por Ian Turowski.
Hace casi dos siglos que el mundo corre en automático sin poder parar. Todo acelera. Todo va cada vez más rápido, pero nadie se pregunta: ¿hacia dónde? ¿Y por qué?
Desde la revolución industrial, la carrera espacial, la masificación de los medios, la globalización y la hiperconectividad, nos convencimos de que eso era progreso: más velocidad, más satélites, más pantallas, más tareas, más locura. Y en el medio de todo eso, ¿dónde quedaste? ¿Quién sos vos?
Envíos más rápidos, conexiones más rápidas, descargas más rápidas. La velocidad se ha convertido en un falso sinónimo del progreso. Todo es parte del mismo combo. Nos comimos el cuento de que estamos progresando, pero en realidad estamos girando como hámsters en una ruedita. Y cada vez más lejos de nosotros mismos. Metidos en una pecera donde se puede ver en todas direcciones, pero sin contacto entre nosotros y sin poder escapar.
La humanidad no está en la cima de esta cadena: está encadenada. Alimentando una maquinaria que no maneja, no entiende ni controla. Hecha de dinero, deudas, códigos, algoritmos y discursos incoherentes sobre evolución.
Todo esto no está hecho para que vivamos mejor. Está hecho para que rindamos más, inmersos en una falsa sensación de libertad anclada a la posibilidad de consumir “libremente” entre millones de productos.
Hay mentes oscuras detrás de todo esto, que deciden qué es lo que el ser humano necesita. Eligen por vos, sin haber habitado jamás la incertidumbre, el silencio o el aburrimiento sin culpa.
No hay lugar para la charla sin apuro, ni para ver crecer a un hijo sin mirar el celular. Todo es ya. Todo es eficiencia. Todo es mentira.
Nadie tiene tiempo de parar la pelota y preguntarse si esto es lo que realmente quiere o si simplemente lo arrastró la corriente.
La gente ya no tiene hijos. Y los que tienen, casi ni los ven. Lo importante es la “realización personal”, brillar solo. Nadie es feliz sin un círculo que lo banque, sin familia, sin amigos, sin alguien que te mire a los ojos cuando estás por quebrarte. Sin un abrazo que valide tu esfuerzo, aunque falles.
Señores, aunque duela: somos ratas de laboratorio. Un experimento. Fuimos engañados. Nos asignan tareas que cumplimos a cambio de estímulos inmediatos. A cambio de vivir en una maquinaria que te chupa el alma y te devuelve ansiedad.
Si a mayor velocidad las distancias en tiempo se reducen (*), deberíamos bajar la velocidad y aprender a disfrutar más del tiempo y de las distancias.
Yo voy a agarrar los guantes y dar pelea. No con reels, ni con fotos de desayunos proteicos, sino con hechos. Bajarme del tren. Apagar el ruido. No responder. Apagar las notificaciones. Decir que no. ¡Que se cague! Mirar al otro a los ojos. Pensar por cuenta propia. Tomarme el tiempo con calma.
Volver a lo simple, a lo vivo.
(*) Teoría General de la Relatividad —Albert Einstein.