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El enemigo interno potenciado en individuo tirano

Publicado el

por Facundo Vergara. 

En las últimas ediciones de Fugadenoticias distintos autores nos dieron sus puntos de vista y expusieron conceptos en relación a la fragilidad de la moralidad de la sociedad argentina. Sabemos que es una característica muy arraigada que arrastramos desde antes de constituirnos en un estado-nación. Es una cuestión cultural. La idiosincrasia transgresora la llevamos en la sangre. Nuestras maneras de actuar y juzgar se manifiestan como una relación ambigua: por un lado, se exalta el ingenio, “la viveza criolla”, la capacidad de encontrar soluciones o atajos para cualquier cosa; por el otro, se condena la corrupción, el incumplimiento y la desidia; pero todos, como resultado del entorno en el cual interactuamos, llevamos en nuestro ADN de argentinidad las características de transgresión y condena que alternamos según nos convenga. 

Aquí las normas establecidas carecen de rigidez, son una sugerencia; y el que se las salta, más si lo hace con gracia, rara vez recibe la sanción social que uno espera. Esto atraviesa todos los aspectos de nuestra cotidianeidad: las relaciones sociales, las relaciones económicas y también en lo que respecta a la política. 

La transgresión en sí misma no necesariamente suele ser negativa. Hay sociedades que progresaron gracias a individuos que desafiaron al sistema logrando romper el statu quo, pero en Argentina, la transgresión no suele ser creativa ni revolucionaria, sino que muchas veces se trata simplemente de eludir la responsabilidad, evitar el esfuerzo o sacar una ventaja individual. Aquí la “viveza criolla”, como símbolo nacional no oficial, es celebrada tanto en chistes como en relatos cotidianos, aun cuando sus consecuencias sociales son graves (ejemplos hay muchos).

Esta forma propia del argentino promedio de interpretar las normas está fuertemente ligada a la desconfianza institucional. Las acciones del gobierno y de sus funcionarios son severamente cuestionadas, los medios de comunicación están “comprados”, la corrupción es normal tanto en el sector del empresariado como en la misma Iglesia; y esa percepción se retroalimenta. Así, cuando todos transgreden y el que cumple es visto como un tonto, desde hace décadas se vino erosionando no solo el respeto por la ley, sino también el tejido cívico que permite la convivencia. Poco a poco fuimos fortaleciendo a ese enemigo de la moralidad en nuestro interior.

El individuo tirano

Desde otro ángulo, el filósofo Eric Sadin nos dice que la crisis moral actual está atravesada por una mutación del sujeto contemporáneo que devino a partir de un proceso de radicalización del individualismo como consecuencia de las influencias del sistema neoliberal, las plataformas digitales y la cultura de la inmediatez.

Para Sadin, el nuevo individuo ya no busca formar parte de un colectivo, ni construir un bien común. Hoy es un “yo tirano” que exige que el mundo se adapte a uno mismo, a sus emociones, a su verdad, a sus reclamos. Así, este sujeto está más ocupado en autoafirmarse que en comprender al otro, por lo que no tolera el disenso, no escucha, no se corrige. Solo exige reconocimiento y validación de sus acciones y pensamientos.

En Argentina, esta figura del “individuo tirano”, puede encontrar un terreno fértil para desarrollarse dado que el deterioro moral de nuestra sociedad se alimenta precisamente de ese individualismo que describe Sadin. Si la transgresión está naturalizada se debe en parte porque cada quien cree que tiene derecho a sortear o torcer las reglas. Interpretando al filósofo francés, podemos decir que vivimos en una sociedad donde la verdad personal desplazó a la norma compartida, y donde la legalidad es percibida como un obstáculo y no como una garantía de convivencia, donde tanto la ley como la moral  se vuelven negociables si nos incomodan, si obstaculizan, o si no se ajustan a nuestros deseos.

Una luz en el horizonte

En la mañana de este viernes fui invitado a participar de una charla titulada “Argentina te llama. Líderes que inspiren”, que estuvo a cargo de los coaches Fernando Ayala y Cristián Guzman. Casualmente, en el marco de la misma, se describió al “ser argento” donde salió a luz esta característica transgresora, entre picaresca y condenable, de la sociedad argentina. 

La cultura de la transgresión es un síntoma de algo más profundo: la ruptura del pacto social. Mientras la transgresión siga siendo un rasgo social aceptado (y en algunos casos admirado) dificultará la construcción de un horizonte común basado en la confianza, la equidad y la responsabilidad. Sabemos que revertir los rasgos culturales de una sociedad lleva tiempo y no es sencillo. Hay que lograr que las reglas sean percibidas como legítimas, justas y necesarias. Hay que educar y también predicar con el ejemplo. Si las élites se manejan con impunidad, difícilmente el ciudadano común encontrará  motivos para actuar distinto.

Ayala y Guzman, al hablar sobre la “viveza criolla”, describieron la idea de “viveza buena” y “viveza mala”. Cuando uno obtiene provecho sorteando normas o a expensas o detrimento del otro, estamos hablando de viveza mala. Cuando utilizamos nuestra viveza con integridad, es decir, haciendo las cosas correctas sin que nadie nos mire, cuando lo hacemos de manera creativa que cohesiona y se solidariza con el prójimo y la sociedad,  estamos hablando de la “viveza buena”. Esta, en definitiva, es una elección diaria que cada uno puede practicar si queremos reconstruir nuestra sociedad.   

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