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La literatura y el tango

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Por Marta Valoy.

Desde el siglo XIX, la separación entre literatura “culta” y literatura “popular” fue una constante en el Río de la Plata. Cuando los especialistas intentaron reflexionar sobre el fenómeno, lo único que lograron fue profundizar la idea de que ambas eran irreconciliables. Como si la literatura “culta” —la de “la Argentina visible”, en palabras de Mallea— se limitara a testimoniar el mundo de una élite definida por su nivel educativo, mientras que la literatura “popular” quedara condenada a expresar esas verdades obvias que todos conocen, con un valor supuestamente más sólido para las clases trabajadoras.

Todo ello no es más que un prejuicio que consagra la división entre cultura popular y cultura “a secas”. Contra esa fractura, rompiendo sofismas y endurecimientos, estamos quienes pensamos la cultura como un todo mestizo: múltiple, sincero y perdurable. Por eso reivindicamos este espacio de encuentro entre el tango y la literatura. Porque el tango, además de convocar a grandes intérpretes y compositores, como ningún otro género ha sabido narrar la historia del país. Acompaña los acontecimientos más dolorosos, pero también celebra las conquistas y las resistencias.

Ahí está Vientos del 80, que celebra el regreso a la democracia después de una de las dictaduras más sangrientas de nuestra historia. O Las putas de San Julián, que rescata el valor de cinco mujeres que se negaron a atender a los fusiladores de los obreros patagónicos, episodio que Osvaldo Bayer inmortalizó en La Patagonia rebelde. El tango no es solo melodía: es memoria, testimonio y denuncia.

Pasiones desbordadas

El tango de la primera mitad del siglo XX desplegó un universo de pasiones desbordadas. Allí el amor se vivía hasta el martirio, la renuncia se asumía en nombre de la amada, el corazón se imponía sobre la razón. Se lloraba por amor, se sufría por traición, y hasta la sangre podía correr en nombre de una pasión.

Las mujeres, en esas letras, despertaban sentimientos extremos: del odio más visceral al amor incondicional; del resentimiento feroz a la entrega sin condiciones. Un mundo donde el engaño y el desengaño bailaban en pista enjabonada, y donde la vida y la muerte se rozaban al compás del bandoneón.

Más tarde, con Enrique Santos Discépolo, el tango abrió otras profundidades. Allí entraron el dolor por el paso del tiempo, la fugacidad de lo terrenal, la angustia existencial, el desconsuelo del destino. El tango se convirtió también en filosofía popular.

Nuevos tiempos, nuevas letras

Fiel a su época, el tango nunca dejó de actualizarse. En los últimos tiempos, sus letras han incorporado nuevas temáticas: la denuncia social, las huellas de las dictaduras, la lucha de las mujeres, la paridad de género. Incluso una orquesta de mujeres eligió llamarse Ni Una Menos, poniendo en crisis el tan mentado machismo del género.

Hoy ya nadie discute el valor poético del tango. Después de Discépolo, Homero Manzi, Celedonio Flores, Homero Expósito, Eladia Blázquez, Horacio Ferrer y tantos otros, quedó demostrado que sus versos están a la altura de la gran literatura. El tango es poesía con todas las letras.

“Un tango puede escribirse con un dedo… pero con el alma. Un tango es la intimidad que se esconde y el grito que se levanta desnudo”, decía Discépolo. Una definición que sintetiza su potencia artística y humana.

El pacto de la poesía

Ya sea desde la vereda de la “cultura culta” o desde la “popular”, la poesía se instaló definitivamente en el tango como la forma más alta de expresar las emociones humanas. Allí habita un pacto universal donde laten sentimientos que nos igualan a todos. Un clamor de fraternidad que une a hombres y mujeres más allá de clases, razas o credos.

En ese espacio maravilloso, las palabras se desbordan como cascada y dotan de sentido a cada acto de la vida. La poesía del tango sale de lo más hondo del ser, por eso logra construir un lenguaje solidario, un llamado a la amistad y a la fraternidad.

El tango, en definitiva, es literatura popular en su máxima expresión. Es arte mestizo, memoria colectiva, voz de los que no tienen voz. Es testimonio y es poesía. Y es, sobre todo, un espacio donde la cultura se rebela contra las jerarquías que intentan dividirla.

Porque si la literatura es memoria y el tango es pueblo, juntos trazan un archivo vivo contra el olvido. Un recordatorio de que la cultura no es ornamento ni espectáculo, sino resistencia.

El tango y la literatura se abrazan para decirnos, una y otra vez, que todavía hay algo irrenunciable: la palabra como forma de luchar y de vivir.

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