por Lucas Gabriel Nagle.
Después de años de tensiones, aranceles punitivos y mensajes contradictorios, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sorprendió al mundo al anunciar a través de sus redes sociales que ha alcanzado un acuerdo preliminar con China para poner fin a la prolongada guerra comercial entre ambas potencias. Aunque el entendimiento aún debe recibir la aprobación final del presidente chino Xi Jinping, representa el avance más concreto en meses para desescalar un conflicto que ha impactado a la economía global desde 2018.
Un principio de acuerdo con puntos clave
El entendimiento anunciado por Trump incluye medidas concretas en temas sensibles para ambas naciones. Entre los puntos principales acordados, se destacan:
• Aranceles: Estados Unidos aplicará una nueva tasa del 55 % sobre productos chinos. Esta cifra incluye un arancel base del 10 %, más un conjunto de recargos relacionados con la lucha contra el narcotráfico (especialmente por el fentanilo) y otras sanciones previas. Por su parte, China impondrá un arancel del 10 % sobre bienes estadounidenses.
• Tierras raras e imanes: China, que actualmente controla entre el 80 % y el 90 % del mercado mundial de tierras raras —minerales cruciales para la producción de tecnología, defensa, autos eléctricos y energías renovables—, se comprometería a garantizar el suministro anticipado de estos materiales a Estados Unidos. Esta concesión responde a las preocupaciones del sector industrial norteamericano, que se había visto afectado por restricciones previas.
• Acceso educativo: En reciprocidad, Estados Unidos se compromete a levantar las restricciones de visado impuestas recientemente a estudiantes chinos, restableciendo el acceso a universidades y colegios norteamericanos. Esta decisión busca aliviar las tensiones diplomáticas y responde también a presiones de instituciones educativas que ven en los estudiantes internacionales una fuente clave de financiamiento y diversidad académica.
Londres como escenario y el reloj corriendo
Las negociaciones que dieron lugar a este principio de acuerdo se llevaron a cabo en Londres, a lo largo de dos intensas jornadas, y fueron una continuación de las tratativas iniciadas semanas antes en Ginebra. Sin embargo, el entendimiento actual es preliminar y no vinculante. Ambos países tienen hasta el 10 de agosto para transformar este marco general en un tratado integral, con cláusulas específicas de cumplimiento, mecanismos de seguimiento y cronogramas de implementación.
Aunque Trump celebró el anuncio como un “gran logro”, la reacción internacional fue más mesurada. Los mercados bursátiles en Nueva York y Londres mostraron una reacción cauta, sin grandes alzas ni euforia. Los analistas coinciden en que, si bien es un paso importante, el acuerdo todavía carece de elementos fundamentales que le den solidez a largo plazo.
¿Una señal de debilidad?
Este principio de acuerdo no está exento de interpretaciones. Para algunos observadores, especialmente en el ámbito económico y estratégico, representa una muestra de debilidad de parte de Estados Unidos, que ha tenido que reconocer su dependencia de recursos críticos que domina China. Las tierras raras son fundamentales para sectores como el armamento avanzado, la telefonía móvil, los autos eléctricos y la energía eólica. Limitar el acceso a estos materiales había sido uno de los principales puntos de presión del gigante asiático en esta guerra comercial.
Sin embargo, también puede leerse como una jugada inteligente por parte de Trump, quien busca cerrar su segundo mandato con un triunfo diplomático que muestre resultados concretos en materia de política internacional. Lograr un acuerdo con China, después de años de tensiones, sería una carta fuerte en su arsenal político en medio de un contexto electoral agitado.
Una guerra costosa para todos
La guerra comercial entre Estados Unidos y China no ha sido gratuita. Desde su inicio, ha generado consecuencias globales: interrupción de cadenas de suministro, incertidumbre en los mercados, aumento de precios para los consumidores y afectación a las exportaciones de países terceros que dependen de la estabilidad entre ambos gigantes. Empresas multinacionales debieron rediseñar sus estrategias de producción y distribución, mientras sectores clave —como la agricultura en EE. UU. o la industria electrónica en China— sufrieron golpes directos.
Un eventual acuerdo integral podría aliviar estas tensiones, permitiendo una normalización progresiva del comercio internacional y una reactivación de inversiones que se mantenían congeladas ante la falta de previsibilidad.
Lo que queda por resolver
A pesar del avance, aún restan grandes interrogantes:
• ¿Cómo se garantizará el cumplimiento efectivo del acuerdo?
• ¿Qué mecanismos de supervisión se establecerán para evitar nuevas escaladas?
• ¿Qué pasará con los aranceles previos aún vigentes?
• ¿Cómo reaccionarán los sectores internos en cada país, especialmente aquellos que se beneficiaban con las políticas proteccionistas?
Además, el contexto geopolítico no puede ignorarse. Las tensiones entre China y Estados Unidos van mucho más allá del comercio: abarcan disputas tecnológicas, militares y diplomáticas. El acuerdo comercial, aunque relevante, será apenas una pieza más en un tablero internacional cada vez más complejo.
¿Camino hacia la paz comercial?
El principio de acuerdo anunciado por Trump podría marcar el inicio de una nueva etapa en la relación bilateral, una etapa caracterizada por cooperación selectiva y negociaciones pragmáticas. Sin embargo, sería prematuro hablar de “paz comercial” sin antes ver avances concretos en los próximos meses.
El 10 de agosto aparece en el horizonte como una fecha clave. Hasta entonces, el mundo observará con atención si este entendimiento preliminar se transforma en un tratado real que devuelva algo de certidumbre a la economía global.