajusta a la psiquis de quien la adopta. Hace creer que el mundo será de acuerdo con los gustos propios, y se olvida de la coexistencia heterogénea natural del ser humano.  

En el contexto argentino, esta figura adquiere una relevancia particular. Nuestra vida pública se caracteriza por un exceso de discurso, una saturación de opiniones y una polarización que atraviesa todos los ámbitos: político, mediático, judicial y social. El espacio público se ha convertido en un escenario de visibilidad constante, donde cada individuo se ve compelido a tomar posición, a producir contenido, a reaccionar de inmediato. En ese marco, el idiotismo puede entenderse como una forma de resistencia civil frente a la compulsión de opinar y mostrarse.

En términos políticos, hacerse el idiota es pararse por fuera de la grieta que aqueja a nuestro país. Ser idiota, en este sentido, significa reservar un ámbito de decisión propio, no colonizado por el ruido mediático ni por el cálculo utilitario. Es, en última instancia, una reivindicación de la interioridad como espacio de libertad.

Al fin y al cabo, todo parece indicar que hacerse el idiota es el único camino que nos llevará a actuar verdaderamente de manera inteligente.

3 COMENTARIOS

  1. Se nota. Es un texto que no busca agradar, sino incomodar. Y en esa incomodidad se siente el trabajo del pensamiento. Lograste devolverle al silencio su espesor político y al idiota su dignidad filosófica.

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