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Criar con equilibrio: ni todo, ni nada

Publicado el

por Marcela Elorriaga.

¿Dónde está el equilibrio entre dar de más y dar de menos? Es una pregunta que nos ronda la mente a muchos padres, especialmente en estos tiempos donde la crianza parece ir en piloto automático. Vivimos corriendo, tratando de cumplir, de estar presentes, de dar lo mejor. Pero ¿qué es lo mejor?

Hay hijos que tienen todo: no necesitan pedir, no esperan, no se frustran. Hijos que no saben qué es desear algo que no llega enseguida. Hijos que no valoran, porque nunca les faltó. Hijos que creen merecerlo todo, simplemente por estar ahí. Y cuando no reciben lo que esperan, se enojan, se frustran, nos culpan.

Vivimos rodeados de una generación que muchos llaman “de cristal”. Chicos y chicas que se quiebran frente al primer obstáculo, no porque sean débiles, sino porque muchas veces fueron criados en la ilusión de que todo estaría resuelto. Padres que intentan evitarles el dolor, que dan por culpa, por miedo, por amor desbordado. Padres que compensan con cosas lo que no saben cómo acompañar con presencia.

En mi caso, como en el de muchos, la maternidad fue una segunda oportunidad. Quise ofrecer una vida sin tropiezos. Pero entendí —con el tiempo, con los errores— que una vida sin obstáculos no es una vida real. Que crecer duele, que aprender implica equivocarse, que frustrarse enseña.

También existe la otra cara: hijos que aprenden desde pequeños que las cosas no siempre salen como uno quiere. Que hay que esforzarse. Que a veces se pierde. Que llorar está bien, que frustrarse también. Padres que, aunque nos duela, deseamos que nuestros hijos vivan lo que realmente necesitan: límites, espera, paciencia, vacío, silencio.

A veces, dar demasiado es un intento desesperado por no fallar. Creemos que si estamos siempre disponibles, siempre atentos, no nos van a necesitar menos, no nos van a dejar. Pero el tiempo avanza. Ellos crecen. Y un día ya no nos buscan tanto, ya no preguntan, ya no piden ayuda. Y ahí aparece otra pregunta: ¿qué hacemos cuando sentimos que ya no tenemos el control?

Tal vez ahí empieza la verdadera crianza. No la de los pañales, ni la de las mochilas con nombre bordado. Sino la crianza que acompaña a soltar. Criar con equilibrio no es evitar la caída, sino enseñar a levantarse. No es dar todo, sino enseñar a conseguirlo. No es resolver, sino acompañar. No es moldear, sino guiar.

Nuestros hijos no nos pertenecen. Son personas que la vida nos confía por un tiempo. Nuestro rol no es garantizarles la felicidad, sino darles herramientas para construirla. Ellos no necesitan padres perfectos, sino adultos disponibles, honestos, humanos.

Acompañémoslos en su proceso, aceptándolos tal como son. Apoyémoslos cuando nos necesiten, y dejémoslos volar cuando estén listos para vivir su propia vida. Porque la mejor herencia que podemos darles no es la protección absoluta, sino el coraje para enfrentarse al mundo con dignidad, con valores, con libertad.

Demos el ejemplo. Y soltemos de a poco. Para que un día, cuando nos miren desde lejos, puedan decir: “Me enseñaron a vivir, no a obedecer.”

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