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Libertad domesticada

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Por Fernando M. Crivelli Posse.

La mayor de las desgracias es ser esclavo y no saberlo.  

Plutarco.

Cuando la virtud abandona al poder, la República se degrada; cuando la sociedad acepta migajas, el cambio se convierte en ilusión. Lo que aparenta movilización política o conflicto social no es más que un simulacro cuidadosamente diseñado. Los discursos se ajustan a encuestas, los dirigentes leen algoritmos como brújulas, y la ciudadanía se conforma con recompensas temporales disfrazadas de conquistas. La movilidad social, la posibilidad de progresar y alcanzar sueños, ha sido secuestrada. Vivimos en una cárcel invisible donde la felicidad artificial y la satisfacción inmediata sustituyen al libre pensamiento y a la verdadera libertad; un “mundo feliz” al mejor estilo de Huxley que nadie pidió, impuesto por promesas vacías, propaganda anestesiante y placeres efímeros.

La libertad real se ha convertido en un teatro de apariencias. Tocqueville advertía: “La democracia muere cuando el bienestar inmediato pesa más que el amor a la libertad”. Hoy, ese bienestar se reduce a migajas, un clic que distrae, un subsidio que solo sirve para aplacar conciencias y no resolver problemas, un salario que apenas permite sobrevivir, un trending topic que desaparece antes de ser leído. La comodidad instantánea reemplaza la conciencia cívica, y la ilusión de satisfacción anestesia la capacidad de soñar, cuestionar y luchar por un progreso real. La política administra expectativas, reparte placebos y banaliza el bienestar, convirtiéndolo en consumible efímero. La protesta, antaño arma del pueblo, se diluye en coreografías digitales, en hashtags que mueren antes de generar efecto. El cambio histórico se vende como espejismo: reformas maquilladas, discursos huecos y promesas recicladas que solo buscan anestesiar.

El ciudadano, cansado de ser defraudado, deposita sus esperanzas en promesas políticas que nunca se cumplen; observa cómo los proyectos se desvanecen y los sueños se destruyen, y poco a poco la decepción lo erosiona. La repetición de esta hipocresía, cinismo y gestión nefastamente previsible agota sus energías, mina su voluntad y reduce su capacidad de soñar. Se resigna porque siempre es lo mismo: promesas incumplidas, oportunidades desperdiciadas y un futuro que parece vedado. Así, el pueblo, con fuerza aún para rebelarse, se entrega a la rutina de la costumbre. Ese es el triunfo definitivo del poder corrupto: “transformar la resignación en hábito y el hábito en cadenas invisibles que ahogan la libertad”.

Partidos políticos y sindicatos, lejos de servir al bien común, consolidan poder. Los partidos estructuran redes de influencia que priorizan la supervivencia del aparato sobre las necesidades ciudadanas; sus discursos buscan movilizar emociones antes que resolver problemas. Thomas Sowell sintetiza la lógica del poder: la política termina siendo “el arte de hacer que tus deseos egoístas parezcan interés nacional”. Los críticos se etiquetan de fanáticos, radicales o extremistas, mientras se vacía el sentido de lo común.

Los sindicatos, en lugar de proteger a los trabajadores, han sido cooptados como instrumentos de control político. Líderes que priorizan la permanencia y los beneficios personales vacían las reivindicaciones de sentido. La conciencia obrera se manipula como herramienta de poder, mientras la interdependencia entre partidos y sindicatos margina a la sociedad civil, neutraliza la iniciativa independiente y perpetúa estructuras que deforman la cultura, sustituyendo responsabilidad por obediencia inducida.

La prensa aliada actúa como prolongación del poder: difunde versiones sesgadas, amplifica lo trivial y moldea opiniones según intereses políticos y económicos. El arte, la literatura y la religión también se instrumentalizan: no enriquecen la experiencia humana, sino que sirven para control ideológico, erosionando pilares culturales de la nación. La cultura sigue siendo la única defensa de la libertad y la justicia: permite ver la miseria, mantener la memoria histórica y resistir la manipulación. Preservarla no es un lujo, es un deber ciudadano.

La ética individual es clave. Sin educación ética y cultural, el filtro interno de cada persona se corrompe. La degradación no viene solo de afuera: nace en quienes eligen comodidad sobre deber, inercia sobre responsabilidad. La República se debilita cuando los ciudadanos intercambian ventajas personales por renunciar al bien común y cuando la ambición egoísta reemplaza la visión colectiva. Solo quien percibe lo que realmente beneficia a la mayoría y se compromete a que se cumpla puede resistir la domesticación de la esperanza y la resignación.

Prometeo nos recuerda que el conocimiento y la creación transformadora tienen un precio ineludible. La libertad no se concede por sí sola: la justicia sin esfuerzo es un espejismo, y la dignidad sin disciplina, una ilusión. Sacrificio, deber y compromiso colectivo son los pilares de toda civilización; sin ellos, el egoísmo carcome la sociedad y convierte al ciudadano en mero espectador de su propio destino. La decadencia de una nación no surge únicamente de enemigos externos, sino de la complacencia de quienes la gobiernan y de la pasividad de quienes la habitan. Cada acto de indolencia, cada concesión a la comodidad inmediata refuerza cadenas invisibles que sofocan la esperanza y perpetúan sistemas que privilegian la conservación del poder por sobre el bien común. Mientras ciertas potencias consolidan su influencia global, muchas sociedades internas retroceden, corroídas por corrupción, burocracia ineficiente y distracción social. La verdadera vulnerabilidad no reside en fronteras ni ejércitos: radica en la resignación interna, en la incapacidad de defender instituciones, sostener proyectos de libertad y resistir la erosión silenciosa que amenaza la esencia misma de la República. Solo quien transforma el conocimiento en acción y la conciencia en compromiso puede evitar que la apatía devore la posibilidad de progreso, y sostener así los cimientos de una patria digna, justa y libre.

No existe salida cosmética ni soluciones superficiales. La transformación requiere educación cívica que forme memoria y conciencia de libertad; cultura que despierte valores y pensamiento crítico; ciencia y tecnología que emancipen; asociaciones libres que escapen al clientelismo; justicia independiente que limite el poder; ciudadanos que hagan del deber una forma de vida y dirigentes íntegros. Solo así se reconstruye una sociedad capaz de resistir corrupción, oportunismo y mediocridad.

Un país no se derrumba de un día para otro; se corroe lentamente, gota a gota, por concesiones, cobardía y pasividad. La ilusión del cambio perpetúa privilegios y adormece conciencias. La verdadera libertad exige enfrentar la verdad, por incómoda que sea. Martí afirmaba: “La libertad no se da, se conquista; quien no lucha por ella, la pierde”. Camus complementa: “La única manera de lidiar con un mundo sin libertad es volverse absolutamente libre”. Abdicar del pensamiento crítico y de la responsabilidad cívica convierte al ciudadano en rehén de la mediocridad, dejando que la injusticia y la corrupción se perpetúen.

Pero no basta con comprender la injusticia: ha llegado el momento de encender un fuego interior que no se extinga, de elevar el valor de simple sentimiento a virtud pública incuestionable. Que la indignación deje de ser murmullo y se transforme en acción luminosa, en obra concreta que desafíe la mediocridad. No hay heroísmo en la pasividad; el verdadero coraje surge de enfrentar la corrupción, de exigir integridad, de sembrar conciencia donde otros siembran indiferencia. La República reclama ciudadanos que ardan con la claridad de la verdad, que conviertan cada palabra, cada gesto, cada decisión, en un acto de libertad y justicia irrenunciable. Como torrente que arrastra la piedra y abre cauces nuevos, la fuerza moral de quienes conciben la libertad como deber y la virtud como acción sostiene el futuro, quiebra la resignación y transforma la apatía en un impulso irreversible que eleve a la patria hacia la grandeza, la justicia y la dignidad que siempre debieron definirla.

El futuro de la República depende de la fortaleza moral y el compromiso de quienes la habitan. Requiere carácter y valentía, no resignación; esfuerzo y abnegación, no comodidad ni conformismo. Su continuidad se sostiene en la acción de ciudadanos conscientes y dirigentes íntegros, capaces de enfrentar dificultades, defender la justicia y preservar la dignidad colectiva. La mediocridad y la indiferencia solo conducen a la decadencia; la acción responsable, fogosa y virtuosa, y la conciencia cívica son la única garantía de libertad.

Bolívar lo dijo con claridad: “No hay peor desprecio que el de no hacer nada cuando se puede hacer todo.”

Continuará…

5 COMENTARIOS

  1. Excelente artículo que pone en agenda la ética pública. que debe recuperarse desde la urgente y necesaria batalla cultural Empecemos ya, para derrotar las falsas promesas, las estafas electorales y la pérdida de nuestros derechos ganados heroicamente a lo largo de nuestra historia.

    • Estimada Marta:

      Le agradezco profundamente su lectura y su generoso comentario. Me alegra que haya percibido el propósito central del artículo (recuperar la ética pública como punto de partida indispensable para cualquier transformación real).Tal como usted señala, no se trata solo de señalar errores o denunciar promesas incumplidas, sino de dar la batalla cultural necesaria para que la sociedad recupere conciencia, memoria y dignidad, y pueda defender sus derechos sin resignarse a migajas.
      Usted ha captado con gran precisión el núcleo del texto: la urgencia de despertar de la anestesia colectiva y rechazar tanto las falsas promesas como las estafas electorales que degradan nuestra vida cívica. Coincido en que el desafío es empezar ya, sin demoras, porque cada día de pasividad fortalece las cadenas invisibles de la resignación.
      Le agradezco, que contribuya a amplificar este debate. La cultura, la ética y el compromiso ciudadano son trincheras imprescindibles si queremos sostener una República digna y libre.

      Sin otro particular, le saludo a ud. Atte. Y deseo un excelente Domingo.-

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