InicioArteEl dorado de sombras del belga silencioso

El dorado de sombras del belga silencioso

Publicado el

Por Hugo Robles Lama.

Émile Dorvenne vivía en un monasterio a las afueras de Brujas. Tallaba madera como quien escribe haikus: con paciencia, con silencio, con intención. Nunca firmó un solo marco. “No soy artista”, decía. “Ni artesano. Soy enmarcador.” Y sin embargo, sus marcos terminaron en colecciones de los Rothschild, en los Museos Vaticanos, en bancos suizos que no prestan dinero, pero sí prestan atención. Nadie sabe cómo llegaron allí. Nadie sabe cuántos quedan. Lo que sí se sabe es que sus marcos hacían algo que los demás no: transformaban la pintura. La volvían más profunda. Más viva. Más presente.

En los años cincuenta, algunos conservadores comenzaron a notar una luminosidad extraña en ciertas obras. No era restauración. No era limpieza. Era el marco. Una moldura tallada con precisión matemática, dorada con una técnica que él llamaba “dorado de sombras”: capas de bole en tonos apenas distintos, que hacían que el oro se volviera cálido o frío según la luz. Como si el marco tuviera humor. Como si respirara.

Peggy Guggenheim lo llamaba “el belga silencioso”. En cartas que pocos citan pero algunos guardan como reliquias, contaba que Dorvenne se negaba a explicar sus métodos, no aceptaba encargos, enviaba sus marcos sin documentación. Y aun así, sus piezas aparecieron en las colecciones más prestigiosas. Nadie sabe cómo. Nadie sabe cuántos quedan.

Y entonces aparece, en un “había una vez”, El origen del mundo. Courbet lo pintó en 1866. Lo escondieron durante décadas. Lo colgaron detrás de otro cuadro. Lo compró Lacan. Lo admiró Barthes. Lo censuró Facebook. Es un cuerpo sin rostro. Una verdad sin metáfora. Uno se pregunta qué pasaría si ese cuadro estuviera enmarcado por Dorvenne. No en un marco neutro, moderno, curatorial. Sino en uno que respire con la pintura. Que la abrace sin esconderla. Que la potencie sin competir. Un marco que entienda que ese cuerpo no necesita ser suavizado, sino revelado. Que la luz que entra por la sala pueda hacer que el dorado se vuelva cálido o frío, según el ángulo. Que el espectador no solo mire, sino cruce una frontera.

Porque eso hacía Dorvenne. Convertía el marco en una zona de contacto. En una membrana porosa entre la obra y el mundo. En una extensión del encuadre. En algo que no separa, sino que une. Y en ese gesto, desaparecía. Se volvía invisible. Como los mejores marcos. Como los mejores actos de amor.

Durante las renovaciones de los años ochenta y noventa, muchos de sus marcos fueron descartados. Se buscaba una estética más neutra, más curatorial. Se reemplazaron por molduras simples, anodinas. Se vendieron a anticuarios que valoraban la madera, pero no la visión. Y así, el legado de Dorvenne se fue desvaneciendo. Porque los marcos, a diferencia de las pinturas, no tienen procedencia. No tienen firma. No tienen historia.

Pero algunos enmarcadores actuales lo buscan. Encuentran sus piezas en talleres de restauración. Las estudian como si fueran códices. Intentan replicar su técnica de ondulación, su dorado de sombras. Ninguno lo logra del todo. Porque Dorvenne no era solo técnica. Era una forma de pensar el arte como totalidad. Como algo que no empieza ni termina en el lienzo.

A veces, el arte está escondido en los márgenes. Emile Dorvenne entendió algo que, me atrevo a argumentar, pocos entienden: Que a veces, el acto más profundo de creación es aquel que no busca ser reconocido. Que sostener sin ser visto tiene tantas resonancias artísticas como cualquier otra exposición del proceso o del producto. Hay belleza en la sutileza. Hasta desaparecer puede ser un acto creativo: desaparecer detrás del trabajo y permitir que hable por sí mismo. Eso, en última instancia, es lo que hace a Dorvenne un artista. Aunque nunca haya querido serlo. Aunque nunca lo haya declarado. Aunque su arte siga hablando por él. En voz baja. En las sombras.

2 COMENTARIOS

  1. Curiosamente “enmarcar” no sólo significa poner un cuadro dentro de un marco físico, sino situar una creación dentro de una intención o narrativa.

Responder a Adrián Buding Cancelar respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

últimas noticas

La ilusión del cambio

Por José Mariano.  Nos consolamos con la idea de que algo cambia; en realidad, sólo...

Las Embestidas de una Batalla equívoca

por Daniel Posse. La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere...

Entre la izquierda y la derecha

Por María José Mazzocato. Si Milei no gana las elecciones, no seremos generosos con Argentina. La...

El precio de la ayuda

Por Enrico Colombres. Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.  George Santayana.   El...

Más noticias

La ilusión del cambio

Por José Mariano.  Nos consolamos con la idea de que algo cambia; en realidad, sólo...

Las Embestidas de una Batalla equívoca

por Daniel Posse. La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere...

Entre la izquierda y la derecha

Por María José Mazzocato. Si Milei no gana las elecciones, no seremos generosos con Argentina. La...