por Bronco Maza.
Una fotografía es un secreto sobre un secreto. Cuanto más te dice, menos sabes.
Diane Arbus
Diane Arbus (Nueva York, 1923 – 1971) es una de las fotógrafas más influyentes y enigmáticas del siglo XX. Su obra en blanco y negro retrató a personas que la sociedad etiquetaba como “extrañas”, “marginadas” o simplemente diferentes. Con un estilo frontal y sin concesiones, transformó la fotografía documental y encendió un debate que sigue vivo: ¿es ético retratar a personas vulnerables? ¿Se les cosifica o se les da voz?
Nacida Diane Nemerov en el seno de una familia acomodada, se casó a los 18 años con Allan Arbus, fotógrafo y actor. Juntos fundaron “Diane & Allan Arbus” en 1945, un estudio de fotografía de moda que trabajó para revistas como Vogue, Esquire y Harper’s Bazaar. El éxito en la industria era evidente, pero no suficiente. A finales de los años 50, Arbus abandonó el confort del estudio comercial y buscó un lenguaje propio.
Estudió con Lisette Model, quien la impulsó a mirar hacia lo que no se mostraba: la belleza en lo raro, lo incómodo, lo que incomodaba al espectador. Así empezó a retratar artistas de circo, personas con discapacidades, travestis, nudistas, gemelos… y también gente corriente, pero captada en momentos de profunda intimidad y vulnerabilidad.
La década del 60 consolidó su estilo. Obtuvo la beca Guggenheim en 1963 y 1966, y publicó en Esquire y Harper’s Bazaar. Obras como Child with Toy Hand Grenade in Central Park (1962) o Identical Twins, Roselle, New Jersey (1967) se convirtieron en iconos. No embellecía a sus sujetos ni ocultaba sus particularidades: los ponía en el centro, con una sinceridad que algunos consideraban perturbadora.
Esa crudeza le valió críticas y defensas apasionadas. Para unos, Arbus “exhibía” a sus retratados; para otros, los dignificaba al mirar de frente lo que otros preferían no ver. Más que resolver el dilema, su trabajo lo amplificó. Y ahí reside su fuerza: no ofrece respuestas cómodas. Obliga a pensar en la relación entre fotógrafo, sujeto y espectador, en el límite entre la representación y la explotación.
Su influencia marcó a generaciones posteriores: Cindy Sherman, Nan Goldin y Robert Mapplethorpe reconocen la huella de su mirada. Su legado no es solo estético: es político y ético, un cuestionamiento constante a cómo miramos y qué decidimos mostrar.
Pero la intensidad de su obra convivía con un mundo interior convulso. El 26 de julio de 1971, a los 48 años, Diane Arbus se quitó la vida en su apartamento de Nueva York. Un año después, el MoMA organizó una retrospectiva y fue la primera fotógrafa en exponer en la Bienal de Venecia.
Hoy, en tiempos en que las imágenes circulan a una velocidad que aplasta el contexto y la reflexión, su trabajo vuelve a ser incómodo y necesario. Arbus nos recuerda que el verdadero poder de una fotografía no está en tranquilizar, sino en incomodar; no en ocultar, sino en mostrar lo que, incluso mirándolo de frente, preferimos no ver.