InicioActualidadLos Reflejos de una Feria

Los Reflejos de una Feria

Publicado el

por Daniel Posse.

Una Incursión que nos habla de los lados de una crisis, en las que el brillo parece enceguecer y al mismo tiempo encubre y revela.

Llegar a la puerta de avenida Santa Fe en la Rural de Buenos Aires, y en ese primer día de la 49ª edición de la Feria Internacional del Libro, entregar el código QR para entrar e ingresar por el pabellón Ocre (creo que el color ya es un anuncio de que el brillo puede estar ausente). La mitad del pabellón luce un concierto de stands, que representan a algunas provincias e instituciones, con sus tintes furiosos; la otra mitad, casi vacía, alberga a quienes muestran cierta pobreza de recursos. Se entiende que las provincias, ante la crisis y la falta de dinero, aunaron esfuerzos y se unieron para forjar stands coloridos, como por ejemplo el que reúne a las provincias patagónicas, o al que reúne al Norte, donde convergen Tucumán, Salta, Jujuy y Catamarca. Otras pudieron, de nuevo, tener sus espacios propios, como Santiago del Estero, Córdoba y Santa Fe. La mitad del pabellón es una muestra de color y movimiento; la otra, de escasez, que parece ser un reflejo más que real del país que tenemos.

Seguir el camino, pasar el túnel, llegar a esa suerte de plaza de la Rural, donde convergen espacios para comer, algunos ceibos en flor, y luego entrar a los otros pabellones, donde las luces y el color parecen aventurarse a pronosticar que la cuestión se vuelve más brillante. Caminar por el pabellón azul, el verde, el blanco, el amarillo. Allí, los stands de las grandes editoriales, de las grandes cadenas de librerías y de las editoriales más pequeñas conviven. Quizás el acceso por otras entradas al predio, que conectan directamente, hace que la circulación sea más nutrida. Encontrar allí, en esos pabellones, a los stands de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y al de la Provincia de Buenos Aires me vuelve a hacer pensar en preguntas: ¿Por qué no están en el pabellón Ocre con las demás representaciones provinciales? ¿Es una cuestión de costos o de estrategias para vender más? ¿O parece que el federalismo no llegó a la Feria? Preguntas que quizá no puedan tener una respuesta directa, preguntas que son de siempre. ¿O será el condenado bajo presupuesto, que hace que exista uno más iguales que otros? La inversión en cultura segrega en un país que parece que no deja de doler.

Encontrarme con Pablo Donzelli, ese editor que intenta hacer la diferencia, que posee el doble trabajo de representar a la editorial de la Universidad de Tucumán y a la propia, en un territorio difícil, por la guerra de egos y entenados. Recorrer con él los espacios, tomar un café, escudriñar desde las ideas y desde las palabras, lo que falta, lo que se necesita; para que la Feria se convierta en la que deseamos, aunque lo que deseamos sea una utopía.

Llegar hasta un stand de una editorial pequeña como lo es Llama Blanca y descubrir el placer de que la misma es tucumana, y que por su propio esfuerzo llegó hasta allí. Descubrir que el talento de su dueña y responsable, Rosario Cortez, posee una mirada que va más allá del horizonte de los demás y que su generosidad la hizo abrir los anaqueles y estanterías a las producciones de otras editoriales tucumanas. Descubrir allí, anidado y expuesto, Panes Mojados, ese poemario de Sergio Lizárraga, ese poeta extraordinario, de Tafí Viejo, que al leerlo, me llena de ganas de quemar los míos. Ver ese libro allí me da la esperanza de que quizá la poesía habita con desmesura en todo este mercado, y que solo hay que buscarla, afinando los sentidos.

Las 18:30 es la hora elegida para que se inicie el acto de apertura de la Feria en ese primer día, pero al que solo unos elegidos parecen tener acceso (Aclaro: tenía una invitación como miembro de la SADE, como en los últimos tres años anteriores, pero decidí no asistir). El no asistir este año fue una decisión, en la que no quise escuchar más reclamosante una política hostil hacia la cultura. Reclamos donde se reniega de la falta de recursos, de la conversión del enorme mercado persa que es la Feria, pero sin que se pueda entender que la industria cultural es y necesita ser, de verdad, un gran negocio, porque elegimos hace mucho tiempo ser capitalistas. Reclamos que se usan como un escenario para hablar de cosas que al final no se hacen, o donde se festejan logros o primeras políticas que terminan en la nada misma. Claro que algo de arrepentimiento hubo en mí, porque también existe cierto placer al escuchar los discursos del escritor elegido para ese año, o a los integrantes de la Fundación del Libro. Igual, después los leería condensados en los medios, en donde el eco de esas palabras, más allá de uno u otro titular, al final parecen quedar en la nada misma.

Seguir asistiendo con el paso de los días a la Feria, y ver cómo todo parece ir mejorando: con más público, con una política de apertura, donde a partir de ciertos horarios, la entrada se vuelve gratuita y la gente se convoca y acude de forma más masiva, donde los fines de semana y los feriados parecen ser los días más elegidos. Aparece un frenesí contagioso, donde escritores y lectores, editores y críticos, hacen una comunión donde, en muchos casos, los egos parecen ser análogos a una suerte de versión propia de los Juegos del Hambre, en la que yo también me sumerjo.

La Mercancía

Sentir el placer voraz por recorrer los estands, ver y desear comprarse todo. Querer llevarse todo, pero sentir, al preguntar los precios, que los bolsillos terminan siendo demasiado flacos. Entonces, tener que elegir entre lo que podemos y deseamos llevarnos. Claro que existe la plusvalía de que, encima, quizá, podemos obtenerlos firmados por los autores que amamos. Eso lo sabemos los que amamos los libros, y eso no tiene precio. Sacralizar el producto cultural del libro parece ser una condición inherente en mí, pero al final, reír y emocionarse, entre dos o tres cafés, entre charlas desaforadas con amigos, con escritores que uno encuentra y que hace años que no ve, donde las emociones pululan, lleva, al final, a la simple y contundente conclusión de que sí: los libros son, más allá de su supuesta aura de sacralidad, meros productos industriales, que se ofrecen, y cuyo éxito está medido en la venta, en los reconocimientos, y en una que otra crítica de algún medio de prensa. La pulsión se puede volver desesperante, ciega, irracional, pero lúdica. Pero todo ese proceso posee el efecto de una catarsis que alivia.

Vislumbrar ejemplares que llegaron por sus acciones desde lugares lejanos, poder palparlos y curiosear autores casi desconocidos, sentir obras que lograron llegar más allá del aparato mercantilista a un espacio masivo, sin perder su singularidad, a veces escasa, y que no se acomplejan —por el contrario, que gritan orgullosos de sus cuerpos y sangres, con tenores capitalistas y necesarios—, más aún en un país que se debate en grietas múltiples y profundas, pero que, a pesar de la mella, sabe y quiere que su industria cultural sea una puerta esencial en un futuro incierto. Una de las tantas contradicciones: saberse capitalistas, pero pretender poseer una conciencia que se estaciona hacia la izquierda.

Una Vidriera Esencial pero Necesaria

Recorrer uno a uno los stands, pero volver a cada rato al del Norte, ese espacio que logró condensar el espíritu de cuatro provincias, pero en el que late el corazón poderoso de una Salta presente, y de un Tucumán indómito y brioso. Llegar y ver aparecer a Guillermo Montilla Santillán, ese dramaturgo exitoso tucumano, que vive en Tafí del Valle, que dejó todo por una vida en la montaña, y que presenta una novela policial ambientada en Aguilares, mi ciudad natal. Sentir la cercanía de la amistad y la admiración hacia él, y entender que ese espacio es necesario y esencial, en un Estado que, a pesar de los rigores de los tiempos que corren, se hace presente, para ser una herramienta necesaria y esencial a la hora de un país que grita de forma voraz, que de verdad necesita la inclusión y la equidad. Volver a ese espacio porque el sentido de pertenencia impulsa.

Palpitar en el Pabellón Azul, en el stand 105 de Autores de Argentina, donde mi libro “Las Ciénagas” tiene firma y presentación. Sentir el abrazo de una posible soledad porque no juego de local. Sigo siendo, a pesar de mi vida en Buenos Aires, un migrante, que sigue buscando el cerro al oeste. Pero la irrupción de una ola de adolescentes-alumnos con sus profesores, que vienen a verme, me calma la ansiedad y el desasosiego.

En ese recorrido de días veo surgir y emanar escritores, músicos, poetas, como el talentoso Eduardo Ceballos, ese prócer que lleva una eternidad gestando las letras y la cultura de Salta. Ver que aparece acompañado por Zamba Quipildor y sus obras para hacer vibrar su tierra en un eco en la Feria.

El espacio se abre y la cultura se evidencia, más aún haciendo que el eco resplandezca, junto a Liliana Massara, Alejandra Burzac Sáenz, Estela Porta, Natalia Trouvé, Esteban Carrasco, etc. Analizar y desvariar en largas charlas con Miky Calvo sobre las estrategias necesarias para hacer de ese espacio un lugar en el que, a pesar de las circunstancias, todo el fervor creativo de un territorio aparece al final, más allá de los egos y las limitaciones.

El Día de la Tucumanidad

Transitar el feriado 1º de mayo, pero que al mismo tiempo es el día de Tucumán en la Feria, como lo es todos los años. Ver llegar a las autoridades: ministros, secretario de Estado de la provincia y otras autoridades. En ese lugar comienza a anidar un todo, que desde allí surca un sendero hasta la Sala Tulio Halperin Donghi. Verlos y escucharlos hablar ante un cortejo de unas trescientas personas, donde Susana Montaldo, la ministra de Educación, traduce en palabras lo que se hizo, lo que se intenta, lo que se ha logrado. Escuchar al secretario de Gobierno de Tucumán, Raúl Albarracín, sintetizar en palabras la intencionalidad de lograr, más allá de las restricciones, un ajuste donde la variable no sea la cultura, a pesar de que la Feria muestra que, a nivel nacional, el ajuste duele en carne viva. Cerrar ese acto de tucumanidad con la publicación de la obra escrita de Leda Valladares, por la Editorial de la Universidad (Edunt), y escuchar a Soledad Martínez Zuccardi (la directora) hablar de los esfuerzos por recuperar parte del pasado. Al final, el cierre con la música de Juan Falú.

La inercia y el apuro de salir porque la Feria está cerrando ya ese día, pero con la esperanza y cierta convicción de que, a pesar de las fallas, y de que la noche de otoño se ha vuelto fresca en ese Buenos Aires de la furia, volveré en los días subsiguientes, porque la fiesta de la Feria todavía vivirá un poco más, una semana que —para el 8 y el 10 de mayo— me vuelve a tocar estar a mí, junto a otros escritores como Manuel Rivas, junto a Letras de Fuego. Que seré parte de escucharlos, de escucharme, de ser arte y parte, en una imagen que enceguece, con un brillo que puede anidar pero que puede volverse ausente, intermitente, pero necesario, en los reflejos de una Feria que todavía no ha terminado.

 

últimas noticas

Nadie nos obliga. Nos gobiernan desde adentro

por José Mariano. El poder más eficaz es aquel que no se siente como poder. Michel...

La sombra del ego y la muerte de la política

por Ian Turowski. Lo que no hacemos consciente se convierte en destino. Carl Jung. Lo que...

Silencios comprados: la prensa tucumana y el precio de la palabra

por Maria José Mazzocato. En una provincia donde el poder no solo se ejerce desde...

Europa en vilo: la era de la paranoia generalizada

por Paula Villaluenga. Desde que estalló la guerra en Ucrania a comienzos de 2022, Europa...

Más noticias

Nadie nos obliga. Nos gobiernan desde adentro

por José Mariano. El poder más eficaz es aquel que no se siente como poder. Michel...

La sombra del ego y la muerte de la política

por Ian Turowski. Lo que no hacemos consciente se convierte en destino. Carl Jung. Lo que...

Silencios comprados: la prensa tucumana y el precio de la palabra

por Maria José Mazzocato. En una provincia donde el poder no solo se ejerce desde...