por José Mariano.
En una época obsesionada con la eficiencia, el filósofo José Carlos Ruiz recupera el valor del fragmento, la duda y el pensamiento inacabado. ¿Y si la verdadera profundidad estuviera en lo que nos falta?
“El pensamiento elegante es el que no necesita imponerse. Es aquel que deja espacio a la duda.”
— José Carlos Ruiz
En un mundo saturado de afirmaciones, la carencia puede ser el último refugio de la inteligencia. Frente a la ansiedad por concluir, por decirlo todo, por tener razón, el filósofo español José Carlos Ruiz propone un modo de pensar que respira en los márgenes: una filosofía de lo incompleto.
En su charla “INCOMPLETOS. Filosofía para un pensamiento elegante”, Ruiz se aparta de la lógica dominante de la completitud. No habla de resolver problemas, sino de cultivar preguntas. No exalta el control, sino la conciencia de límite. Lo incompleto, dice, no es una falla: es la condición misma de posibilidad del pensamiento.
De Sócrates al algoritmo: una historia de la carencia
El punto de partida no es nuevo. En la tradición occidental, Sócrates ya hablaba desde la falta. Su sabiduría consistía en no saber. De ahí nacía la potencia de su diálogo: no pretendía enseñar, sino pensar junto al otro. Esa es la primera forma de elegancia: saber que no se sabe todo.
Pero si antes la carencia era condición del saber, hoy se la vive como defecto. En la era de los datos, la ignorancia no es una apertura, sino una falla que Google debe corregir. Hemos reemplazado el diálogo por el buscador, la duda por el algoritmo. No hay espacio para la incompletitud: todo debe estar resuelto, optimizado, cerrado.
Pensamiento elegante: una ética en tiempos de ruido
Contra esa lógica, Ruiz reivindica una ética del pensamiento elegante. ¿Qué significa eso? No se trata de refinamiento estético, sino de una actitud crítica y humilde: pensar sin la necesidad de imponerse, formular ideas sin agotarlas, dejar que el otro complete el sentido.
Esa ética se opone a la violencia epistémica del discurso cerrador. A la lógica del tuit que sentencia. Al titular que clausura. A la pedagogía del resultado. En cambio, propone una forma de pensar que deja huellas, no marcas; que invita, no obliga; que respira, no asfixia.
Fragmento, pausa, contemplación: una estética de la interrupción
Lo incompleto no es solo una ética, también es una estética. El arte moderno lo entendió: en el fragmento hay belleza. En el intervalo, sentido. El pensamiento elegante también es una forma de composición: no llena, sugiere. Y en ese gesto, hace lugar al otro.
Esto no es un llamado a la vaguedad, sino a la contención. En tiempos de hiperproducción discursiva, aprender a callar puede ser tan importante como saber hablar. Pensar menos para pensar mejor. Escribir menos para escribir más hondo. Hacer del silencio una forma de lucidez.
La incompletitud como resistencia
La propuesta de Ruiz no es nostálgica, sino política. Aceptar nuestra incompletitud es resistir a una época que nos quiere totales, eficientes y definitivos. Resistir al mandato de saberlo todo. Al mandato de opinar de todo. Al mandato de tener una respuesta en tiempo real.
Es también una crítica al narcisismo epistémico: ese que convierte al saber en estatus. El pensamiento elegante, en cambio, se aleja de la performance y se parece más al trabajo interior. Una práctica silenciosa, paciente. Una forma de habitar el mundo sin querer dominarlo.
¿Y si pensar fuera volver a estar en falta?
El pensamiento, dice Ruiz, no nace del exceso sino del vacío. Pensamos porque algo no cierra. Porque hay una grieta, una herida, una pregunta sin responder. Esa grieta no debe cerrarse del todo. Debe mantenerse abierta como un ejercicio de libertad.
Quizás el problema no es que pensemos mal, sino que pensamos demasiado rápido. La elegancia, entonces, es la pausa. El gesto de no terminar una frase. El arte de dejar al lector con hambre. De invitar al otro a seguir pensando por su cuenta.
Cierre
Vivimos tiempos obsesionados con el cierre. Todo debe tener un sentido, una solución, un destino. Pero el pensamiento, si quiere ser libre, debe saber perderse. Debe abrazar la carencia. Debe renunciar al deseo de completitud.
La filosofía no está para resolver, sino para abrir. No para cerrar el mundo, sino para iluminar su complejidad.