Por Ian Turowski.
Durante su campaña, Donald Trump prometió resolver el conflicto en Ucrania en apenas 24 horas. El slogan le alcanzó para ganar votos, pero al volver a sentarse frente al tablero geopolítico descubrió otra realidad: la partida no depende de Washington, sino de Moscú. Vladimir Putin, con 25 años de reinado y un peso específico inédito en la política internacional contemporánea, es quien sostiene las cartas y no está dispuesto a ceder un solo centímetro.
El contraste quedó en evidencia en Alaska. Allí, lejos de salir fortalecido, Trump apareció debilitado tras un encuentro en el que Volodímir Zelenski, urgido por la presión de una guerra interminable, pidió la paz. El presidente ruso, por su parte, mostró con claridad que la llave de la negociación no está en la Casa Blanca sino en el Kremlin.
Ante este escenario, el establishment estadounidense necesita compensar la pérdida de autoridad en los grandes conflictos abiertos. El Pentágono y la CIA han encontrado un terreno cómodo para proyectar poder: América Latina. Una zona históricamente tratada como patio trasero, donde Washington ha intervenido una y otra vez a través de alianzas con narcos, guerrillas de izquierda, paramilitares y redes de tráfico de cocaína que conectan Colombia con México y, finalmente, con el mercado estadounidense.
La jugada sobre Nicolás Maduro se explica en ese contexto. Podrían haberlo hecho antes, mucho antes. Pero hoy las circunstancias globales ofrecen un incentivo mayor. Ir por Caracas es, en realidad, un mensaje hacia Moscú.
Putin encontró la manera de hacer pagar a Estados Unidos por la negativa de la OTAN para su ingreso (Rusia propuso unirse a la OTAN en varias ocasiones, notablemente en 1954 la Unión Soviética sugirió la idea, que fue rechazada. En los años 90 Putin volvio analizar con Clinton la posibilidad pero no próspero.Existió un período de acercamiento con la firma del Acta Fundacional OTAN-Rusia en 1997) el sabotaje a los gasoductos nórdicos estratégicos durante el bloqueo energético y por supuesto el apoyo económico logístico y militar a Ucrania.
Maduro es, entonces, el blanco elegido para una demostración de fuerza que busca dos objetivos al mismo tiempo: recuperar capacidad de intimidación en el escenario global y reordenar las piezas en un continente donde Estados Unidos no tiene contendientes bélicos directos, pero sí una histórica red de operaciones encubiertas.
El trasfondo es evidente. La guerra en Ucrania dejó de ser un tablero controlado por Washington, y Trump lo sabe. El nuevo orden internacional se mueve al ritmo de Putin, y cada movimiento en Venezuela —como antes en Siria o en Crimea— está condicionado por ese dato incómodo: ya no alcanza con prometer soluciones fáciles, porque la partida se juega con las cartas de otro.
Interesante y lúcida mirada. Me gustó mucho. Me gustan tus columnas, me hacen pensar mucho
Gracias Daniel por tu comentario y por dedicar tiempo a leerme un gran abrazo 🫂
Un análisis muy oportuno y que lo podemos observar casi en vivo..Donde se ven estas estrategias «supuestamente solidarias»..Para con un pais que viene sufriendo por muchisimo tiempo ,el flagelo de la dictadura.Y que ahora casualmente se deciden a «liberarlos» de ese calvario …cuando en realidad no es más que una reafirmación de fuerza y poderío para no sentirse tan debilitado …Luego de intentar frenar infructuosamente a su eterno rival Rusia..