Por Ludmila Flavia Gonzalez Cerulli.
El potencial de la isla para aportar desde el pragmatismo a la comunidad internacional
Esta semana se lleva a cabo la 80ª Asamblea General de la ONU y el mismo Secretario General Antonio Guterres admite que la comunidad internacional atraviesa múltiples crisis. The New York Times también lo acaba de dejar claro en su su reciente artículo: la agenda en Nueva York está cargada de desafíos y pendientes. Desde la búsqueda de cómo poner punto final a las guerras actuales en Gaza y Ucrania, hasta darse otra oportunidad con aquellas llamadas “olvidadas” como la de Sudán. A su vez, el estancamiento económico, la transición hacia un nuevo orden donde las economías emergentes van punteras, el cuestionamiento sobre la estructura del Consejo de Seguridad y hasta la preocupación sobre el financiamiento para mitigar las crisis humanitarias frente a la caída de los aportes de los principales donantes Estados Unidos, Francia y Reino Unido.
En paralelo, por otro carril marcha la reciente petición de los nueve aliados diplomáticos de Taiwán (siendo doce en total) a Guterres para que la ONU adopte una postura neutral frente al lobby de Beijing durante las sesiones de esta semana. El propósito de esta carta conjunta —firmada por Islas Marshall, San Cristóbal y Nieves, Belice, Guatemala, Palaos y Tuvalu— es retomar, una vez más, el asunto histórico de cómo interpretar la Resolución 2758 para no excluir a Taiwán en los foros internacionales.
Más allá de su status oficial —con debates de larga historia sobre los posibles argumentos legales a través del Tratado de Shimonoseki y el Pacto de San Francisco—, nace la sugerencia de enfocarse más en la contribución que Taiwán puede generar a la comunidad internacional por fuera de las relaciones diplomáticas. Esto implica tener en cuenta todas sus lecciones aprendidas, su performance económica, la resiliencia de su sociedad, sus valores democráticos y de libertad. Básicamente, cómo todo este know-how puede aportar a otras comunidades.
En medio de un escenario tan inestable económicamente, plagado de conflictos internacionales, operaciones de desinformación, polarización política y sociedades divididas, donde faltan consensos y mejor calidad de diálogo para soluciones efectivas: ¿por qué entonces no probar con un enfoque más pragmático? Tal vez, debamos correr el foco hacia donde podamos aprender y nutrirnos de quienes realmente quieren cooperar. Por el contrario, sumergirse en la arena movediza de la supremacía de formalismos ya dejó de funcionar, no demuestra llevar a buen puerto.
Si por un momento nos proponemos hacer un ejercicio de pensamiento lateral, la problemática que atraviesa la comunidad internacional y la ONU como su principal referente, hace que la presencia y participación de países como Taiwán sean aún más cruciales. De hecho, su cooperación en tecnología, economía y seguridad puede significar una diferencia a favor del organismo que lidera la búsqueda de las soluciones pacíficas en un mundo en crisis. Por muchas razones, Taiwán no puede ser un Estado Miembro en lo inmediato ni en el mediano plazo; realmente, hay muchos argumentos sin consenso para analizar y que hoy inclinan la balanza del lado de China.
Sin embargo, desde un rol de observador, Taiwán puede aportar lo que actualmente muchos Estados Miembros no están pudiendo ni tampoco —aparentemente— están interesados. El punto acá no es solo persistir, porque insistir sin foco y sin estrategia, solo desgasta. Pero sí, saber aprovechar “las ganas” de colaborar de algunos actores más allá de los intereses coyunturales.
Taiwán sigue fortaleciendo sus lazos estratégicos con Estados Unidos, Australia, Japón y otras democracias sin tener relaciones diplomáticas. Esto muestra su valor económico y geopolítico, no solo por su liderazgo en la industria de semiconductores, sino también como aliado en la lucha contra amenazas globales vinculadas a la ciberseguridad y las técnicas de Manipulación e Interferencia de Información Extranjera (FIMI, por su sigla en inglés).
«Juntas y juntos somos mejores: más de 80 años al servicio de la paz, el desarrollo y los derechos humanos» es el lema que la ONU formuló para este año. Aunque no sea parte de la agenda de esta semana en Nueva York, sería positivo correrse por un momento de la historia, solo para pensar diferente en cómo seguir hacia adelante.
Periodista y especialista en Relaciones Internacionales con una década de experiencia en el análisis de la influencia de China y Rusia en América Latina, con foco en Argentina. Sus áreas de estudio incluyen propaganda, injerencia extranjera y ciberguerra. Es Fellow del Transcultural Conflict and Violence Initiative en Georgia State University, Atlanta (EEUU), Research Associate en la Universidad del CEMA (UCEMA), coordinadora de proyectos de la Fundación Libertad y project manager de Desconfío, una iniciativa regional contra la desinformación global. También, se desempeñó como Research Fellow del Ministerio de Relaciones Exteriores de Taiwán.
Muy interesante
Una lectura potente y necesaria. El dilema de Taiwán en la ONU no es solo jurídico ni diplomático, sino sintomático de un orden internacional que se tambalea entre la retórica de la neutralidad y la realidad de los intereses. La apuesta por el pragmatismo, que subraya la columna, parece hoy menos una opción y más una urgencia, cuando los formalismos se convierten en pantano, la cooperación real —tecnológica, económica, social— puede marcar la diferencia. La pregunta de fondo no es si Taiwán “puede” estar en la mesa, sino qué pierde la comunidad internacional al dejarlo fuera.