por José Mariano.
Nada se construye sobre la piedra. Todo sobre la arena. Pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra.
Jorge Luis Borges
El problema no es que falte información. Es que ya no sabemos qué hacer con ella. Vivimos expuestos a una marea interminable de datos, imágenes, escándalos y cifras que nos atraviesan sin detenerse. En el vértigo de la hiperconectividad, la verdad no se pierde: se disuelve. No hay tiempo para pensar, solo para reaccionar. Y si pensar requiere demora, pausa y silencio, estamos en el peor momento para pensar.
La modernidad ya no se define por el progreso, sino por la velocidad. Pero como advirtió Harun Farocki, mirar no es lo mismo que ver. Nos han entrenado para consumir imágenes, no para comprenderlas. Y cuando la imagen reemplaza al análisis, la emoción toma el lugar del juicio. La política se convierte en espectáculo, la economía en algoritmo, y el dolor en contenido viral. Todo pasa, pero nada queda.
Henri Bergson habló del tiempo como duración, no como sucesión de instantes. Pero hoy el tiempo es otra cosa: es un zapping perpetuo. Un presente sin espesor. Un continuo que nos lleva de indignación en indignación, hasta que todo cansa. Y cuando todo cansa, sobreviene el olvido. No como falla, sino como mecanismo. La velocidad nos protege del dolor, pero también de la memoria. Así es como se gobierna: no con verdades, sino con distracciones.
La razón cínica lo sabe todo, pero no hace nada. Es esa forma en que reconocemos las trampas del sistema y, aun así, seguimos jugando. Somos críticos en el discurso y obedientes en la práctica. Nos burlamos del poder mientras lo aplaudimos. Sabemos que la historia se repite, y sin embargo, participamos de la repetición. Como adictos a nuestras propias contradicciones, habitamos una argentinidad tan lúcida como autodestructiva.
Y Tucumán, el norte velozmente inmóvil, es su reflejo perfecto. Aquí el tiempo parece estancado. Con iPhones 16 y carros a tracción a sangre. Alcantarillas devenidas canteros. Calles rotas, promesas rotas, memorias rotas. Todo envuelto en una niebla cálida donde el pasado no se fue y el futuro no llega. A veces parece que aquí el tiempo no avanza: se encarna. Y cada error se hereda como si fuera un bien preciado.
Quizás la historia tiene inteligencia propia y enseña a los pueblos una y otra vez la misma lección. Quizás vivimos en un espiral donde el pasado vuelve como futuro mal resuelto. Y mientras tanto, seguimos esperando. Tal vez no hemos aprendido. Tal vez no ha sido suficiente. Tal vez no estamos listos.
Hubo quien dijo que el mayor problema de la democracia argentina es que fue entregada, no conquistada. Que nos la pusieron en la mano sin habérnosla ganado. Y que por eso, no supimos qué hacer con ella. ¿Cómo influye en nuestra relación con las cosas la forma en que las obtenemos? ¿Cómo darle valor a lo que no nos costó?
Vivimos en una sociedad que conoce el precio de todo y el valor de nada. Que exige sin construir, que exige sin recordar. Y sin memoria, no hay responsabilidad. Y sin responsabilidad, no hay futuro.
Hoy, los caminos se bifurcan —diría Borges—. No es una metáfora: es un punto de quiebre. Podemos seguir siendo los mismos y repetir la historia. O intentar algo distinto. No para cambiar el mundo en un día. Pero sí para dejar de girar en círculos. El asunto no es solo político. Es social. Es cultural. Es estructural. Es moral.
Y la pregunta ya no es si vamos a cambiar.
La pregunta es si todavía podemos.
Bienvenidos a la Edición 11.
Esto es FUGA.