por Facundo Vergara.
En contextos como el de la Argentina actual, donde se manifiestan la confusión o la distorsión de la moralidad y la polarización política, resulta útil recurrir a conceptos aportados desde la Teoría Política para tratar de interpretar diversos escenarios. En tal sentido, podemos encontrar una analogía en los conceptos desarrollados por Michael Walzer en su obra Guerras justas e injustas: un razonamiento moral.
Aquí el autor, que si bien hace foco en la cuestión bélica proponiendo una distinción entre las causas justas (para entrar en un conflicto) y los límites morales (que deben regir su desarrollo), nos ofrece un marco para analizar la disputa de poder que se dio en torno al caso judicial que involucra a Cristina Fernández de Kirchner como principal protagonista.
La ética del conflicto
El caso de Cristina Fernández de Kirchner ha sido desde sus inicios mucho más que un trámite judicial, fue (y lo sigue siendo), una disputa política muy intensa cargada de narrativas opuestas: para el sector libertario, representa el intento de hacer justicia contra la corrupción en el poder; para la oposición, es la expresión acabada del lawfare, esa guerra jurídica donde el Derecho es utilizado como un arma y no como un instrumento de justicia. En este sentido, el análisis de Walzer, más allá de la legalidad formal, nos permite incorporar al debate una variable: la dimensión moral del procedimiento judicial.
Walzer nos dice que incluso las causas más nobles pueden volverse injustas si se persiguen por medios inmorales; y viceversa. Incluso si se combate por una causa discutible y considerada justa, hay límites que no se deben cruzar. Así, cuando las instituciones jurídicas del Estado son utilizadas como medio para las disputas políticas, vemos plasmado el rol de la ética en el conflicto. Así como en un contexto bélico no se puede justificar toda acción, tampoco el sistema judicial debería hacerlo.
Observando el concepto de “causa justa” podríamos afirmar que los hechos por los cuales la ex mandataria fue condenada (delitos de corrupción) justifican la condena judicial, dado que ningún ciudadano, ni siquiera una exmandataria, está por encima de la ley. Sin embargo, como advierte Walzer, también importa cómo se actúa, y es aquí donde entran en juego los límites.
La responsabilidad ética corre para ambos lados
El proceso contra Cristina Fernández de Kirchner ha sido cuestionado desde diversos ejes: por sus tiempos, el contexto y sus actores. Fuimos testigos de una aparente parcialidad de jueces hasta el tratamiento mediático del caso; también observamos la utilización política del dictamen de prisión o la eventual proscripción electoral, elementos que desvirtúan los principios básicos del debido proceso y que traspasan los límites éticos que no se pueden vulnerar, incluso cuando se enfrenta a quien se considera culpable. Siguiendo la lógica de Walzer, estaríamos ante una contienda injusta. Aun cuando hubieran motivos reales para investigar, el procedimiento se vuelve ilegítimo si se pervierte su finalidad. Del mismo modo, tampoco sería moralmente aceptable eludir una investigación legítima escudándose en fueros, pactos o narrativas de victimización.
El fin no justifica los medios
Walzer propone un marco de análisis que privilegia la moral sobre la estrategia negando aceptar que «el fin justifica los medios». En contextos como el argentino, donde la polarización y el descrédito por la política y sus instituciones es muy profunda, tal propuesta es más necesaria que nunca.
Si aceptamos que el sistema judicial se transforme en un “campo de batalla”, entonces la justicia deja de ser un fin y se convierte en un botín, y cuando eso ocurre, perdemos todos. Si aceptamos el “vale todo” en nombre de la lucha contra la corrupción o en la defensa de un proyecto político, terminaremos justificando lo que condenamos; y en ese juego la democracia se desgasta, las instituciones se vacían y el Estado de Derecho pierde su legitimidad.
Todo esto nos lleva a la siguiente reflexión: es necesario como ciudadanos exigir y construir una justicia que no sea ni arma ni escudo; una justicia que no se incline ante el poder, pero tampoco lo persiga. Es decir, necesitamos una justicia que, como propone Walzer en otro contexto, ponga límites a la violencia, aun cuando esa violencia se ejerza en nombre de un bien superior.