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El poder camina sobre los sueños

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Por Fernando Crivelli Posse.

Pisa suavemente, porque pisas mis sueños.
W.B. Yeats.

En la historia de los pueblos, los más desposeídos no pueden ofrecer oro ni poder, pero conservan algo que ningún gobernante debería menospreciar: sus sueños. Son frágiles, invisibles y, sin embargo, más valiosos que cualquier riqueza material, porque en ellos habita la esperanza de una vida más digna y justa.

Yo, siendo pobre, no poseo riquezas ni tierras. Solo tengo mis sueños: pensamientos y anhelos de una vida mejor. Y esos sueños, inevitables y frágiles, los extiendo bajo los pies de quienes gobiernan.

Ese gesto no es sumisión gratuita, sino la realidad de toda relación de poder: los gobernados ponen sus esperanzas en manos de sus líderes. Los sueños del pueblo se convierten en el suelo sobre el que caminan los poderosos.

Por eso, se les pide a los que dirigen: pisen suavemente. Porque cada paso puede elevar o destruir. Una ley, un decreto, una decisión, un capricho; todo repercute en quienes no tienen nada más que soñar.

Gobernar no es un privilegio vacío, es una carga inmensa: la de sostener, sin aplastar los sueños de millones. Y quien olvida esa verdad no solo pierde legitimidad, también condena a su pueblo al infierno de la desesperanza.

Quien carece de recursos materiales conserva, sin embargo, un bien inalienable: sus sueños. Ellos representan la aspiración a una vida mejor, a la justicia, al bienestar y a la dignidad. En la relación entre gobernantes y gobernados, esos sueños se extienden inevitablemente bajo los pies de quienes ejercen el poder.

La autoridad política no se ejerce en el vacío. Como señaló Max Weber, el poder es “la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social” (Economía y sociedad, 1922). Esa imposición afecta de manera directa los anhelos de aquellos que carecen de medios propios para sostenerse y dependen de las estructuras estatales.

Gobernar, por lo tanto, no se limita a la administración técnica de recursos. Hannah Arendt recordaba que el poder “solo existe en tanto se mantiene vivo en el espacio público, sostenido por la confianza de los ciudadanos” (La condición humana, 1958). Esa confianza no es otra cosa que la proyección de sueños colectivos depositados en manos de la autoridad.

Cuando los gobernantes actúan con ligereza o indiferencia, destruyen esos sueños y generan lo que Paulo Freire denominó “una cultura de silencio”, donde los oprimidos pierden incluso la capacidad de imaginar alternativas (Pedagogía del oprimido, 1970). En cambio, cuando se ejerce el poder con prudencia y sensibilidad, los sueños se convierten en cimientos sobre los que una sociedad puede crecer de manera sostenible.

Por ello, el poder no debe entenderse como un privilegio, sino como una responsabilidad ética. John Rawls lo expresa en términos de justicia: las instituciones deben organizarse de modo que “las desigualdades sociales y económicas estén configuradas para beneficiar a los menos aventajados” (Teoría de la justicia, 1971). En otras palabras, gobernar significa custodiar los sueños colectivos y evitar que se conviertan en cenizas.

No olviden, líderes, que su poder camina sobre la esperanza de quienes no poseen más que sueños. Si no pisan con cuidado, todo se destruye. Tejer nuestra realidad social y material con prudencia, templanza y coherencia será la obra que permitirá a las generaciones futuras habitar un firmamento deseado por quienes hemos soñado construirlo. Y, al final, recordemos las palabras de Yeats, que resumen la fragilidad y el valor de lo que sostenemos:

 

Pero yo, siendo pobre, solo tengo mis sueños.
He extendido mis sueños bajo tus pies.
Pisa suavemente porque pisas mis sueños.”

 W.B. Yeats, Desea los tejidos del cielo

3 COMENTARIOS

  1. Fernando hermoso lo que escribiste. Diciendo una gran verdad. Lo que se llama Justicia Social. Los gobernantes deben proteger a los más vulnerables.
    Sigue adelante.

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