por Nadima Pecci.
En territorio, Argentina es el segundo país más grande de Latinoamérica y el octavo a nivel mundial, sin embargo está escasamente poblado en relación a su extensión. Tiene gas, petróleo, litio, campos, montañas, ríos, todos los climas, gente que brilla en el mundo en el deporte, en la ciencia, en la literatura, etc. Entonces ¿por qué vivimos en una constante crisis? ¿Por qué países que no cuentan con estas ventajas lograron ser potencia y generar mayor estabilidad?
Para responder esa pregunta tal vez debamos empezar por entender la indefectible relación entre poder, política y elecciones. Entender la importancia del sistema mediante el cual se accede al poder, nos permitirá primero dejar de restarle importancia, segundo comprender sus “trampas”, para, por último, encontrar soluciones.
Siempre insisto que hablar de sistema electoral para la mayoría de la gente resulta desagradable, lo ven como algo que solo le importa a los políticos, sin analizar el círculo que mantiene a los sistemas electorales y a los políticos como protagonistas.
Hay una parte de la clase política, (los que ven la política no como herramienta de construcción, sino como un mecanismo de acumulación de poder para mantenerse en el poder) que se ha encargado de instalar este concepto, con frases como “el sistema electoral no está en la agenda de la gente”, “la gente está en otra cosa”, etc., algo que hasta ahora les ha resultado muy conveniente, logrando repeler así a quienes con buenas intenciones quieren acercarse a participar.
Es evidente que la política agonal es fundamental para que aquellas ideas que queremos llevar a la práctica puedan efectivamente concretarse, ese no sería el problema. El problema es que para muchos de los que hoy ostentan el poder, esta “fase” de la política no es el medio sino el fin.
La importancia del sistema electoral
Es precisamente por este motivo que estos políticos no quieren que la gente en general se interese por la política, ni por las elecciones, ni mucho menos por el sistema para elegirlos.
En Tucumán, tenemos un ejemplo muy gráfico: al reformarse la Constitución provincial en el año 2006, se eligieron convencionales constituyentes, que una vez electos trabajaron en distintas comisiones según distintos temas. La Comisión de reforma electoral quedó conformada exclusivamente por el oficialismo provincial de aquel momento. Si bien la “oposición” no tenía demasiada representación, no deja de ser un dato que grafica claramente cómo estas reglas se tejen con un gran recelo entre quienes ostentan el poder, quienes pondrán todo su ingenio para mantenerse allí y que ninguna norma establezca un mecanismo que permita un mayor control y le dé mayor poder al ciudadano.
Las tramas del sistema
Así nació el famoso “acople” tucumano. Un sistema que garantiza que siempre ganen los mismos, que no exista contrapeso entre los tres poderes, que la provincia dependa de la voluntad de un gobernante quien determine los destinos y la vida de todos los tucumanos.
¿Se entiende ahora por qué no podemos desentendernos de la política, ni de cómo son elegidos los políticos? Esas otras cosas en las que está la gente, son consecuencia directa de cómo llegaron a su lugar quienes toman las decisiones.
Soluciones
Más allá de las muchas alternativas que existen para cambiar el sistema, lo más importante y lo primero que debemos comprender es la importancia de la participación. Participar no es solamente ser candidato o afiliarse a un partido, participar es:
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Ser consciente de cómo funciona nuestro sistema
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Poder detectar las trampas y proponer soluciones
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Analizar y estudiar los perfiles de aquellos que luego serán nuestros representantes
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Ejercer una participación ciudadana responsable, que controle, que castigue o premie con el voto a aquellos que elegimos para que lleven adelante las ideas que nos proponen en la campaña.
De lo contrario caeremos en el bucle que ya Platón describió hace siglos:
“El precio de desentenderse de la política, es ser gobernado por los peores hombres.”