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Lo que sentimos y lo que creemos sentir

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Por Milagros Santillán.

El amor comienza en un instante, pero su verdad se prueba en la duración.

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.

 

¿Por qué a veces, después de coger, sentimos que encontramos a “esa persona especial”, aunque la conozcamos hace apenas unas horas? La neurociencia tiene parte de la respuesta: el orgasmo no es solo placer físico, es también un cóctel químico que juega con nuestra manera de vincularnos.

En ese momento, el cerebro libera dopamina, que nos da sensación de recompensa; serotonina, que regula el estado de ánimo; y oxitocina, la famosa “hormona del apego”, que nos envuelve con un espejismo de intimidad y ternura. No es raro, entonces, que confundamos un buen polvo con el inicio de una historia de amor. La biología hace su trabajo: quiere que nos acerquemos, que creamos en el otro, que repitamos.

Pero ojo: esa conexión no siempre habla de compatibilidad real. Habla de un cerebro que, por milenios, se entrenó para reforzar la unión a través del sexo. Lo complicado es que, en la actualidad, el terreno donde se juega esta partida cambió: las apps de citas.

En Tinder, Bumble o Happn, el primer “me gusta” ya dispara dopamina: esa microdosis de validación que nos hace volver una y otra vez a scrollear. Cuando el match se concreta y llega el encuentro sexual, la neuroquímica redobla la apuesta. Un orgasmo puede hacernos sentir que con esa persona sí hay algo, cuando tal vez solo hubo química literal. Y así, entre swipes, chats calientes y besos rápidos, confundimos química con destino.

La cultura de la inmediatez nos vende que la conexión profunda está a un toque de pantalla. El problema es que el sexo, con toda su potencia, puede amplificar la ilusión sin garantías de sostenerla. Por eso, no se trata de desconfiar de lo que sentimos, sino de aprender a leerlo: reconocer que la intensidad no siempre equivale a amor.

Aquí conviene hacer una pausa: el orgasmo produce una intimidad que parece verdad absoluta, pero el amor —si lo hay— se mide en el tiempo, en la construcción compartida, en la voluntad de sostener la fragilidad inicial más allá de la química. Biología y cultura no siempre hablan el mismo idioma: una es inmediata, la otra requiere duración.

El orgasmo nos hace creer en conexiones profundas, y las apps nos ofrecen la ilusión de que están al alcance de un dedo. Entre la biología que nos engancha y la cultura que acelera los encuentros, quedamos navegando entre deseo, expectativa y espejismos. Quizás el desafío no sea dejar de buscar, sino preguntarnos qué queremos encontrar en medio de tantos matches: ¿un cuerpo, un vínculo, un rato de placer, o la posibilidad de un amor que resista al swipe?

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