por María José Mazzocato.
El encarcelamiento de Cristina Fernández de Kirchner cayó como un golpe seco en la escena nacional, pero en Tucumán fue, para algunos, una bocanada de aire frío. Una pausa. Un margen. Para el oficialismo en Tucumán, fue la ocasión perfecta para replegarse, reordenar, y empezar a construir con mayor libertad su proyecto local, sin tener que rendir cuentas al kirchnerismo ni enfrentarse a las tensiones de un peronismo nacional en descomposición.
En el contexto de un peronismo fragmentado, con el PJ intervenido de facto por la figura ausente de Cristina, la provincia de Tucumán ofrece un laboratorio vivo de lo que ocurre cuando las estructuras partidarias tradicionales dejan de operar como fuerza cohesionadora. Mientras el aparato kirchnerista se movilizaba para denunciar lawfare, persecución judicial y defender a su líder, en Tucumán, Jaldo aprovechaba el momento para afianzar su liderazgo sin necesidad de confrontar directamente con Cristina, pero tampoco sin rendirle tributo.
El gobernador tucumano dio señales claras de autonomía. Alineado a la Casa Rosada y respaldando abiertamente las principales iniciativas legislativas de Javier Milei, Jaldo encontró en el silencio de Cristina la posibilidad de construir poder sin interferencias. «No soy kirchnerista», declaró, al tiempo que promovía bloques independientes en el Congreso, como el de los diputados del bloque Independencia, que responden a su liderazgo y votan con el oficialismo nacional. No es una ruptura explosiva, sino una retirada estratégica. El silencio que sigue al sismo.
En paralelo, el kirchnerismo local intenta reorganizarse. Javier Noguera, los Yedlin, Manzur, Mendoza y Orellana son algunas de las figuras que encabezan listas por fuera del PJ tucumano, autorizadas por Cristina pero sin intervención formal del partido. Es una división que busca representar a un peronismo «auténtico», pero que hoy está desconectado del poder institucional. Jaldo, en cambio, no necesita banderas ideológicas: tiene la máquina provincial, la gobernación, y ahora también el margen para tejer una nueva red de alianzas, donde el kirchnerismo es apenas un eco lejano.
El encarcelamiento de Cristina, aunque simbólicamente potente, tiene poco impacto práctico en la provincia. En lugar de ser una causa movilizadora, ha funcionado como punto de inflexión. El peronismo tradicional se reordena y busca otras referencias.
El gobernador tucumano entendió que el ciclo cristinista ya no ordenaba ni contenía. Lejos de forzar una ruptura dramática, eligió el reacomodamiento estratégico. Empezó a tejer su propio espacio político, alejado del sello nacional, con epicentro en Tucumán. Un peronismo sin CFK. Un peronismo sin verticalismo. Un peronismo sin mística, pero con recursos.
En ese camino, la creación del frente “Tucumán Primero” no fue solo un gesto de unidad: fue una advertencia. El dato más relevante: incorporó a Germán Alfaro, exintendente capitalino y opositor histórico del PJ. Una jugada audaz, pero también riesgosa. Varios dirigentes del alfarismo, empezando por la senadora Beatriz Ávila, rechazaron la alianza. Y en el kirchnerismo tucumano ya se habla de armar lista propia. El peronismo, como siempre, tiende a la expansión. Pero ahora, sufre de indigestión.
Mientras tanto, la interna se desata como un temporal sin paraguas. A menos de dos meses de las medias, hay más interrogantes que certezas. ¿Quién encabezará las listas? ¿Regino Amado? ¿Javier Noguera? ¿Un nombre inesperado? Nadie lo dice, pero todos lo calculan. La ansiedad electoral desacomoda incluso a los armadores más veteranos. Y en el medio, el escándalo.
El caso Alberdi, con el desplazamiento del intendente Luis “Pato” Campos tras audios donde se lo vincula al narcotráfico, golpeó directamente al corazón del oficialismo. La decisión de intervenir el municipio por 180 días fue drástica, pero también defensiva. Y mientras eso ocurría, a Jaldo le robaron el celular en un acto público en La Cocha. Un hecho anecdótico, sí, pero que simboliza algo más profundo: el control se deshilacha, incluso para quien lo ejerce.
Como si todo eso fuera poco, las encuestas no acompañan. Según un reciente estudio de la consultora Nyborg, La Libertad Avanza lidera intención de voto en la provincia con el 35,7 %, mientras el peronismo apenas llega al 31,1 %. Es decir: el desgaste no es solo discursivo. Es electoral. Y cuando el peronismo empieza a perder en Tucumán, lo que pierde no es un cargo: es el relato de invulnerabilidad.
En esa escena, la ausencia de conducción real se vuelve el dato más grave. No hay conducción institucional, porque la institucionalidad está en crisis. No hay conducción partidaria, porque los partidos están rotos. No hay conducción ética, porque el escándalo se normalizó.
Hoy Tucumán no discute el modelo de provincia que quiere ser: discute quién queda a cargo mientras todo se descompone. Y esa es la señal más clara de una democracia sin proyecto.
Muy buena nota que describe la realidad y el contexto actual del peronismo local.
Muchisimas gracias!
Excelente análisis de la situación política de la provincia!! Felicidades
Excelente nota