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La razón cínica en el derecho: entre la escena y la verdad

Publicado el

por Gonzalo Chávez Rodríguez.

Cuando la ley se vuelve teatro, la justicia se convierte en escenografía.

¿Qué pasa cuando quienes legislan, aplican o comentan el derecho saben —perfectamente— que las leyes que promueven son inútiles, crueles o injustas… y aun así las impulsan con entusiasmo?
Esa es la lógica de la razón cínica, el mecanismo perverso que hoy corroe nuestro sistema jurídico y político. Una bomba de tiempo que no solo erosiona la confianza ciudadana, sino que convierte la justicia en puro espectáculo.

Vivimos tiempos en que el cálculo político y el oportunismo mediático pesan más que cualquier consideración de eficacia o de justicia. No se trata de ignorancia: el cinismo es ilustrado. Los protagonistas saben que están promoviendo medidas ineficaces, incluso regresivas. Pero lo hacen igual. Porque conviene. Porque da rédito electoral. Porque aplaca la bronca social. Porque permite seguir representando un papel en el teatro del poder.

El filósofo Peter Sloterdijk describió con precisión este fenómeno: “ellos saben lo que hacen, pero lo hacen igual”. En el campo del derecho, esta fórmula se ha convertido en norma.

El derecho como teatro

Uno de los terrenos donde esto se ve con mayor crudeza es el derecho penal juvenil.
Cada tanto resurge la iniciativa de bajar la edad de imputabilidad. Todos —legisladores, juristas, periodistas— saben que no sirve. Que no resuelve el problema. Que no disminuye el delito. Que aumenta la violencia institucional. Que criminaliza pobreza.

Y sin embargo, se insiste. Se redactan proyectos. Se organizan debates. Se lanzan campañas. Porque vender mano dura siempre es más fácil que construir soluciones complejas. Y porque en tiempos de inseguridad percibida, el espectáculo de la ley tiene más impacto que la construcción de justicia real.

Pero el fenómeno no se limita al derecho penal juvenil.

El cinismo como sistema

La razón cínica atraviesa hoy todo el campo jurídico.

Reformas judiciales que no reforman nada, pero generan titulares.
Leyes sancionadas sin presupuesto ni voluntad de aplicación, para que queden bien en el papel.
Fallos dictados en función de la reacción mediática más que del principio de justicia.
Campañas contra el narco que omiten las redes de complicidad estatal.
Promesas de “puerta giratoria cero” que distorsionan deliberadamente los datos reales del sistema penitenciario.

En cada caso, el mismo patrón: los actores saben que están vendiendo un relato falso. Pero lo hacen igual.

El derecho se ha convertido en teatro. Y en ese teatro, todos desempeñan su papel con conciencia plena del cinismo que los atraviesa.

El costo del cinismo

Cuando la razón cínica se normaliza, el precio es alto.

Se destruye la confianza social en la ley.
Se refuerza la percepción de que el derecho es apenas maquillaje para decisiones ya tomadas por el poder.
Se banaliza la injusticia, convirtiéndola en espectáculo de consumo.
Se legitima la violencia institucional bajo ropajes legales.

Peor aún: se cultiva el escepticismo cínico en la ciudadanía. Esa frase tan común —»es todo un circo»— es el síntoma más claro del daño causado.

Resistir la razón cínica

¿Se puede resistir?
Creo que sí. Pero no será fácil.

Primero, hay que nombrar el fenómeno. La razón cínica prospera cuando opera en la sombra.
Segundo, hay que exigir consistencia entre discurso y acción: no tolerar que quienes en privado reconocen la farsa, en público la celebren.
Tercero, hay que defender la idea de un derecho como herramienta de transformación, no de espectáculo.
Y, sobre todo, hay que cultivar ciudadanía crítica. La razón cínica se alimenta de la resignación. Romper ese círculo exige pensamiento lúcido y acción ética.

Hoy, el derecho argentino —como buena parte de nuestra política— está colonizado por la razón cínica. No basta con indignarse. Hay que entender sus mecanismos. Denunciarlos. Resistirlos. Y construir, en la medida de lo posible, espacios donde el derecho vuelva a tener sentido como herramienta de justicia, no como escenografía para la manipulación.

En tiempos donde todos saben que es mentira, pero igual aplauden, pensar críticamente ya es un acto de resistencia.

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